Por David Durán
Sergio y el golf se separan temporalmente después de unos cuantos años de intenso y apasionado noviazgo y once más de matrimonio con sus altos y bajos…
Necesita bajarse del tiovivo, subir al monte y mirar desde lo alto con otra perspectiva. Parece razonable. Esto no viene de dos días atrás. Hace años que mantiene agrias discusiones con el amor de su vida, el golf. Es más, según entiendo yo, el fondo de la cuestión en realidad es que Sergio todavía no ha asumido que el golf es el amor de su vida. Y que las parejas mejor avenidas se tiran los trastos a la cabeza un día sí y otro también.
Este es hoy su particular callejón sin salida: le da auténtica pereza hablar de golf, pensar en golf, sentir el golf. Sin embargo, aunque no lo admita, es su vida.
Necesita llegar a un ‘acuerdo’ consigo mismo. Y a su manera. No le pidamos a Sergio que ame y entienda este deporte del modo reflexivo y apasionadamente sereno de José María Olazábal. O que lo viva como ese torbellino irrefrenable de ambición, poder y carisma que es Severiano Ballesteros. Que Sergio vaya en sus tiempos y a su modo.
El golf es un amante cabrón e ingrato. Infiel por naturaleza. Pero absolutamente arrebatador. Entiéndelo cuanto antes, estimado Sergio García.
Creo que antes de lo que él mismo sospecha, echará de menos la bolsa y los palos. La competición. Las mariposas revoloteando en el estómago al pie del tee del hoyo uno.
