No sólo de Candelario vive el hombre. Aquí me quedé en mi último texto, pero hubo más. España tiene miga. Ciudades y pueblos. Con el petate a cuestas anduvimos cerca de localidades como las abulenses Piedrahíta, Navacepedilla de Corneja, Muñotello y Muñopepe; las madrileñas Valdemanco, Guadalix de la Sierra y Rascafría; las segovianas Cerezo de Abajo, Boceguillas y Villalvilla de Montejo; las burgalesas Pardilla, Fuentespina, Quintana del Pidio, Gumiel de Mercado, Bahabón de Esgueva, Cilleruelo de Arriba, Vivar del Cid y Cogollos; las alavesas Legutiano y Ullibarri de los Olleros; las vizcaínas Arrigorriaga, Lemona, Elantxobe, Mundaka y Muskiz; las riojanas Anguciana, Ábalos, Cuzcurrita del Río Tirón y Tricio; las cántabras Sobrazo, Allendelagua y Espinilla; las asturianas Quintueles, Porrúa, Niembro, Infiesto, Venta las Ranas, Poo, Olloniego y Ujo; las leonesas Rioseco de Tapia, Santa María del Páramo y Toral de los Guzmanes; las zamoranas Santa Cristina de la Polvorosa, Paradores de Castrogonzalo, Castropepe, Faramontanos de Tábara, Granja de Moreruela, Manganeses de la Lampreana, Montamarta, Villalpando, Moraleja del Vino, Cazurra, Peleas de Abajo y El Cubo de Tierra del Vino; las salmantinas Gallegos de Solmirón, Aldeaseca de Armuña y Pedrosillo de los Aires; las cacereñas Zarza de Granadilla, Carcaboso y Rincón de Ballesteros; las pacenses Torremejía, Los Santos de Maimona y Villagonzalo; la onubense Santa Olalla del Cala, y las sevillanas El Ronquillo y Las Pajanosas. Estoy por mandarle el blog al viajero Labordeta…
En los viajes, teoría que siempre he defendido, te marca la gente. Y hemos tenido una potra digna de mención. Mi familia salmantina nos recibió con honores de jefe de Estado en el Cervantes de la Plaza Mayor; dos de sus hijos nos sacaron de paseo por Madrid, pese a que nos quedamos sin ver la exposición de Sorolla (siempre odié, será por mi sangre castellana, las rimas ordinarias); en Burgos no sólo hay piedra, aunque la de la catedral la han dejado como una patena desde la última vez que estuve, y Eloy, Diego, Jorge y Lorenzo (felicidades a este último por la inminente paternidad) ejercieron de fabulosos anfitriones, aunque no pudieron acompañarnos al monasterio de Las Huelgas, patrimonio nacional y nada que ver con mi apellido y sí con el descanso de los monarcas, por su falta de holgazanería en días laborables; en Vitoria sólo hay palabras de agradecimiento a Bittor, donostiarra de cuna y gasteiztarra de corazón, quien se las compone como sea para librar cuando allí voy, unas veces para guiarme por las obras de la catedral, donde se alza a la entrada un busto al escritor Ken Follet, y otras para echar el día en la alavesa Laguardia (donde nació Samaniego, el fabulista) y, al día siguiente, plantarnos en Guernica/Gernika para presentarnos a su amigo Jon, un vasco con chispa gaditana (le faltó tiempo para hacer sonar en su coche a Paco de Lucía cuando se enteró de nuestra procedencia) que se desvivió con los foráneos y que no eludió hablar de temas espinosos delante mismo de la Casa de Juntas, donde está plantado el roble símbolo de los euskaldunes (un inciso: le pido disculpas a Bittor por la lata que di por falta de oxígeno al volver de la preciosa ermita de San Juan de Gaztelugatxe); en Asturias nos recomendaron un coqueto hotel en la playa de Rodiles, en el término de Villaviciosa, cuartel general desde donde nos movimos a Gijón, Oviedo, Avilés, Lastres, Ribadesella (que cuenta con un bucólico merendero en Tereñes) y Llanes, bellísima localidad costera en la que Alfonso y Carmen actuaron de cicerones ejemplares tanto para mostrarnos la inolvidable playa de San Martín como para conducirnos al Paseo de San Pedro y poder apreciar las espectaculares vistas con los Cubos de la Memoria de Ibarrola a nuestros pies…
Traslado mi sincera gratitud a todos aquellos que propiciaron, con su cortesía desmesurada, que este viaje haya sido una gozada que para nuestros ojos se queda. Y para nuestro paladar, que en el norte cualquier alimento es exquisitez. Prometo mi vuelta y seguiré promocionando aquella tierra como algo propio, como la España profunda, refiriéndome a la idiosincrasia de cada sitio, a la raigambre propia que nos hace a todos formar parte de un país multicultural. Dicha la cursilada, me voy al catre. Buenas noches.