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La obsesión por el fracaso

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La pregunta más repetida cada año en los medios deportivos españoles, sobre todo en el mes de mayo, que es cuando el fútbol alcanza su apogeo final, es si resultaría un fracaso no alcanzar tal o cual objetivo o si, de hecho, resulta un fracaso no haberlo alcanzado. No es sólo una obsesión balompédica: baloncesto, motor, fútbol sala… Lo que toque.

Así, el Barcelona se enfrentó a la dichosa cuestión cuando se quedó fuera de la Champions. Y una vez ganó la Liga, aún se le preguntaría a sus jugadores si sería un fracaso perder la final de Copa y no hacer el doblete…

¿Se trata de una horrorosa falta de creatividad en la parte de quien pregunta o es en efecto una obsesión por definir qué es el fracaso, por delimitarlo? Sin descartar lo primero, me inclino por lo segundo.

No llegamos a convencernos nunca de que el fracaso no existe como algo tangible y rotundo, de que es un impostor, como lo es el éxito, o lo que socialmente se entiende como tal. No queremos darnos cuenta de que la vida está hecha de vetas superpuestas y entrelazadas de uno y otro y de que el éxito y el fracaso, en realidad, tienen mucho más que ver con la abundancia o la ausencia de bondad.