El Andalucía Valderrama Masters de la próxima semana puede y debe ser la fiesta del golf español, aunque luego se cuele el Andrew Johnston de turno, que una cosa nada tiene que ver con la otra.
La fiesta, el regocijo y el punto de encuentro fetén de los aficionados españoles. La de los más recalcitrantes, aquellos que si pueden no se pierden ni una, y la de los menos fanáticos, porque este no es un año al uso. No, no lo es. De entrada es el año del Masters de Sergio, que juega por primera vez en España desde que se enchaquetara de verde. Y es el año de Jon Rahm: la primera vez que juega en España como profesional. Esta muesca hay que tenerla en el revolver: yo estuve allí.
Estuve allí. Puede que confirmando y atestiguando la evolución de Adrián Otaegui o Carlos Pigem, la clase de top-50 del mundo de Nacho Elvira y la recuperación definitiva de Álvaro Quirós; o disfrutando de la calidad de Cañi y del aura de Olazábal; descubriendo a Samuel del Val o vibrando con Larrazábal, que se ha atrevido a soñar. Quizá Gonzalo Fernández Castaño nos sorprenda después de pasarlas canutas en los States (¿qué apostamos?), o Anglés vuelva a disparar sus prestaciones en el coloso de Sotogrande. Tiempo de estar y de cruzarse con Marcos Pastor, nuevo en estas lides, con Jorge Campillo, que sigue haciendo camino, valor seguro que no deja de buscar el modo de dar el gran salto, o con Eduardo de la Riva, que quizá necesite un último empujón, ojalá no sea así, para asegurar un año más la presencia de su fino talento en el circuito europeo.
Yo estuve allí. Aunque no eran tiempos fáciles y el cuerpo no pedía jarana, celebración, despreocupación festiva. Yo estuve allí porque honestamente había que estar. Era sólo golf, pero había que estar. Por Sergio. Por Jon. Por todos los demás.
