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El hoyo 9 de Son Vida, Seve y una mirada que jamás olvidaré

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Cualquiera que haya jugado alguna vez el recorrido mallorquín de Son Vida recordará que tiene un hoyo muy especial. Me refiero al 9.

Hoy, por desgracia, las cosas han cambiado. Un desafortunado retoque por aquí y por allá le han hecho perder su magia e historia. Pero eso es un cuento que abordaremos otro día. Hoy estamos aquí para rememorar una bonita estampa.

El hoyo 9 de Son Vida es un par cuatro relativamente sencillo, pero a la vez muy complicado. Tiene un pronunciado dog-leg a la derecha de 317 metros protegido por un pequeño barranco a su derecha y delimitado por el fuera de límites de la carretera. El green está situado en el vértice de un cruce de 90º grados que coincide con la casa club. Al fondo, por tanto también hay fuera de límites. Mientras, su flanco izquierdo esta defendido igualmente por un fuera de límites marcado por una hilera de chalets que discurren a lo largo del fairway. La visión desde el tee de salida es muy estrecha debido a los árboles que hay tanto a la derecha como a la izquierda. Se crea un efecto túnel.

Recuerdo, cuando éramos jóvenes, lo excitante que era jugar el golpe de salida en este hoyo. El objetivo era pegar por encima de los árboles para alcanzar el green de uno.

¡Nos divertíamos como locos! Sobre todo, cuando por pegarle con todo al drive hacíamos un push-out y mandábamos la bola a la carretera o, incluso, a los chalets del otro costado.

Si querías alcanzar el green no valía ningún tipo de efecto, sólo bola recta en dirección a la chimenea del antiguo tejar que ahora es el campo golf de Son Muntaner. Aunque la chimenea esté hoy cubierta por los  árboles, aquí os la señalo con una flecha.

Este hoyo 9 nos brindó mucha diversión y un momento que jamás olvidaré. Una mirada. Ocurrió en el Open de Baleares de 1990. Allí estaba el gran Seve, que encontró en Son Vida, un campo que le exigía sacar lo mejor de sí mismo.

Este diseño de Hawtree discurre entre calles y chalets de la urbanización que lleva nombre. Así, pueden imaginarse, es un recorrido movido, tortuoso y apasionante.

Allí estaba yo, junto a mis amigos. En el tee del hoyo 9. Detrás. Justo en la línea hacia el green, hacia la chimenea, para ver qué golpe iba a jugar el Maestro.

¿Qué pensáis que hizo Seve?

Pues cómo no, por supuesto, apuntar a la chimenea… y a por el green.  Tal y como nosotros hacíamos por diversión.

Allí estábamos, sobre un murete que delimitaba el tee, en línea con Seve y el green, dándonos codazos porque el Maestro iba a por todas.

Era exactamente  la misma situación que en el hoy 10 de The Belfry, en la Ryder Cup de 1985, cuando jugaba con Manolo Piñero. Madera tres y a por el green creando una de las estampas más memorables de la historia del golf.

Volvemos a Son Vida. Cinco años después de The Belfry. Cuando salió la bola de su madera tres, era un mísil recto directo al green, por encima de los árboles y en línea a la chimenea. ¡Ojo, esa va buena!, comentamos emocionados en voz alta.

Cuando la pelota llegó a la altura del green empezó a girar levemente hacia la izquierda, no sé si debido al viento arremolinado típico de este campo o simplemente a un ligero draw. La cuestión es que nada más producirse ese draw Seve se giró hacia nosotros con su clásico gesto intensísimo, mirándonos fíjamente, atravesándonos y blandiendo aún su madera tres en el aire.

Como podéis ver en la primera imagen, el golpe no fue malo, ni mucho menos, aunque fue precisamente ese efecto el que evitó que la bola llegara al green. Sinceramente, mereció tener una oportunidad de eagle.

Desconozco lo que Seve debió pensar en aquel momento. No sé si era rabia por no haber conseguido el reto que estábamos compartiendo, o quizás era molestia por culpa de un comentario precipitado. Lo que jamás olvidaré fue la intensidad de su rostro.

En el siguiente hoyo, el 10 de Son Vida, otro par cuatro con dog-leg hacia la izquierda con bosque en el interior del dog-leg, bosque en el exterior del mismo y green a la derecha protegido en su flanco izquierdo por un búnker, jugó otra vez su madera tres y la puso en el green de salida. Maestro.

En ese preciso momento nos dimos cuenta del verdadero afán de Seve por tener un control absoluto sobre el vuelo de la bola, dibujar las calles  y buscar la perfección del golf. Así quería ganarle al campo.

Desde entonces, ahí reside la magia del golf para mí: el control del vuelo de la bola.

¿Pero esto cómo se hace? Si hay ocasiones en las que no sabemos ni lo que va a resultar de ese swing. Pues es sencillo. Se consigue a través de  la utilización del lado hábil de cada jugador (izquierdo o derecho).

El swing no reside sólo en un lado o en otro, o en lanzar la cabeza del palo o estirar de ella. El lado débil también realiza un papel fundamental porque se trata de un juego del lado derecho contra el izquierdo, o viceversa.

Así pues, aunque el swing esté basado en la parte izquierda y en los músculos grandes, estirando el palo no podrá haber una coordinación buena si no se entiende el funcionamiento de la mano derecha. Y, al contrario, el jugador de mano derecha no conseguirá sacarle todo el provecho a su swing si no entiende la función de su lado izquierdo.

Jack Nicklaus sostenía que, pese a que fundamentaba su habilidad en la parte derecha de su cuerpo, no sabía si pegaba a la bola con la mano derecha o con la izquierda. Lo que sí tenía muy claro Nicklaus, es que para lograr la correcta utilización de ambas manos sólo precisaba de un factor fundamental: apertura en el backswing.

Si buscamos enseñar a los niños a desarrollar su instinto y su creatividad debe ser siempre desde su lado hábil. Así lograremos desarrollar al máximo la creatividad, ésa que Seve adquirió de forma autodidacta en los bosques y la playa de Pedreña.

El control, la creatividad y la habilidad están sin duda en el lado hábil del jugador, por eso ‘Seve’ fue quién fue: el máximo exponente de la creatividad en la historia del golf.