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¿Nos estamos cargando el golf? Una interesante reflexión en alto de Pablo Martín

El suicidio del golf

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«Creo seriamente en que hay que limitar el vuelo de la bola… El placer en obtener distancia es simplemente relativo. La misma emoción se consigue pegándole a una bola de béisbol o de cricket 100 yardas que a una de golf, 200. Algo totalmente drástico debía haberse hecho hace muchos años. Los campos de golf están convirtiéndose en demasiado largos. Hace 20 años jugábamos tres vueltas de golf diarias y considerábamos que había sido interminable si dedicábamos más de 2 horas para jugar una vuelta… Por razones obvias, limitar el vuelo de la bola aminoraría los costes del golf y haría el juego más democrático. La única objeción que puedo vislumbrar al limitar la bola es puramente temporal. Al principio al jugador puede que no le guste drivear la bola menos distancia que anteriormente y poner en juego obstáculos que antes sobrevolaba. No obstante, rápidamente se sobrepondrá a la inconveniencia al ver que sus oponentes tienen la misma limitación y especialmente cuando encuentre que juega más golf teniendo que andar menos».

Alister MacKenzie, The Spirit of St. Andrews, publicado en 1934

Hace un par de semanas tuve la oportunidad de probar la nueva bola PRO V1 de Titleist. Gané de forma instantánea 10 metros con los hierros. Impresionante pieza de ingeniería por parte del equipo de Titleist. La bola vuela con poco spin con las maderas y los hierros maximizando la distancia desde el tee, pero a su vez es extremadamente blanda alrededor de green. Una maravilla de avance tecnológico. Sería absurdo no ponerla en juego. Gran trabajo, Titleist.

Royal & Ancient y USGA, tengo una pregunta para ustedes: ¿hay alguien en casa o están todos de vacaciones? ¿Hasta dónde van a dejar que continúe este suicidio colectivo?

El día en que el jugador con viento en contra no debía poner el tee bajo y pegarla en el centro del palo y por el contrario era mejor poner el tee alto y pegar la bola alta y lo más fuerte posible, (con suerte en la cara de un palo del tamaño casi de una raqueta de pádel) para optimizar así su spin, nuestro deporte dio ese último pasito al borde del precipicio mientras mirábamos atontados el dorado atardecer. ¡Puedo volar! gritaba, inocente…

Hay que decir que un suicidio comunal no es cosa de dos días. Se forja a través de las decisiones tomadas y no tomadas por los que regulan el chiringuito durante una serie de años. Casi 90 si nos fijamos en la fecha de edición del libro del doctor MacKenzie. Y es que a la larga tan nocivo es tomar decisiones erróneas como no tener las agallas de decidir nada. Una centena de excusas nos hemos inventado durante años para defender nuestra inacción en la lucha contra el cáncer de nuestro deporte. No hay que ser ingeniero aeronáutico o doctor como el señor Mackenzie para entender los dos problemas generales que viene afrontando el golf en las últimas décadas: se tarda mucho en jugar y cuesta demasiado.

Años atrás otros deportes se encontraron al borde de precipicios parecidos. Me llegan a la memoria el béisbol y el tenis. En el caso del béisbol, con el advenimiento de los bates de aluminio, se dio el caso de que cualquier jugador que enganchara la bola la mandaba fuera del estadio. ¡Home run!… ¡Y otro home run!… ¡¡Y otro!!… Y el público empezó a perder interés. Tras tal caída en el público que atendía los partidos, dos alternativas les aparecieron a los reguladores del juego y equipos de béisbol. O agrandaban todos los estadios de béisbol del mundo o limitaban el material. Me imagino que tras no muchas reuniones con arquitectos municipales, finalmente se decantaron por la segunda opción y decidieron prohibir el bate de aluminio solamente a nivel profesional. «El amateur puede seguir jugando con su bate de aluminio, pero el que se dedica a esto más le vale ser un bicho y pegarle en todo el centro a la bola». El golf hace años que viene escogiendo la primera opción, por mucho que el arquitecto municipal de turno se oponga.

En el caso segundo, la Federación Internacional de Tenis y los distintos torneos (en parte gracias a la presión de algunos jugadores) decidieron a finales de los noventa redirigir el deporte hacia superficies más lentas y bolas de menor compresión o más blandas en beneficio del tenis de fondo de pista con puntos más largos (y mucho más entretenido para el público) y en detrimento del saque y volea tan común con la llegada de raquetas más ligeras y mejores cordajes que beneficiaba al jugador agresivo o con un saque potente. Bajo tales condiciones nace un tipo de jugador, bajo distintas condiciones, las cualidades del animal son totalmente distintas.

Hoy en día es arriesgado decir que tenemos un Rafa Nadal con tal palmarés ya que su juego letal florece en las condiciones que se ha encontrado, pero es posible que no le hubiera sido tan fácil ganar lo mismo hace un par de décadas cuando la potencia de saque era definitiva.

