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Erin Sand vuelve a los ruedos literarios del golf para dejarnos sus impresiones

Regreso al futuro

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Rickie Fowler, en el Phoenix Open.
Rickie Fowler, en el Phoenix Open.

I guess, hello, world, huh? Soy Erin Sand y el calor de la emotiva despedida a Javier Pinedo, una destacada figura del periodismo golfístico, ha sido el detonante para sacarme del estado de hibernación en el que me he refugiado durante casi dos lustros por necesidades de un guion que se llama ‘optar por seguir trabajando el swing’, que es igual de esquivo que la musa que me ayudó en su día a vivir en abril angustias mil, desmontar a Gary Player, unir por un destino trágico a dos campeones, como Payne Stewart y Tony Lema o reflexionar sobre la importancia del juego mental de la mano del querido Watson.

La elección no es fácil cuando se es a la par una apasionada del golf y de la escritura y en, ambos casos, sin la pericia ni la destreza de un profesional de cualquiera de los negociados. Seguramente un dilema análogo al de optar por jugar en el PGA Tour o en el LIV, aunque sin estar influida por el poderoso caballero, pero sí, como decía Steve Jobs, por otro recurso más valioso y limitado, el tiempo (o la falta de).

Gary Player
Gary Player y su caddie, Rabbit, tras su último triunfo en el Open de Sudáfrica en 1981.

Hay que administrarse, porque las necesarias horas de práctica, de las que hablaba Gary Player, para conseguir llamar a filas a la inspiración o a la consistencia y la eficacia en el swing son muy escasas cuando una no es dueña de una agenda que revienta de otras más que obvias prioridades, por cierto, muy de pirámide de Maslow o incluso más prosaicas.

Hace diez años, cuando escribí de la mano de Óscar Díaz las crónicas de golf, cuya lectura recomiendo porque siguen siendo de rabiosa actualidad, tuve esa clase de osadía típica del ignorante que afortunadamente no me llevó donde los ángeles temen pisar. Ni siquiera hubiera podido padecer el síndrome de la impostora. Por aquel entonces, al oír hablar del ganador del AT&T Pebble Beach, Jimmy Walker, solo se me venía a la cabeza una conocida marca de whisky, sin embargo, hoy ya lo tengo identificado incluso por su afición a la astrología. Una vez más, el tiempo entra en escena, pero esta vez como profesor mitigando la falta de conocimientos y competencias.

Hubiera querido poder contar que durante todo este tiempo me he dedicado, como el envidiado por cualquier geek del golf que se precie, Dylan Dethier, a buscar la esencia del golf jugando todos los campos de golf de mi particular bucket list

Hubiera querido poder contar que durante todo este tiempo me he dedicado, como el envidiado por cualquier geek del golf que se precie, Dylan Dethier, a buscar la esencia del golf jugando todos los campos de golf de mi particular bucket list o que me he pasado siete días en Utopía preguntándome cómo puede un juego tener tanto efecto en el alma de un hombre, mientras me dejo aleccionar por Robert Duvall (aunque también me habrían servido combinar lecciones de golf y periodísticas de la mano de David Duval o de Mark Immelman), pero la ciencia ficción la dejo para otras cuestiones muy reales que suceden en los grandes circuitos y hasta en las mediocres pachangas todos los fines de semana.

Anthony Kim, en la Ryder Cup de 2008 en Valhalla.
Anthony Kim, en la Ryder Cup de 2008 en Valhalla. (Photo by Eoin Clarke/GOLFFILE)

Desde luego, cualquier atento y perspicaz lector ya habrá concluido que mi historia tiene mucho menos misterio y morbo que el que envolvió a Anthony Kim durante su también prolongada ausencia, enredos con el supuesto cobro de una jugosa póliza de seguro incluidos. Cuerpo a tierra marines, porque ni siquiera llegué a consolidarme como plumilla del golf y, además, me he parapetado en un alias que evita el escrutinio público, los prejuicios y las críticas que buscan la polémica. Nada es más intrigante que lo que no se dice.

