Querido Amateur (y que conste en acta que aquí incluyo a los de cualquier género, aunque de condición sea solo a ‘los de a pie’):
sean cuales sean tus niveles de autoexigencia, el golf es una de las pocas cosas que te puedes permitir hacer mal -o incluso rematadamente mal- una y otra vez. Es más, puedes hacerlo todo bien e incluso perder. Hay que dejar el perfeccionismo en el tee del uno y ajustar expectativas. Tienes el lujo del error e incluso de poder de ser reincidente. Nadie te pide que te equivoques rápido y sin que te cueste dinero como en el mundo de la innovación empresarial.
Tampoco eso debería tener consecuencias sobre tu ego (sea o no el de un viejo rockero). Bob Rotella, el afamado psicólogo deportivo, debería obligar a que esos cada vez menos ilusionantes ‘kits de bienvenida’ de los torneos incluyeran octavillas que te recordaran que “si ligas tu autoestima y, por ende, tu confianza, a tu resultado, el juego te dominará siempre”.
Si has elegido este satánico deporte (o él te ha poseído a ti), seguro que es por otras motivaciones que no están relacionadas con ganarte la vida (afortunadamente para la mayoría de nosotros, porque sería una ruina financiera y hasta emocional). Cuando el golf deja de ser un puro juego, de alguna forma, la presión ya no es solo por la excelencia, sino que se contamina con el puro ánimo de lucro. Si no que le pregunten a Lee Treviño quien, con ese agudo y descontracturado humor, explicaba muy bien que la verdadera presión es “lo que se siente cuanto intentas meter un putt sobre el que te has apostado cinco dólares cuando solamente tienes dos en el bolsillo”. Y eso por no abundar en las penalidades de Ben Hogan, quien durante demasiado tiempo perdió dinero jugando al golf teniendo que vivir al día, dormir en el coche y compartir los sándwiches con su incondicional Valerie (ese sustento emocional que suele haber detrás de todo gran hombre).
Recuerda, querido Amateur, que el golf no solo no te da de comer, no es el deporte de la perfección y tampoco es justo (aunque te exija actuar como si lo fuera). Como verbalizó Jordan Spieth: “Puedes ejecutar el golpe perfecto y aun así terminar en una chuleta” (y, que yo sepa, pese al clamor popular, todavía ni la R&A ni la USGA están pensando cambiar la tan controvertida norma para permitir el más que merecido alivio). Que el golf sea un deporte inherentemente injusto y te obligue, como a Scheffler en el PGA del 2025 o a Jon Rahm, en el Masters del 22, a pegar una bola embarrada en el medio de calle, tú tienes que aceptarlo como parte de su magia y del reto al que te enfrentas cada vez que inicias una vuelta.
Para que tu idea de la justicia sea algo más elevada que la de Doraemon, déjame que te recuerde que, han sido muchísimos los pensadores que a lo largo de la historia han tratado de definir lo que es justicia (Aristóteles incluido). Y dejo ahí la pulla como acicate a que sigas leyendo en lugar de volver a las redes. Dale a tu mente un descanso y activa la visualización, fomenta la disciplina y termina el artículo que tu swing te lo agradecerá. Pues bien, a mediados del siglo pasado, Kelsen, un famoso jurista racionalista y filosofó del derecho, se lo preguntaba casi cada mañana, camino de la Universidad de Berkley. No era jugador de golf, y por eso pudo ser un escritor muy prolífico, pero, si lo hubiese sido, habría concluido también que justicia y golf no siempre maridan y que el golf te expone a una ilusión de control donde solo puedes dominar tu intención, pero no el resultado.
Cuando tu mente espere justicia y que, por ejemplo, un buen entrenamiento conlleve necesariamente un buen resultado y esto no se produce, mi querido aficionado al golf, tienes que conseguir gestionar la disonancia emocional que se produce y, ojo, que tus compañeros de partida no merecen ni tienen que ser testigos de ciertas reacciones ni tan siquiera en el puerto seguro de un entorno de gran confianza.
Lo que el golf ha unido que no lo separe una pésima gestión de la frustración. Tira de calma, de concentración y de conexión contigo mismo y, firmes la tarjeta que firmes, seguro que alguien agradecerá el ejemplo de actitud y, si me apuras humor blanco (que, dicho sea de paso, no debería ser muy diferente a con la que te manejas en tu día a día).