De forma parecida, es igual de atrevido decir que hoy en día Seve Ballesteros no hubiera sido la leyenda que llegó a ser simplemente porque la bola de hoy en día no puede doblar desde el rough como la anterior. Pero para un genio del escapismo como Severiano, la bola de hoy en día hubiera sido Kriptonita.

No todos compartirán mi opinión, pero simplemente la bola de hoy es un marmolillo que iguala al mal pegador con el bueno y que limita al que domina la trayectoria y el vuelo de ella e impacta en el centro del palo. La bola anterior que hizo crecer a jugadores como Severiano o Chema Olazábal (genios inigualables en habilidad) revolucionaba el doble ya que había otra bola dentro de la cubierta exterior. Cuando la bola exterior ya se movía tras el impacto, la interior tardaba un poco más en reaccionar. De ahí que desde el rough, a pesar de que la cubierta exterior hacía un spin parecido a la de hoy en día, cuando la bola interior afectaba a la exterior, se producía un efecto extra. Con tal composición, antes podías pegar la bola baja y conseguir que subiera como un avión tras unas decenas de metros o hacer que girara lateralmente desde cualquier lie, incluido el rough.

Otro de los gestos más característicos que se producían con esa bola y quizás la única razón por la que la hornada de jugadores de mi generación hoy en día juega al golf profesionalmente era el backspin de entonces. Era un backspin de bola parada en el green durante un par de segundos. Lo que Fernández-Castaño denomina un ‘burrú’ en toda regla. La cubierta exterior de la bola se paraba en el green, pero la interior tenía tanto efecto hacia detrás que hacía que todo el conjunto se moviera en la dirección que fuera como cuando un coche hace chirriar las ruedas al salir en la película «60 segundos». Esa bola echaba humo en el green… La expectación de los niños que la mirábamos con ojos como platos explotaba al preguntarnos cada uno: ¿¡para dónde va a tirar esa bola!? ¿¡Y cómo de grande va a ser ese backspin!?… La respiración y el corazón se nos paraba durante ese segundo que parecía una eternidad y de pronto……¡¡FUUUUUÙÙÙÙNNN!! ¡¡BUAAAAHHHH!! ¡¡FUEGOS ARTIFICIALES!!….Nunca nadie podrá sentir lo que nosotros sentimos con esos backspin de dobles bolas en los búnkers. Es inexplicable. E incontable el número de horas dedicadas a tal misión.

El tema de la bola me fastidia por varias razones, pero la number one de entre todas las razones es por los chavales de hoy en día. Sé que se están perdiendo algo inexplicable. El placer que ofrecía esa bola que requería un control absoluto del spin axis. Una bola que requería técnica, destreza, feel, un impacto perfecto y, sobre todo, mucha paciencia. Especialmente con viento. Y por el disfrute máximo de meter una bola por un agujero de un árbol y hacerla curvar hacia la bandera en el momento exacto por combinación de impacto, línea de swing, ángulo de ataque, capacidad para leer el lie y otros muchos otros factores que nunca una máquina podrá enseñar. Y me fastidia porque no es culpa de ellos. Yo soy profesional y también me puedo adaptar a la bola nueva. Transformarme y callarme, y en vez de echar horas y horas aprochando o inventando golpes desde los árboles, dedicarme a ir al gimnasio, cambiar un tornillo y comprarme un trackman. También Miguel Ángel Jiménez es capaz de dominar y mover la bola casi como antes y ganar por todos lados (aunque él también se queje de que las bolas de hoy en día son una porquería, que lo son porque sólo se mueven lateralmente cuando fallamos el golpe), pero es imperdonable que dejemos a los estatutos (que han resultado ser unos cobardes) decidir sobre nuestro deporte sin nosotros rechistar.

La segunda y la tercera razón por las que me fastidia el tema de la pelotita blanca es porque los dos problemas grandes del golf, el tiempo que se tarda en jugar y el coste tan elevado que tiene, van en relación directa con la distancia que recorre la bola. Es de cajón. Mientras más lejos va la bola, mayores son los campos y mayores los costes fijos y de mantenimiento y el tiempo en jugarlos. La ecuación es simple. Cuando un bola con el driver pasa de volar de media 250 a volar 310, el campo que puede no le queda otra que adaptarse. Y el que no pueda que vaya tallando la caja de pino.

Hay algunos que culpan al arquitecto de golf de los problemas. Es cierto que un arquitecto con un terreno como Valderrama, planta tres alcornoques a la caída del driver y le hace al jugador irse a casa al menos con un dolor de cabeza del chichón por impacto de bellota. Otro arquitecto planta un búnker tamaño la Barceloneta en medio de la calle y hace que el jugador profesional pegue un hierro 6 desde el tee para después pegar otro hierro 6 a un green pequeño y bien resguardado por más búnkers y que joden especialmente al amateur, que en ocasiones acaba decidiendo hacerse una casa en tal idílica parcela paradisíaca. He jugado campos donde todos los pares cuatros requieren de una salida con hierro medio. Son campos divertidos para el profesional (e infernales para el aficionado) ya que tiras muchos hierros medios a green y los resultados no suelen ser muy bajos, pero algunas veces uno se pregunta por qué no ponen otra bandera a la caída del hierro de salida y convierten el campo en 36 hoyos pares tres. Últimamente el esperpento está llegando a tales niveles que no me sorprendería si el tour europeo acaba haciendo la Race to Dubai en pitch and putts. (Ver simulacro de torneo en Perth).

