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ENTRE PABLOS

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Por David Durán, redactor del diario Marca 

El domingo me puse a ver el Open de Francia con la esperanza de que Pablo Larrazábal consiguiera un puesto entre los cinco primeros…

Así que vayan desde aquí mis disculpas por mi falta de fe. Su triunfo fue 'monstruoso', y no por feo, sino más bien por el tamaño y el peso de la gesta. Me emocioné de verdad.

Si sirve como desagravio, puedo jurar que luego, horas más tarde, mientras celebraba en la calle el triunfo de España en la Eurocopa, también me acordé de brindar por Pablo. Y bromeaba con un amigo: "hay que ver la de gente que está en la calle por la victoria de Larrazábal…".

El golf es un deporte lleno de matices y parece como si el rendimiento de un profesional de élite pendiera siempre de una enorme maraña de hilos frágiles y caprichosos. Se rompe uno, y si no eres Tiger, ya puedes despedirte de ganar esa semana. Por eso, resulta de vital importancia que un jugador pueda demostrarse antes o después que es capaz de ganar, que tiene juego suficiente para tumbar a los mejores. Eso ya lo ha conseguido Pablo. Reciba mi más profunda y sincera enhorabuena. Fue admirable lo que hizo. Supongo que Monty se lo pensará otra vez dos veces antes de decir lo que dijo el sábado por la tarde… Ya ven: Montgomerie y yo, uno desde su bien labrado pedestal y otro en el salón de su casa, y los dos hombres de poca fe. Me disculpo de nuevo.

Pero quería yo referirme también a otro Pablo que hoy es la cruz de la moneda. Pablo Martín Benavides lleva seis torneos sin pasar el corte (en Gales se retiró por lesión) y ha preferido no jugar las previas del British. ¿Qué se puede decir ante esto? 

A mi lo que me gustaría es, desde este rincón del universo-Internet, enviarle un mensaje de ánimo y tranquilidad. Seguramente sea para él hora de 'resetear'. Y de trabajar duro, quizá después de un corto e intenso parón que ayude a liquidar impurezas de la cabeza, no lo sé… Sólo él sabe lo que está sufriendo y, verdaderamente, lo siento.

Querría decirle que no hay prisa. Que le esperamos con paciencia infinita. Que, como decíamos antes, él ya se ha demostrado y ha demostrado al mundo que puede batir a quien sea. Que trate de ver las cosas con perspectivas profundas y vitales: hay cosas mucho peores que dejar de pasar cortes. Sin que ello menoscabe una furibunda ambición deportiva, no tiene por qué. Que confíe más en su instinto de extraordinario jugador. Que saque su golf del estómago. Instinto, instinto… Y que quizá él ahora no lo vea claro (seguro que no…), pero que es en estos momentos, a las malas, en las duras, donde se forjan los campeones, donde se ensanchan las espaldas.