¿Cómo se les queda el cuerpo si les digo que un segundo es la duración de 9 192 631 770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio a una temperatura de cero grados Kelvin? Esta es la definición moderna de esta unidad de tiempo, aunque los científicos andan detrás de una nueva descripción basada en los relojes atómicos de estroncio con otra ristra de cifras y datos demasiado arcanos para el común de los mortales. Pero por un lado está es la exactitud científica y empírica y por otro la percepción del tiempo. No hace falta sacar a relucir aquello de “todo es relativo” —la frase que Einstein nunca pronunció, por cierto, aunque no vamos a meternos en honduras… ni siquiera en Nicaragua— si queremos recalcar que el tiempo vuela para aquellos que ven angustiados como se les acaban las vacaciones, pero avanza a la velocidad de un glaciar perezoso para los niños que siguen sometidos a la tiranía de las dos horas de digestión obligatorias, esa bonita leyenda urbana transmitida de generación en generación por progenitores que tratan de mantener a raya a los pequeñuelos más inquietos. De esta relatividad temporal ya hablaba el inmortal Juanito, que se alejaba de la jerga científica y recurría al italiano chapurreado para afirmar que “noventa minuti en el Bernabéu son molto longos”.
Los profesionales también se ven arrastrados por esta relatividad temporal cuando se ven emparejados con jugadores de ritmo de juego diferente. La vuelta se les hace eterna cuando les toca compartir partida con golfistas excesivamente pausados, o se convierte en un borrón impreciso si juegan con velocistas. En un reciente artículo publicado por Jason Sobel en la web de ESPN, Rory McIlroy reconocía que su golf se había resentido al jugar con golfistas lentos, pero también le había sucedido todo lo contrario. Haciendo hincapié en que se trataba de una explicación, y no de una excusa, McIlroy recordaba aquella funesta última jornada del Masters de 2011 que compartió con Ángel Cabrera, uno de los más rápidos del panorama internacional, y cuya celeridad le llevó a ir a un ritmo excesivo pese a que McIlroy no es, ni mucho menos, un jugador lento. Esa velocidad les sirvió de poco: además de precipitarse en algunos golpes —todavía nos acordamos el hook que el norirlandés mandó a zonas sin cartografiar de Augusta en el hoyo 10— se tiraron toda la vuelta esperando a que los partidos de delante avanzaran un poco. El fin de semana pasado, en el Northern Trust, tuvimos un ejemplo bastante claro de emparejamiento falto de sincronía en el partido estelar: Dustin Johnson es un jugador vertiginoso, mientras que Spieth es metódico y flemático. En esta ocasión se impuso la rapidez —y el gran juego, que Dustin Johnson deslumbró al rescatar la victoria de las manos de un Jordan Spieth que ya se relamía—, aunque es más habitual que los golfistas lentos desquicien a sus compañeros más prestos.
El tiempo también acucia en esta época neblinosa en la que se funden las semanas decisivas de algunos circuitos con los comienzos de las escuelas de clasificación. Algunos jugadores llegan con los deberes hechos y van a por nota, mientras que otros tratan de salvar la temporada o incluso asegurarse un puesto de trabajo para el año que viene. De nuevo, las semanas vuelan más deprisa que las elipsis de la última temporada de Juego de Tronos y las oportunidades, para unos y otros, menguan. Inevitablemente, a estas alturas las urgencias se multiplican, pero son muy malas consejeras.
Sin embargo, en esa temporada rara es la semana (compuesta de 604 800 segundos, que pueden multiplicar por la cantidad de oscilaciones de la radiación de cesio que les indicábamos al principio del artículo si quieren perder un poco el tiempo) que no disfrutemos de una gran noticia para el golf español. En los quince días que llevo sin asomarme por estas páginas Adrián Otaegui obtenía un espectacular título en el torneo match-play auspiciado por Paul Lawrie, su primera victoria en el European Tour, y Pedro Oriol alzaba el título en el Rolex Trophy del Challenge Tour y prácticamente se aseguraba su regreso a la primera división continental. Y no me olvido del magnífico tercer puesto de Jon Rahm en el Northern Trust, el primero de los playoffs de la FedEx Cup, que le ha llevado a la quinta plaza del escalafón mundial y a convertirse —según leemos en la imprescindible cuenta de Twitter de @VC606, gurú del OWGR— en el quinto golfista más joven de la historia que alcanza este puesto del ranking. El de Barrika, sin duda, sigue ganando su batalla contra el tiempo.