Detrás de mi construido seudónimo, Erin Sand, está un triple homenaje a una escritora adelantada a su tiempo, como George Sand, una activista, como Erin Brockovich, que por una causa noble y justa se atrevió a ejercer apasionada y exitosamente de abogada sin serlo y un ilustre del periodismo de golf como Herbert Wind, al que la creatividad le sobró hasta para bautizar el Amen Corner. Si olvidar el toque de humor que supone la ironía de que el palo que peor manejo de mi bolsa sea, justamente, el sand.

Detrás de mi construido seudónimo, Erin Sand, está un triple homenaje a una escritora adelantada a su tiempo, como George Sand, una activista, como Erin Brockovich, que por una causa noble y justa se atrevió a ejercer apasionada y exitosamente de abogada sin serlo y un ilustre del periodismo de golf como Herbert Wind

Intentar aunar el estilo literario de George Sand, de Herbert y la determinación de Erin no son malas hojas de ruta cuando se trata de entretener y conectar con un lector objetivo que busque algo diferente, disruptivo y que una el golf con lo cotidiano, lo emocional, lo histórico o lo formativo. Por eso suscribo íntegramente el mensaje del curioso tatuaje que lleva Pavon en su mano y que les invito a que indaguen.

Señoras y señores, me debo a la noble y justa causa de compensarles por dedicarme un precioso tiempo con un alto coste de oportunidad. Dejo a gusto del amable lector, si quiere evasión previa o posterior a una ronda, darse al multitask mientras elige entre MAX o Movistar, o matar tiempo durante esas más de cuatro horas televisivas de golf, cuyo origen es que los conceptos de ‘demora indebida’ y los cuarenta segundos máximos para ejecutar un swing están demasiado prostituidos en la práctica.

La buena nueva es que leer libera mucha menos dopamina, de esa que trastoca las funciones neurológicas, que una excursión a la nevera o una minidosis de reels cualquiera que sea el contenido impuesto por el algoritmo que Vd. paciente y ocupado lector, seguro que ha alimentado sin enterarse.

Tyrrell Hatton protesta durante la tercera ronda del LIV Golf Andalucía.
Tyrrell Hatton protesta durante la tercera ronda del LIV Golf Andalucía. (Photo by David Cannon/Getty Images)

En todo caso el leitmotiv va a ser un deporte para el que adjetivos como adictivo y apasionante, a la par que exigente, frustrante o intimidante, se quedan cortos. Pregunten si no a profesionales como Hatton después de ejecutar lo que él considera un mal golpe, a Wyndham Clark (W.C. para sus detractores, como Alejandro Larrazábal) –antes de pasar por la consulta de la afamada psicóloga deportiva Julie Elliott. Por cierto, para quien no la conozca la puede visualizar como la versión americanizada de Joseba del Carmen, pero sin ese pasado de desactivador de explosivos de la Ertzaintza–. Todos sabemos que el swing es el espejo del alma y pone al descubierto muchas más cosas que los típicos pantalones de ciclista, los atuendos de Jason Day o el traje de camuflaje de Fowler. Además, quien esté libre de una reacción inadecuada que tire la primera piedra (antes que un palo al lago del 18 como mi idolatrado Mcllroy, en el WGC Cadillac Championship del 2015).

En todo este tiempo el mundo del golf ha evolucionado y se ha revolucionado a la par. La tecnología ya no sólo se dedica a mejorar los materiales y gestionar los campos, sino la forma de entrenar, de enseñar, de definir estrategias de juego, de elegir a los jugadores de la Ryder (y, si me apuras, hasta de poder verles la cara cuando el capitán se lo comunica formalmente, pero en remoto).

