No hay nadie a día de hoy que hable de Jordan Spieth y no incluya finalmente la misma muletilla: «y además es una gran persona». ¿Es una frase hecha que va pasando de boca en boca por pura inercia, se esté o no se esté seguro de lo que se está diciendo? La sala de prensa del Augusta National es un lugar espléndido para salir de dudas. Y hay unanimidad: Spieth, en efecto, es un buen tipo. ¿Por qué?
– Muchos de lo que le conocen con cierta profundidad, enseguida te hablan de su familia. El entorno. Gente normal, sin afectación. Sus padres, al parecer, no han cambiado un ápice desde que Jordan ha ido pasando a la primera fila. El problema de su hermana de 14 años, que sufre una anomalía neurológica, es bien conocido y evidentemente ha ayudado a templar y madurar el carácter del joven jugador.
– Una ambición deportiva exenta por completo de arrogancia. Puede decir, como ha hecho en la rueda inmediatamente posterior a su triunfo en el Masters, que su gran objetivo es ser Número uno del mundo, pero ni el tono, ni el contexto general de su discurso, provocan rechazo. Es creíble y puntualiza a cada paso un profundo respeto por sus rivales.
– Su comportamiento en el campo es irreprochable. Educación y cortesía, igualmente cuando marcha bien que cuando se encuentra en apuros.
– Tampoco es un robot. A pesar del control mental que exhibe, al final hay detrás un muchacho de 21 años que se comporta como tal a la hora de hablar a la bola, de maldecir un mal tiro o celebrar uno bueno. Esto le hace cercano.
– Y hablando de cercanía: la que mantiene con los aficionados. Con los que interactua sin afectación ni postureo de divo.
