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Guerras secretas

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Rocket Racoon.
Rocket Racoon.

Lo bueno/malo de las columnas con firma es que poco a poco sus autores se van retratando en todos los sentidos. Si ustedes son habituales de estas líneas ya se habrán hecho una idea de qué pie cojeo en distintos aspectos —aunque haya quien diga que me mojo poco y que peco de pusilánime— y también sabrán algo más de mis gustos y aficiones, cuestiones mucho menos polémicas. No voy a sacar mi ficha personal, pero a estas alturas ya sabrán que me tira el golf (¡oh, sorpresa, oigo al fondo!), el rock, el cine y los cómics (las marcianadas las dejo para otra columna futura de confesiones), y que de vez en cuando echo mano del manido recurso de cruzar referencias entre todos esos ámbitos para poner en marcha un texto. Y sí, hoy va a volver a pasar. Ya saben aquello de «el gato es mío y me lo…» (cortamos este chiste porque posiblemente estén leyéndolo en horario infantil).

Aunque algún erudito podría apuntar que la primera colección de este tipo fue Contest of Champions, de Marvel, de 1982, las dos que hicieron temblar los cimientos de la continuidad superheroica de Marvel y DC llegaron en 1984-5 y fueron, respectivamente, Secret Wars y Crisis on Infinite Earths

A mediados de los 80 se puso de moda en el mundo de los cómics estadounidenses de superhéroes una nueva categoría de publicaciones: los crossovers. A grandes rasgos, se trataban de series limitadas (es decir, colecciones cerradas, por lo general de unos doce números) que implicaban a casi toda la plantilla superheroica de una editorial y tenían ramificaciones en otras colecciones. Aunque algún erudito podría apuntar que la primera colección de este tipo fue Contest of Champions, de Marvel, de 1982, las dos que hicieron temblar los cimientos de la continuidad superheroica de Marvel y DC llegaron en 1984-5 y fueron, respectivamente, Secret Wars y Crisis on Infinite Earths. Los resultados artísticos fueron desiguales, dado que la primera fue una clara maniobra comercial para vender juguetes (ennoblecida, eso sí, por el arte de Mike Zeck) y la segunda pretendía poner orden en el complejo multiverso de DC (casa de Superman, Wonder Woman, Flash, etc.). Pero aquella nueva manera de editar cómics se impuso y a partir de entonces raro fue el año que no viviéramos un «evento» (maldita palabreja) que pretendía cambiar nuestra concepción del universo comiquero de una u otra editorial.

De aquellos polvos vienen estos lodos, y el último hijo bastardo de aquel invento ochentero ha sido la película Avengers: Infinity War, que hemos tenido la suerte de disfrutar hace poco (y digo «disfrutar» porque está muy bien, qué leñe). La fórmula, conocida: megarreunión de héroes que se dedican a darse mamporros hasta que finalmente aúnan esfuerzos para afrontar una amenaza común, bajas a cascoporro, profusión de tramas secundarias y un villano de peso. ¿Les suena? Porque se parece mucho a lo que vamos a vivir la semana que viene en el U. S. Open, o a lo que experimentamos cada vez que se disputa un major del calendario golfístico.

La sede del U. S. Open ya es temible de por sí, pero el arma definitiva, su “Guantelete del Infinito”, es la preparación con que la USGA decida presentar el campo

En esta ocasión, nuestros superhéroes —Jon Rahm, Sergio García y Rafa Cabrera Bello—, se unirán al panteón de los mejores golfistas procedentes de los distintos circuitos mundiales para afrontar la terrible amenaza de Shinnecock Hills, su Thanos particular, que llega con la intención de quebrar sus voluntades. Como siempre, la sede del U. S. Open ya es temible de por sí, pero el arma definitiva, su “Guantelete del Infinito”, es la preparación con que la USGA decida presentar el campo. De momento, estrellas como Rory McIlroy ya han expresado cierta cautela en voz alta y han dicho que quizá la USGA piense que son mejores golfistas de lo que en realidad son. En cualquier caso, no creemos que con sus palabras ablanden los corazones de los rectores de este organismo habitualmente inflexible.

Rory McIlroy.
Rory McIlroy.

Como en todos los U. S. Open, más de la mitad del plantel quedará reducido a polvo (wink wink nudge nudge) después de las dos primeras jornadas, y otro buen porcentaje de aspirantes rozarán la irrelevancia y se convertirán en meros comparsas. Por otro lado, hay mucha curiosidad por ver cómo responde Tiger Woods en el décimo aniversario de la consecución de su último grande, y también si Brooks Koepka llega fino después de superar sus problemas físicos (eso parece). Casi todos los demás primeros espadas parecen estar en perfecto estado de revista (aunque los problemas con el putt de Jordan Spieth nos tienen despistados). Con respecto a los españoles, Sergio García confiesa no encontrarse en su mejor momento, pero el cambio de caddie y de perspectivas puede suponer un revulsivo. Jon Rahm, una vez más, las mata callando, y Rafa Cabrera Bello sumó un octavo puesto en Wentworth y un cuarto en Italia, dos signos más que halagüeños (aunque los campos poco tengan que ver con la bella bestia neoyorquina).

Los favoritos a convertirse en la Jamie Lee Curtis de Halloween son los sospechosos habituales, aunque en las dos últimas décadas el Abierto de Estados Unidos haya permitido la entrada a algunos «superhéroes» más modestos, como Michael Campbell, Lucas Glover o Webb Simpson

Rafa Cabrera Bello y su caddie Colin Byrne. © Golffile | Eoin Clarke

Al final, como suele suceder en los slashers, esas películas de terror con asesino psicópata y pertinaz, solo quedará un superviviente… y seguramente acabe con unos cuantos tajos en el cuerpo. Los favoritos a convertirse en la Jamie Lee Curtis de Halloween son los sospechosos habituales, aunque en las dos últimas décadas el Abierto de Estados Unidos haya permitido la entrada a algunos «superhéroes» más modestos, como Michael Campbell, Lucas Glover o Webb Simpson, por poner tres ejemplos. ¿Sucederá lo mismo en Shinnecock Hills? Cuesta pensar que Rocket Raccoon pudiera ventilarse a Thanos de un derechazo, pero nunca se sabe…