Por Gerardo Riquelme,
redactor jefe de Marca y enviado especial al Masters
Son los golfistas los que con más pasión hablan de su trabajo en el deporte mundial. Lo volví a constatar en vísperas del Masters de Augusta. Háblenle de material de golf a Olazábal, caerá la noche…
y seguirá teorizando sobre si sería mejor quitarle cuatro palos a la bolsa de los profesionales y así premiar el virtuosismo, aunque en Titleist le digan con estupor que aquello atenta contra el negocio y que cómo va a ser eso. O sobre las estrías en forma de cuadrado, diamante o rejilla que ahora tienen las cabezas de los hierros y que sirven para sufragar las limitaciones que las nuevas generaciones tienen desde el ‘rough’. Cojan a Miguel Ángel Jiménez, invítenle a un veguero, y sugiérale si se siente un tipo raro por jugar los Ping, que en el Augusta National son más raros que un Hammer en un atasco. Miguel versará horas y horas sobre las maravillas de esos palos, que nadie se los toque, con el mismo apego que el Cid defendió (supongo) las virtudes de su Tizona, Jiménez lo hace de todo cuanto se guarda en su bolsa blanca.
Es, no obstante, la bolsa de Phil Mickelson el comentario que podría gastar más tiempo. A Ballesteros, que lleva tiempo fuera del circuito, los pelos de su tatuaje se le erizan cuando se le inquiere sobre la tecnología. “¿Pero has visto la bolsa que lleva?” Para empezar, dos drivers (uno con cabeza cuadrada, siempre a la vanguardia) y luego un blaster de 62 grados, que levanta el mismo dolor de cabeza en Seve que una bebida de semejante gradación. “Mérito es salir de bunker con un hierro 8 como yo he hecho. Eso es mérito. Hacerlo con eso no tiene ninguno. Yo prohibiría los palos de más de 54 grados y le quitaría agujeritos a la bola. Así todavía se podrían defender los campos de golf”, cuenta enérgico.