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Lo que ha cambiado

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Por Gerardo Riquelme, redactor jefe del diario Marca 

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El Real Madrid lleva seis años sin conquistar la Champions, ni siquiera alcanzó la final, y nadie pone en duda que está entre los tres o cuatro mejores del mundo.

Han pasado otros seis años desde que Los Ángeles Lakers ganaron su último anillo y el amarillo sigue siendo el color más seductor de la NBA. En la mitad de tiempo, a Sergio García se le enterró por no haber ganado todavía un grande, aunque sí fue finalista, en el British.

En eso coinciden golf y baloncesto, las lecturas de los analistas son injustas. Si un partido se pierde por una sola canasta, el discurso cambia radicalmente, los buenos son los malos y viceversa. Si se falla un putt, las crónicas llenas de elogios de muchos de estos tipos acaban con el control+x (borrar) para dar paso a otras ácidas. Tan exageradas son las críticas como los elogios. “Ganará el próximo Open Británico”, dijo Goydos como si el golf fuera una ciencia cierta.

El golf es un deporte perverso. Lo ha sido hasta con su exponente histórico, Jack Nicklaus, que desde 1978 hasta 1986, cuando ganó el último Masters, se quedó én blanco (no ganó ni un torneo) en los años impares. Por su individualidad, por su formato (cuatro grandes torneos y el resto) y quizás también por su mecánica se tiende a compararlo al tenis y no es admisible. El golf tiene una aleatoriedad que no tiene el tenis, que siempre disfruta de un comportamiento uniforme de la bola cuando bota en la superficie. Es un argumento suficiente para entender que el golfista, ni Woods, puede dominar toda la situación. ¿O se podía imaginar Trevor Immelman que en la calle del hoyo 18 de Augusta, se supone que el campo por excelencia, se iba a encontrar su bola en una chuleta?…

Ahora, para explicar la victoria de Sergio en el TPC, se escribirá sobre cómo ha cambiado. Es una excusa simplista. Hace tres años ya iba al gimnasio, ya metía buenos putts, ya ponía la bola en calle más lejos que la mayoría y ya cogía muchos greenes. García es tan buen jugador como lo era en 2005 con el añadido que da la experiencia. Nada más.

Ganar The Players es una extraordinaria recompensa y una gratificación a un talento que no se ve en otros cinco jugadores a nivel mundial, pero lo que verdaderamente cambia es la condescendencia con la que la crítica le mira ahora. “Lo mejor de todo es que ya no tendré que escuchar vuestras críticas”, bromeo el domingo. Pero es que tiene razón.