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Tauromaquia ‘Pisha’

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Andanzas y menesteres de un hidalgo caballero español en Asia

Nos vinimos de Hong Kong a Bangkok, aunque la verdad, nos sobraban motivos para quedarnos allí. Si usted aún no es partidario del Pisha tiene una suerte sin par porque ya le falta un día menos para amarlo, vamos que está en vísperas.

No es fácil amar el toreo seco, eso es para los del regusto largo, para el 7 de Madrid, para la cátedra, el purismo y la santísima trinidad. Si nos permiten improvisar una cocktelería con suelo de albero y paredes de capitoné, Miguel sería una mezcla de siete.

Sí, Miguel, serías Mario Cabré en Méjico, recibiendo a la verónica, vestidito de blanco tecla de piano, enfrontilao, y con las muñecas bajas a rabiar; guapo del todo, abriendo el compás afuera para dar la segunda, porque ya te han tirado a los pies un sombrero mariachi. Miguel, eres el golf en blanco y negro, a veces.

Tienes las manos de Chenel, las leyes del toreo de José Tomás, o sea, las tuyas, el pundonor de nuestro amigo Pepín Liria, y cierras los domingos con una mezcla de dos: empiezas con estatuarios muy serios a lo Manolo Vázquez, de frente, otra vez de frente a la vida, y posees la donosura de Antonio Ordóñez con la espada-putt.

Eres Curro rindiendo todos los días, el reguero y el aroma que llega de Málaga a Sevilla, sube a Madrid, a Barcelona, y hacia Europa y Hong Kong, con la cosechadora de triunfos siempre encendida.

Sí, valieron la pena cinco turnos de espera en el ascensor y que durante los 145 metros que hay de la boca de metro al hotel nos ofrecieran hacernos un traje hasta doce veces. Es
la ‘maquinalidad’ de Hong Kong, donde todos quieren ser empleados del mes y la velocidad, para que usted lo entienda, es más o menos el doble que en Nueva York. Servir y cobrar en 10 segundos.

El Hong Kong Club es un lugar con glamour, donde los partidarios de Jiménez son legión y todos saben que allí siempre gana Miguel y los demás concursan junto a él. Vi a socios llegando con su chófer a las 12.30 para comer, ver ganar a Jiménez y marcharse luego al hipódromo, que está a veinte minutos, a tomarse un champancito rose. Un domingo cualquiera.

El Pisha, la vida a mordiscos, el hombre que pactó con los calendarios.

El hombre de la mesa de al lado tenía 82, sabía a lo que iba y por qué. Por delante, un platito de pesto genovés, con sus piñones y perejil y medio contrato de campari con naranja. Se marcha al green del 18, a la segunda, para ver el playoff, a la primera ni va, porque la paciencia es sabia, y ve meter un putt de doble caída a Miguel Ángel, enseñando a la juventud en una clase práctica magistral de unos segundos en qué consiste el ritmo de putt y cómo se tumba a los adversarios.

Ese señor que vi yo es sólo uno más de los que en diciembre de 2014 le dirán a su mayordomía, por favor, Walter, prepárame el trajecito color tabaco, que el lino es muy sufrido, y el mocasín de estribo color café molido, que me voy a acercar a ver ganar a Jiménez, aquí mismo, al golf del parque Fanling. Son cosas que en Hong Kong las entiende todo el mundo, no hay que ser un iniciado.

Miguel Ángel Jiménez nos deja con todo el invierno por delante para cavilar, preguntando por la silla en la Ryder, con silla para el Masters por derecho propio y capitaneando a Europa en el Europa-Asia de la próxima primavera.

La edad son dígitos, dos dígitos caprichosos, que no dependen de uno, sino que están puestos en un papel, en una partida de nacimiento, una de las millones de cosas que no le preocupan al Sr. Jiménez.

Mr. Locker Room Insider Asia