Puestos a pedir, lo suyo sería disponer esta semana de una cabaña confortable en el claro mágico de Valderrama, tan inmenso como recogido, para trabajar allí. No es ninguna esquina furtiva al alcance sólo de miradas sensibleras, expertas o alucinadas, antes bien, es un lugar de cita y conversación, de pararse un rato. O una mañana.
Allá donde se extiende pidiendo permiso el green del 11, desnudo y brillante. Donde confluye y muere el hoyo 14, a los pies del coqueto anfiteatro natural. Y desde donde parte el 15, el gran embaucador (no hay modo de acertar en qué punto exacto aterrizará aquella bola que vuela temblando de miedo), trilero elegante que vende postales marinas.
Hay mil rincones y paseítos de jubilado a la carta. Uno al tee del 12, ahora otro al del 16, o a la terraza, para sentarse al sol y al viento.
Puestos a pedir (qué carajo), mejor aún sería que gane un jugador español. Que el 2017 nos malacostumbró y el cuerpo nos pide chuches.
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