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Sobre ruedas

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De todo el tiempo que llevamos instalados en Miami, hoy es sin lugar a dudas el día que más integrada me he sentido, ¡ya tenemos carnet de conducir americano!

Todo el mundo te habla de lo fácil que es sacárselo, y de hecho reconozco que lo ha sido, pero por lo pronto yo conozco a tres personas de mi entorno que lo suspendieron, y ninguna de ellas es precisamente tonta.

Retomando viejas costumbres de mis tiempos de estudiante, lo dejé todo para el último momento, y cuando esta mañana he amanecido y he descubierto que Gon llevaba tres horas despierto, estudiando, subrayando y haciéndose sus propios apuntes, he entrado en pánico. No tanto por el carnet de conducir en sí, sino por el hecho de que él lo pasara y yo no. Porque sí, mi marido no sólo compite dentro del campo, sino fuera de él, y si es contra mí le divierte aún más el reto.

Así que el resto de la mañana lo hemos pasado en silencio, yo leyéndome todo por encima, y él mirándose su resumen (¡que por cierto, no me ha prestado!). Por suerte, los dos lo hemos pasado, y tampoco hemos tenido ningún problema con el práctico, así que ha supuesto un verdadero alivio, entre otras cosas porque no sé si estaba preparada para todas las bromas que me iban a caer al respecto si fallaba la prueba.

El lunes llegó Gonzalo de Sudáfrica, tras casi 24 horas de vuelos, agotado pero contento de estar de vuelta en casa. Para animarle un poco, y con unas pocas semanas de retraso, me lo llevé a hacerle su regalo de Navidad: ¡¡una bici!!

Sabía que le hacía ilusión, porque para moverse por la isla es lo más cómodo, y podemos hacer excursiones con los niños. Lo que parecía en un principio algo relativamente sencillo, resultó ser una tarea bastante ardua. El presupuesto con el que contaba nos acotó bastante la búsqueda, pero cada bici que me gustaba a mí, él la encontraba poco masculina. Así que tras buscar y buscar una que se ajustara a su gusto, dimos con una bastante bonita, económica y varonil. Vamos, una bici «de hombre». Cuál es mi sorpresa (y la del vendedor), cuando acabada la negociación, y yo ya a punto de pagarla, decide en el último momento que había que ponerle una cesta… ¡¡una cesta!! Y luego dicen que a las mujeres es difícil entendernos…

Y hablando de entender, no me preguntéis por qué, pero tras 15 años sin tocar un palo de golf, y jurando no volver a hacerlo nunca más, ayer decidí retomar mis clases. La primera toma de contacto fue un drama total, lo reconozco, pero tengo que decir que hoy he ido a dar bolas y creo que no se me da del todo mal. La pena es que no creo que me dure mucho esta afición momentánea, así que no sé si llegaré a desarrollar del todo a la gran jugadora que llevo dentro.

Esta semana estoy feliz porque tenemos a mis padres de visita, y se agradece poder dejar momentáneamente de ejercer de madre para hacerlo de hija. Gon también está encantado, porque si hay un tema de conversación que le divierte tener con mi padre es el de los novios de mis hermanas. Somos siete, y yo la única casada, así que Gonzalo es ya como un hijo para él, y más aún después de los 15 años que llevamos juntos. Podemos decir que las cenas esta semana en casa están siendo ¡cuanto menos amenas! Nos llevamos todas fenomenal, y las echo muchísimo de menos. Menos mal que tres de ellas vienen en un par de semanas a verme… ¡¡Atención, solteros de Miami!! (porque además son sin duda las más juerguistas).

Me despido hasta la próxima entrada, que podré escribir con más calma porque ya me habré quedado sola otra vez, ya que Gonzalo se va el domingo a San Diego, donde empezará oficialmente su temporada en el PGA Tour. ¡¡Toda la suerte del mundo para él en estas dos semanas!!