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El peor de los obstáculos

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© kenneth e.dennis / kendennisphoto.com

“La vida enreda” debería ser el eslogan de una agencia de seguros (lo ofrezco baratito), pero no deja de ser una verdad inmutable y eterna, aunque vaya disfrazada de chascarrillo más o menos informal. Huelga decir que no todas las sorpresas que te ofrece la vida cuando enreda de verdad son agradables. Cuando menos te lo esperas, la rutina queda trastocada por alguna circunstancia imprevisible que te obliga a replantearte la existencia. De repente te falta alguien, o te cruzas con alguien que te necesita, o te ves obligado a cambiar de rumbo, o… Aquí cada cual puede poner el ejemplo que más cercano le quede, y caben muchos. Ese es el principal temor que preside nuestras vidas: el miedo al capricho del azar.

Desde el punto de vista biológico, el miedo no es más que una respuesta natural ante la percepción de peligro o de una amenaza, una circunstancia que provoca cambios en el organismo y también en el comportamiento. Las reacciones a ese miedo son dispares: huida, enfrentamiento o parálisis en casos extremos, reacciones que entroncan con nuestra versión más primitiva… y que quizá nos hayan ayudado, como especie, a que sigamos por aquí en estos momentos. Pero el miedo lo modulan el conocimiento, el aprendizaje y la experiencia, herramientas que permiten juzgarlo como racional o irracional, aunque el azar ejerza aquí, por lo general, de potenciador.

De repente te falta alguien, o te cruzas con alguien que te necesita, o te ves obligado a cambiar de rumbo, o…

Aristóteles, que era muy de contraponer valores, decía que el miedo era lo opuesto a la confianza y que quien ha superado sus miedos es verdaderamente libre. Pero lo que es verdaderamente libre es el miedo, por mucha racionalidad que queramos aplicar a la ecuación. Los miedos van por barrios y por épocas, y en pleno siglo XXI vuelven los miedos a los efectos devastadores de las enfermedades, o a la inseguridad, aunque hayamos sustituido una conflagración nuclear a gran escala, más propia de la Guerra Fría, por el miedo al terrorismo internacional. Pero al margen de los miedos globales, mandan los temores sociales o sociopolíticos (especialmente aquellos centrados en el trabajo y la exclusión social), aunque el CIS, organismo que pulsa nuestras opiniones de vez en cuando para dibujar una realidad apoyada en las cifras, utiliza un término más amable y esquiva la palabra “miedos” para cambiarla por el circunloquio “preocupaciones de los españoles” en sus encuestas.

Dirán ustedes, con cierta razón, que a qué viene esta perorata y, sobre todo, qué tiene que ver con el golf. La respuesta es sencilla.

Los miedos van por barrios y por épocas, y en pleno siglo XXI vuelven los miedos a los efectos devastadores de las enfermedades, o a la inseguridad, aunque hayamos sustituido una conflagración nuclear a gran escala, más propia de la Guerra Fría, por el miedo al terrorismo internacional

Tendemos a idealizar a los golfistas, y en general a todos los deportistas de élite. Por haber alcanzado un status que a nosotros nos resulta ajeno los consideramos poco menos que marcianos (permítanme la exageración), seres que se rigen por otra escala de rendimientos y valores y que están al margen de cualquier circunstancia mundana. No somos capaces de ver más allá de las cifras, o de las estadísticas. Analizamos su realidad en clave de birdies y bogeys, de golpes errados y malas decisiones. Entran en nuestra vida en el momento en que pegan el golpe de salida en el hoyo 1, y salen de ella cuando embocan su último putt en el 18. Por el mero hecho de que desempeñan un trabajo razonablemente bien remunerado (aunque sobre esto podríamos hablar largo y tendido), los disociamos de nuestra realidad, cuando lo cierto es que todos ellos comparten muchas de nuestras inquietudes.

Sí, sé que hay otros muchos profesionales en puestos de gran responsabilidad y que tienen que convivir con esas mismas inquietudes. No pretendo que esto se convierta en una hagiografía de los golfistas ni darle más trascendencia a su actividad que a otras, pero sí me gustaría ofrecer otra perspectiva que suele pasar desapercibida. Sus necesidades básicas y sus miedos son los mismos que los nuestros. El miedo al azar desbocado, el miedo a no salir adelante, el miedo a los problemas de salud (propios o ajenos), el miedo a haber errado el camino, el miedo a los callejones sin salida, el miedo a fallarle a su familia, el miedo a perderla, incluso, por culpa del golf o de sus circunstancias… Hagan un ejercicio sencillo y traten de imaginarse cómo conjugar todo ello con la naturaleza del golf de alta competición, un deporte de precisión que te exige una concentración máxima pero que al mismo tiempo te otorga tiempo, a veces demasiado, para pensar.

Decía Sam Snead, que de triunfos en el campo de golf sabía un rato, que el miedo era el peor de los obstáculos, alineándose con un escritor ducho en el tema, H. P. Lovecraft, que lo consideraba la emoción más primitiva y fuerte de la humanidad. Y seguro que Snead no se refería únicamente al miedo a fallar… ni al miedo a perder. Recordémoslo antes de precipitarnos en nuestros juicios de valor.