Ni siquiera te estaría permitido tener reacciones emocionales tan intensas, por utilizar un elaborado eufemismo para vandálicas, como las de Koepka en el LIV de Dallas, Clark en el PGA o en US Open del 2025, o blasfemar como Rambo en Valderrama aunque hubieras jugado como ellos y/o te estuvieras enfrentando a su misma angustia.
Marco Aurelio desde el poder del imperio romano, o Victor Frank desde el horror más absoluto de un campo de concentración, coincidieron en algo que todo golfista tendría que acabar entendiendo: no puedes controlar lo que pasa, pero sí puedes decidir cómo reaccionas. Ya lo decía el afamado instructor Harvey Penick con esa sabiduría sencilla y directa que le caracterizaba: “una mala actitud es como una rueda pinchada, no puedes avanzar hasta que no la cambies”.
Seguramente, si te preguntaras las razones por las que juegas al golf estas serían de lo más prosaicas y, por supuesto, legítimas. Sin embargo, te animo a que en un juego donde en las retransmisiones y crónicas abundan adjetivos como sublime, excelso, imperial, regio, descomunal o soberbio, no te puedes conformar con explicar que lo juegas solo porque es más fácil arreglar tu swing que tu vida.
Tienes que hacer honor a tu condición de Amateur y eso significa jugar por amor al golf, sin más. Eso, además, te hará más libre, como la verdad (veritas, como dicen en Harvard). Si también lo acompañas de pasión, ética y satisfacción personal, entonces seguro podrás mirar a los ojos al mejor amateur de todos los tiempos: Bobby Jones. En su condición de leguleyo, -porque a los 28 años, después de ganar el Grand Slam de su época, por pura convicción personal, colgó los palos para vestir la toga- fue, además, el adalid de cómo unir el rigor y el deber ético que exige el derecho junto con la disciplina mental que requiere el golf. Si para Mr. Jones el golf fue solo una parte de su vida -y no toda su vida-, para ti debería ser solo pura diversión porque, además, tomártelo demasiado en serio y dejar que te devore, aunque sea entre golpe y golpe, como dijo Tommy Armour, campeón del US Open de 1927: “Te romperá el corazón”.
El que acabó siendo el cofundador de Augusta National Golf Club y el Masters y uno de los que seguramente hubiera podido vivir del golf mejor que bien, siempre quiso tener una carrera en la que pudiera servir a otros. Eso le permitió salir del juego, como el mismo dijo, “con el alma en paz y sin haberse traicionado. Jugó con respeto, lo dejó sin pedirle nada y nunca permitió que el dinero decidiera por él”.
Mientras tanto, Hans Kelsen, el que se peleaba con el concepto de justicia, por aquel entonces a miles de kilómetros de Massachusetts, -donde en 1925 se disputó el US Open- y desde luego, ajeno al golf, seguramente, habría admirado más a Bobby Jones por su gesto de integridad que por sus logros golfísticos. En aquel torneo, Jones se impuso a sí mismo una penalidad en el hoyo 11 por un leve movimiento de bola que nadie había visto e incluso se mantuvo firme cuando el árbitro le puso de manifiesto que él era el único testigo.
Porque Kelsen, como Bobby Jones, tampoco habría entendido que le felicitasen por su honestidad y, seguramente, él también habría secundado la opinión de que congratularle por ello sería como hacerlo por no robar un banco. Eso sí, este poderoso y radical gesto de caballerosidad desafió todas las teorías de Kelsen, demostrando que hay escenarios donde la justicia nace del respeto interno a las normas y no del miedo a una sanción. Las consecuencias de lo que hizo Bobby Jones tienen más trascendencia si cabe pensando que perdió en el playoff contra Willie MacFarlane. Y, aun así, o tal vez por ello, su nombre brilla más que la copa de plata maciza.
Por eso, querido Amateur, cuando después de una ronda mala, de esas sobre las que entre dientes se bromea que suele ser mejor que una buena tarde en la oficina, te preguntes por qué no vendes lo palos en Wallapop, en lugar de pensar en ese golpe dopamina que querrías poder repetir, entiende que el campo de golf es el sitio donde la vida te acerca, aunque sea solo por un instante, a lo que querrías ser fuera de él. Y si, además, ese día jugaste con alguien que te hizo reír, compartiste frustraciones sin drama, te recomendó un buen libro, te dio un consejo solo cuando lo pediste, o celebraste su golpe del día como si fuera el tuyo, entenderás que incluso a veces el golf puede ser, como el famoso libro de Delibes, Cinco horas con Mario (si el juego es lento): una conversación, incluso silenciosa con otro Amateur amigo, interrumpida tan solo por algunos golpes.