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Manila, por la Bahía (una historia filipina)

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Andanzas y menesteres de un hidalgo caballero español en Asia

Andaba Bolkiah ejerciendo de Sultán de Brunei, tranquilamente, en el siglo X, harto de mesarse la barbita, de tanto arcón de joyas y de rotar harén quincenalmente.

Allí estaba, en su jaulita de oro, con las teteras rebosantes de té al gengibre; caían una tras otra desde el alba, aburrido de casar Rajás, de las visitas de sus primos marajás, de un séquito empalagoso y circense, por cobista y bufonero; cansado del hastío que le invadía sin un triste archipiélago que llevarse a la boca… y se dijo: “voy a conquistar la Perla de Oriente, total así me entretengo.

Seria cosa la suya, llegarse a la desembocadura del Rio Pasig y apoderarse de ella. A Bolkiah, a islamizador, pocos empataban y, por supuesto, ninguno le ganaba. Sin embargo, no sabía en el tifostio que se metía.

Por allí andaba el Galeón de Acapulco, con MIGUEL GÓMEZ DE LEGAZPI, con todo el pecho en la proa. Empezó ‘la falsa monea’ de Manila, la española, la china y la filipina; la colonial y a la postre, americana del norte. Tras la Segunda Guerra, previa ocupación británica, motín cipayo e intentonas del pirata LI MA HONG, que era más rico que el Calcio 20, tuvo que salir a las aguas el maestre de campo JUAN SALCEDO, a explusar a la tropa mercenaria china y echarles las escrituras a la cara para que se enteraran de quién era la propiedad. El islote del corregidor cierra salida al mar, en la bahía de Manila, como diciendo que allí no va a ser fácil entrar y mucho menos salir sin acabar en el fondo marino.

Y se acabó todo lo bueno del regusto europeo y español. Sólo faltaba que desembarcasen los japoneses y los estadounidenses, que arrasasen la ciudad y le arrancasen todo el poso cultural que poseía, sin importarles monumentos ni palacios, cierto, ni conventos, cierto, ni seminarios jesuítas, ni parroquias de SAN PEDRO Y SAN AGUSTÍN, ya que al parecer no eran muy seguidores del barroco. Eso sí, en los insulsos rascacielos que quedaron después, en imponer estilo con sus camionetas y adobar con piña las pizzas, ahí sí ven, lo bordaron.

Y llegamos a nuestros días. La Bahía de Manila, la grande, con 21millones de almas, poca suerte en la meteorología, mucha fe y un solo ídolo, MANNI PACQUIAO, que a los seis años de edad estaba en el puerto mandado por su madre, destripando pescado. Corría el 1985 de nuestro señor cuando decidieron que ésos no eran olores para su edad y lo mudaron, ya con ocho a la esquina de NUESTRA SEÑORA DE CEBÚ. Cebutí, pero bien manilera, a vender huevos y que quedara algo para casa donde literalmente se estaban cagando de hambre. Después se hizo boxeador de poco peso y mucha velocidad; y subió siete pesos y ganó los cetros mundiales en los siete; y, ahora sí, Manila lo considera, en la calle, en los taxis y en todos los lados su futuro presidente.

Mr. Locker Room Insider Asia