Por David Durán
Como es lógico, no tengo tengo ni la más remota idea de lo que Sergio García será capaz de hacer o no este domingo en Chicago. Pero, salga o no victorioso en su objetivo de meterse entre los treinta primeros, ya no me cabe la menor duda de que lo ha intentado con una disciplina, concentración y entrega dignas de mención y elogio.
Ayer jugó un golf primoroso, casi tanto como el de Tiger, que destrozaba el campo con ese 62, pero el español falló seis ocasiones de birdie en torno a los tres metros (cuatro de ellas, incluso, en torno a los dos metros o menos). Habrá quien me diga, con toda la razón: «entonces no fue tan primoroso; esa es la gran diferencia, el putter…». Pero nos entendemos.
Lo confieso: pensaba que Sergio no iba a poder mantener la tensión necesaria. Ni en este BMW de Cog Hill, ni en el Deutsche de la pasada semana… Estaba convencido de que este año su cabeza ya había dicho adiós con antelación a cualquier meta en el circuito americano.
Me equivoqué. Y me alegro, sobre todo porque entiendo que su esfuerzo en los play offs (una vez alcanzado el primer objetivo, que era el de jugar los preceptivos 15 torneos del PGA) ha respondido más que nada a una batalla contra sí mismo. Casta y coraje. Qué le voy a hacer, soy de los que piensan que el talento se multiplica si va acompañado de la Furia.
No podemos exigir a Sergio, creo, que sea como Nadal, o como Fermín Cacho. Sin duda, dos de las mejores aleaciones de talento y competitividad que ha dado nuestro deporte. No podemos exigírselo a nadie, porque cada uno es como es. Pero algo me dice que el de Borriol lleva esa Furia dentro. Hasta donde yo le conozco, intuyo que lleva esa Furia dentro…
Algo me dice también que estas seis semanas consecutivas de competición van a resultar importantes en su carrera. Al cielo, a la gloria, se llega desde la Tierra.
