Rara vez pego botes en un sofá viendo golf. De hecho, creo que sólo una vez había pegado un brinco delante de la televisión: cuando Miguel Ángel Martín embocó aquel putt en el 18 de St Andrews en la Dunhill Cup…
Pero lo de ayer fue otra cosa. No es que pegara botes, es que tenía un resorte. Especialmente cuando Justin Rose embocó el putt del 17. Creo que ese fue un momento fundamental.
Más en general, la clave por supuesto estuvo en esos cinco primeros partidos, que arrastraron a todo el equipo. Hemos asistido a un momento histórico, a algo que no se repetirá. Si todo esto no sirve para que le den al menos el Príncipe de Asturias a José María Olazábal, yo no sé qué es lo que hará falta…
Me he alegrado especialmente por Martin Kaymer. Porque sé lo mal que lo había pasado hace dos años, en Gales, pensando que no había estado a la altura en la Ryder. Y también porque sea un alemán quien lo consiga, después de lo que le ocurrió a Langer en el 91. Lo que son las cosas: Kaymer ha sido el rescate alemán de Europa…
También me acuerdo ahora de Francesco Molinari y no sabéis lo que me gusta que haya sido él quien diera la victoria redonda al equipo.
Como no podía ser de otro modo, es por Chema por quien más le alegro. Hemos asistido en primera línea al año de locos que ha llevado, Ryder para arriba, Ryder para abajo, y resulta que luego, cuando llega la semana de la verdad, todo se pone en entredicho porque las cosas no están saliendo bien y los americanos te están ganando claramente… Se pasa de héroe a villano en un momento. Me pareció impresionante cuando, con la Ryder ya asegurada, se olvidó de las celebraciones y se fue a por Francesco en la calle del 18 para decirle que había que ganar ese medio punto. Fue increíble ver también a tantos amigos celebrándolo allí, sobre el mismo green del 18, participando de ese momento histórico de nuestro deporte.
Por todo esto os aseguro que me emocioné. Se me saltaron las lágrimas.
