Me cuentan lo siguiente acerca de Matthew Fitzpatrick, el joven inglés de 21 años que acaba de doctorarse en el circuito europeo con su reciente victoria en el British Masters en su año de novato: «hizo un bogey tontísimo en un par 5 y además no venía sobrado de birdies. Pero al llegar al tee del hoyo siguiente estaba tan tranquilo, incluso bromeando. Pensé: parece que está en su club jugando con los amigos un día cualquiera«.
Quien lo cuenta formaba parte de la partida, así que la información es de primera mano y confirmada por esta misma persona en sucesivos torneos de alta competición: «otra vez, en un par 3, pegó una escapada importante desde el tee y su primer golpe desde el rough fue un sapo en toda regla. Pero él apenas cambió el gesto. Quitó la bandera y embocó al segundo intento desde fuera de green».
No le quepa la menor duda a nadie: esta capacidad de resetear tiene mucha culpa de su éxito y garantiza algunos más a corto, medio y largo plazo. También es cierto que ayuda lo suyo la inconsciencia propia de la juventud, esa bendita irresponsabilidad, pero no simplifiquemos, no es sólo eso. Son legión los profesionales anglosajones que traen de serie esta capacidad y, a pesar de nuestro irredento carácter latino, deberíamos importarla para nuestros niños.
Y no tan niños. (Aunque algunos seamos ya casos perdidos).