La inteligencia artificial no sólo ayuda a mejorar el rendimiento de los jugadores analizando el swing, personalizando entrenamientos, recomendando palos, sino que, si me apuras, consigue identificar antes a los unicornios del golf –al más puro estilo Aberg–, que el campo de Winged Foot preparado para el US Open y, además, sin tanta masacre. Creo que ahora Fitzpatrick mira pensativamente todas esas cajas que guardan libretas donde lleva meticulosamente anotados todo y cada uno de los golpes de una carrera profesional que vi despegar precisamente en 2014 junto con la de Justin Thomas y Tony Finau. Seguro que Dodo Molinari le saca un partido extraordinario a ese lago de datos atesorado con tanto tesón.

Jon Rahm y su padre Edorta posan con el trofeo de ganador del Masters de Augusta. © Golffile | Fran Caffrey

Hemos vivido el golf sin público, un cisma en proceso de reconstrucción en el PGA TOUR, el nacimiento del golf en un estadio, la redención de Tiger al conseguir otra Chaqueta Verde y sus esfuerzos por volver, la irrupción en el mundo del golf de un gladiador vasco, señalado por los dioses y con debilidad por las palmeras de chocolate y su conquista de dos grandes, así como el ansiado triunfo de Sergio García también en Augusta en el que hubiera sido el 60 cumpleaños de Seve.

Hemos entrado a los vestuarios más selectos, de la mano de las grandes plataformas para ver atarse los zapatos o elegir un modelito a la mujer de un ganador de cinco grandes

Hemos entrado a los vestuarios más selectos, de la mano de las grandes plataformas para ver atarse los zapatos o elegir un modelito a la mujer de un ganador de cinco grandes, superamos a Estados Unidos en el número de Ryders ganadas (desde que se compite como Europa) y la armada española se ha consolidado como referente de éxitos y alegrías (y como diría David Durán “lo que te rondaré morena”).

Coge aire porque sigo: algunos de los grandes circuitos han cambiado de nombre y de gobernantes –justo cuando había conseguido aprendérmelos–, a excepción de Korda, el LPGA sigue dominado por apellidos también difícilmente memorizables. Por no hablar de que la industria y el número de aficionados ha crecido exponencialmente (en España tenemos ya 305.000 licencias).

Puedes empezar a exhalar y seguro que está lectura te ayuda tanto como una respiración Sama Vritti: el redoble de tambores es para subrayar que, aunque en 2018, casi como recién salido del seminario por su aspecto de paciente jesuita, entró en juego el poco ortodoxo swing de Scheffler, tristemente, todavía no hemos podido todavía ser testigos de cómo Rory completa su Grand Slam.

Polémicas aparte sobre el ansiado abrazo entre Al-Rumayyan y Jay Monahan, la longitud de los campos o los nuevos estándares de prueba de las bolas –que entrarán en vigor el año que viene– si hay algo sobre el futuro de golf que tenemos que preguntarnos es, precisamente y como dijo Bezos, aquello que seguro no va a cambiar. Dejo que cada lector se ponga el traje de cosmonauta del tiempo e imagine el contenido del anuncio de Rolex que veremos dentro de otra década con los valores que siempre se asociarán al golf.

tristemente, todavía no hemos podido todavía ser testigos de cómo Rory completa su Grand Slam.

Por si no estás en tu momento más creativo, en lo que seguro que todos los que habéis llegado hasta aquí (espero que no en apnea respiratoria) estáis de acuerdo es en las sensaciones de grandeza, genialidad, épica, nostalgia e inspiración que produce el rememorar a Gary Koch repetir tres veces “better than most”. Seguro que en los diez años venideros el golf nos va a seguir dando momentos de emoción, celebración, inspiración de las mejores crónicas. Sean pacientes y acompáñenmme en el viaje a Ítaca que debería ser tan largo como pedía Kavafis o como el recorrido por la calle de un par cinco con el putt en la mano.

2 COMENTARIOS

  1. Grande Erin, escribes tan bien como haces otros miles de cosas que disfrutamos tus compañeros de vida santanderina

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