Aunque sea una imagen desagradable, es probable que la hayan contemplado alguna vez: un padre delante de su hijo de diez años mientras pega bolas al infinito, corrigiéndole constantemente, sacando tiempo como pueden de clases del colegio, inglés… Todo es poco para que el pequeño tenga hueco para poder tirar una bolas, meter 100 putts seguidos, seguir mejorando. Y digo que puede ser desagradable porque, a pesar de que seguramente el padre quiera lo mejor para su hijo (o para él, quién sabe), está cometiendo un error de bulto: si lo que pretende es que su hijo sea el mejor golfista del mundo, tiene que sacarle también de la cancha de prácticas.
Hubo un tiempo no muy lejano en el que toda teoría de desarrollo de deportistas de élite se basó en ideas simples. Seguro que muchos han oído hablar de la teoría de las 10.000 horas para convertirse en un experto, popularizada por Malcolm Gladwell allá por 2008. Ya lo saben: dediquen ese tiempo a cualquier actividad en concreto y controlarán perfectamente el campo en cuestión. Esto aplicado al golf es el ejemplo que les ponía más arriba: “Si mi hijo practica todas las semanas durante 10 horas, al final del año habrá acumulado más de 500 horas de prácticas. Cuanto antes empiece a jugar al golf y cuanto más lo haga, mejor”.
La realidad es que la teoría de Gladwell se ha demostrado poco efectiva no solo en el golf, sino para muchas otras actividades diferentes. En el caso de nuestro deporte, se ha demostrado que los mejores resultados llegan cuando se siguen las pautas de un deporte de especialización tardía. Es el mismo caso que muchos deportes de equipo (fútbol, rugby) o de deportes de contacto (boxeo, artes marciales). En estos, los movimientos más específicos de las diferentes disciplinas se enseñan y entrenan a una edad más tardía que, por ejemplo, la gimnasia, el patinaje artístico o el tenis de mesa. ¿La razón? Los niños y niñas se ven más beneficiados por entrenar y mejorar en áreas distintas.
VENTANAS DE OPORTUNIDAD
Este concepto, junto al de edad biológica, es en el que se basan teorías como la del Desarrollo Físico de la Juventud (Youth Physical Development Model), desarrollado por Lloyd y Oliver. En el cuerpo humano se han identificado momentos en los que naturalmente las personas nos adaptamos más rápidamente a una serie de cualidades físicas o biomotoras, Por ejemplo, un preadolescente tiene una capacidad aumentada para desarrollar fuerza, velocidad, fuerza explosiva y resistencia. Esto no son conceptos que me saco ahora de la manga, sino que se estudian por separado en biomecánica y ciencias del deporte.
¿Qué sucede si ese preadolescente no realiza ejercicios o entrenamientos que favorezcan el desarrollo de esas capacidades? Pues que perderá una ventana de oportunidad única a lo largo de su vida para ser más fuerte, más rápido, más explosivo. Se preguntará con 25 años junto a su preparador físico, si es que ha llegado al Circuito Europeo, qué hacer para ganar más distancia. ¡Podría haberla ganado jugando al rugby una vez a la semana con sus amigos de la infancia! ¡Corriendo por el pueblo detrás de su perro y un balón! Alejándose, en definitiva, de la cancha de prácticas.
Las ventanas de oportunidad dependen de cada individuo y de su edad biológica (ya saben, no es lo mismo algunos chicos y chicas de 12 años, ya casi desarrollados por completo, que otros que parecen tener todavía 10). Es por eso imposible decir aquí que lo mejor para un chico es especializarse en el golf a partir de sus 16 años, ya que ese número variará dependiendo de su desarrollo físico. Sí es posible, sin embargo, decir bien claro que cualquier chico que con 10 años sólo practica golf está perdiendo oportunidades de ser el mejor golfista posible cuando cumpla los 25.