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La calma y el hándicap

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Por Carlos Carbajosa, Redactor de Deportes de El Mundo 
Sólo los prudentes progresan en este juego tan rematadamente cabrón. Lo compruebo cada vez que me escapo a jugar con uno de mis cuñados. Se llama Rey, tiene un handicap 6.3 y le pega de maravilla…

La otra tarde, tras un golpe horrible de salida en el tee del 7 lanzó el palo a hacer puñetas. Pocas veces se produce, a esos niveles, el suceso de que el hierro termine a más distancia que la propia bola. No me parece prudente, aunque sería bastante divertido, reproducir aquí la manera en que comenzó a insultarse hasta que llegó hasta su Cleveland número 4. Tampoco debo contar aquí lo que le pudo llamar Rey a su pobre palo. De la bola, mejor ni hablamos; creo que cuando la agarró y la mandó al bosque me pareció escuchar un 'cloc' y el alarido de algún animalillo. Y me pongo a pensar que es él el que mejores consejos me viene dando durante muchos años respecto a cómo enfocar este malévolo juego. Me dice que sea tanquilo, que si dudo entre un 3 y un 4, elija un 5. Cosas de esas que hablan de paz interior, de tranquilidad, de no imitar a nadie y de no acortar mentalmente cada hoyo. Y me lo dice y me lo repite durante el camino en el coche hacia el campo. Y llegamos y él se va primero al bar a tomarse una tapita y una cervecita. Y se ajusta pausado su guante derecho y le da el último bocado a su pulga de tortilla. Y yo salgo despacito y entre el 4 y el 5 elijo el 6. Y va él, y veo que entre el 3 y el 4 elige un iron driver que parte el bacalao. Y hace un swing violento y su bola vuela casi 300 metros y se pasa el green y el bunker de atrás. Y Rey se pone a gritarle al palo.

Lectura 1: Los buenos jugadores, si son calmados, son mejores.
Lectura 2: Los malos jugadores, calmados, son menos malos.
Lectura 3: Rey debería cambiar la pulga de tortilla por una de queso con anchoas.