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Asteriscos

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Brian Harman en el hoyo 9 durante la tercera ronda en Erin Hills. © Golffile | Eoin Clarke
Brian Harman en el hoyo 9 durante la tercera ronda en Erin Hills. © Golffile | Eoin Clarke

Como los lectores seguramente ya hayan comprobado, tiendo a la digresión, que es la forma fina de decir que los cerros de Úbeda los tengo muy visitados. Los paréntesis, corchetes y rayas son amigos íntimos y me sirven para intercalar pensamientos paralelos (aquí hay un chiste, que dejo en paso), pero hay un signo ortográfico que no suelo emplear y que también sirve para reconducir el discurso: el asterisco. Este punto con peinado punk suele llevarnos al final de la página después de reclamar nuestra atención al situarse al lado de una palabra y viene a decirnos algo así como “oiga, sí, esto ha sucedido, pero léase usted también este otro texto que le adjuntamos en el pie de página donde vamos a darle todos los escabrosos detalles”. Pero el asterisco también sirve para indicar excepciones, y nos lo hemos llevado al terreno metafórico para restar valor a algunos logros. Por ejemplo, para subestimar la victoria en una temporada de la NBA recortada por un cierre patronal o, en tiempos, para hacer de menos al ganador de algún major de golf si Tiger Woods no figuraba en el plantel del torneo. Por desgracia, en la actualidad a Tiger ni está ni se le espera, y esta última afirmación lleva años sin aplicarse. Sin embargo, cabe la posibilidad de que a esta edición del U. S. Open le caiga uno de estos asteriscos.

No sería la primera vez que a un torneo de este tipo se le niega el carácter de U. S. Open, aunque en la ocasión anterior se trató de una cuestión puramente burocrática. Tras el ataque japonés a Pearl Harbor y la entrada de EE. UU. en la Segunda Guerra Mundial, la USGA decidió que lo más adecuado era suspender el U. S. Open de 1942, pero se optó por organizar un torneo paralelo en beneficio de varias entidades de auxilio militar con la misma estructura que un U. S. Open, es decir, con previas locales y regionales y la participación de los jugadores más notables del país. Ben Hogan se impuso en aquel Hale America National Open celebrado en el Ridgemoor Country Club, con tres golpes de margen sobre Jimmy Demaret, y familiares y partidarios del golfista texano, respaldados por algunos historiadores de golf, consideran que ese triunfo es su quinto U. S. Open y le otorgan el mismo valor que sus otros cuatro abiertos nacionales.

Ben Hogan en el Hale America National Open de 1942.
Ben Hogan en el Hale America National Open de 1942.

Erin Hills se llevaría el asterisco, por supuesto, por otros motivos. En el campo de Wisconsin se ha dado la tormenta perfecta para que esta edición sea lo menos parecida a un U. S. Open que se recuerda. Los responsables de la USGA decidieron ceder ante las primeras quejas y ensancharon aún más las zonas de aterrizaje en la sede de este año (recortando la festuca que bordeaba las generosas calles del campo) y la meteorología hizo el resto. La consecuencia: 35 jugadores bajo el par del campo después de 54 hoyos, un buen número de tarjetas inéditas y la vuelta más baja en un U. S. Open en relación al par, un espectacular 63 (-9) conseguido en la tercera vuelta por Justin Thomas (a quien más de uno ya le habrá asignado otro asterisco, y si no que le pregunten a Johnny Miller). Incluso algunos golfistas y especialistas que anteponen brillantez a sufrimiento querrían que Erin Hills tuviera algo más de pegada, mientras que los aficionados a las carnicerías de la USGA se han quedado sin su ración anual de caña de la buena.

Justin Thomas tras finalizar su histórica tercera ronda en Erin Hills. © Golffile | Ken Murray
Justin Thomas tras finalizar su histórica tercera ronda en Erin Hills. © Golffile | Ken Murray

“Estás más despistado que una zapatilla en una olla, un pulpo en un garaje o un responsable de la USGA en Erin Hills” podría ser la nueva comparación estilo Chiquito de la Calzada para este torneo y seguramente anduviera cerca de la realidad, pero los jugadores tenían muy claro en sus corrillos en qué cifras se iba a mover el ganador del torneo si las condiciones de juego se mantenían. Salvo sorpresa mayúscula en la jornada final, y aunque se espera que el viento sople fuerte, se amenazarán el -16 de Rory McIlroy en Congressional en 2011 y el -12 que Tiger Woods logró en Pebble Beach en 2000, que son los resultados más bajos de la historia del U. S. Open con relación al par. Eso sí, no creo que nadie se atreva a poner en la misma frase la exhibición del californiano de aquel año y la victoria de quien finalmente se imponga en Wisconsin.

Tommy Fleetwood durante la tercera ronda del US Open. © Golffile | Ken Murray
Tommy Fleetwood durante la tercera ronda del US Open. © Golffile | Ken Murray

Con asterisco o sin él, lo más probable es que nos encontremos con un ganador primerizo y sin demasiado pedigrí, aunque todos los golfistas que figuran en la zona alta de la clasificación son magníficos jugadores con victorias en los principales circuitos. Tendría cierta gracia que se impusiese un zurdo, Brian Harman, el año en que Phil Mickelson ha decidido ausentarse para asistir a la graduación de su hija, aunque mi corazoncito está con el melenudo Tommy Fleetwood. Con respecto a los españoles, sus opciones son prácticamente nulas aunque García y Cabrera-Bello estén jugando un buen torneo. Solo les resta poner velitas a quien corresponda para que los resultados se revolucionen con un buen vendaval, de esos que despeinan a los puntos y los convierten en asteriscos.