Algunos insisten en la mejora en la preparación física de los profesionales como culpa principal. Esta última excusa es de hecho la preferida por una gran sector de defensores del deporte moderno a todos los niveles. «Los de hoy somos los mejores». Es esta excusa común, incendiaria y de fácil lanzamiento cual cóctel molotov, sobre todo cuando no hay muerto que diga lo contrario. No obstante, según diversos estudios actuales, muchos de los récords sagrados de hoy en día no lo serían tanto en condiciones parecidas con muchos de nuestros ancestros. (Un inciso aquí. Nuestro hombre más rápido, Usain Bolt, habría sido batido en un sprint por cualquiera de nuestros ancestros aborígenes australianos que tenían piernas más largas y fuertes que el humano moderno. ¡Se estima que el Usain Bolt de entonces hubiera podido llegar a correr 21 kilómetros por hora más rápido que el jamaicano!*). Hay muchos otros ejemplos sin tener que irnos miles de años atrás en nuestra historia para dudar de que el tenista o golfista de hoy en día le pegue más fuerte a la bola porque tiene su equipo de masajistas activando los glúteos antes de salir a la cancha. No me cuenten que un Jim Barnes, Sam Snead o Arnold Palmer no estarían hoy en día rozando las 400 yardas porque no hacían abdominales por las mañanas.

El tema es que venimos saltándonos muchos de los controles de carretera de forma temeraria, emborrachados hasta las trancas y ahora nos vienen con aspirinas. Cuando un campo que antes requería un recorrido de 4.000 yardas llega a medir 8.000, nos hemos pasado tres pueblos. Cuando las vueltas empiezan a tomarnos 6 horas, pero el día con sus obligaciones siguen teniendo las 24 de siempre, tenemos un problema, Houston. Ahora habla la Royal & Ancient de aplicar el formato de «ready golf». Esto es: que el que esté listo le pegue saltándose el orden de juego por etiqueta. De hecho, ese ready golf que anuncian como la solución a todos los problemas y que van a poner a prueba en los torneos importantes amateurs como el British Amateur y quizás hasta en el Open, es rutinario en los torneos universitarios desde hace más de una década. Los resultados son magníficos y ocurre que vueltas mortíferas de más de 6 horas se ven reducidas en incalculables minutos de vida (Ironía: no cambia nada).

Es un formato especialmente bueno ya que te puedes hacer el loco de camino al par tres de turno y así hacer que el otro pollo pegue primero y ver qué palo juega. La mitad de las veces acabas terminando el hoyo y poniendo la bandera solito cuando los compañeros ya han pegado el golpe de salida del hoyo siguiente. Hay veces en las que el grupo acaba de jugar y el lento de turno todavía anda en el hoyo 14. Con este formato, combinado con cómo se juega al golf en Estados Unidos hoy en día (vengo de jugar dos previas de torneos del tour americano y un torneo de minitour en Florida donde era obligatorio jugar en coche), juro que a la próxima grito que paren el autobús que yo me bajo. Se les ha ido de las manos y no ha sido de la noche a la mañana.

No podemos olvidar como correctamente anuncia MacKenzie en su último libro antes de fallecer en 1934:
«el objetivo básico del golf por encima del debate de si es un juego o un deporte, es que se trata de una actividad de ocio y una forma de darnos salud y placer. «Golf is played for fun». La única razón existencial del golf y de cualquier otro deporte es que promueven la salud, el placer y hasta la prosperidad de una comunidad. Es sorprendente cuan pocos políticos y demás se dan cuenta del impacto de campos de juego tanto de golf como de otro tipo. Pareciera como si cualquier cosa que promueva felicidad fuera el demonio y hubiera que gravarla a impuestos hasta hacerla desaparecer». (Aplíquense en 2017 respecto al cierre de instalaciones del Canal de Isabel II).

 

Llevamos unos años en caída libre hacia el vacío y cada vez más voces empiezan a gritar alocadas al ver el piso cada vez más cerca. Lo que tienen estos suicidios en grupo es que de vez en cuando aparece alguien que crea la duda y el cura acaba saltando solo. Esperemos que sea pronto porque la Iglesia sigue con sus salmos. Mientras tanto, los profesionales iremos preparando la cartera para pagar las multas que nos vienen encima, a la vez que los amateurs necesitan un saco de bolas y una excedencia laboral y matrimonial para jugar una vuelta de golf.

*Peter McAllister. Manthropology: The Science of Why the Modern Male Is Not the Man He Used to Be