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Enemigos de la rutina

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El actor estadounidense Jack Lemmon.
El actor estadounidense Jack Lemmon.

En abril de 1986 se estrenaba un nuevo montaje de Largo viaje hacia la noche, el clásico de Eugene O’Neill, en el neoyorquino teatro Broadhurst, treinta años después de su primera representación. El espectacular reparto estaba encabezado por Jack Lemmon, Peter Gallagher y Kevin Spacey, y estos dos últimos recordaban años después, en un documental que repasaba la carrera de su compañero de tablas, algunas de las anécdotas de aquellas primeras funciones. En una de las escenas más intensas de la obra, y días después del estreno, Jack Lemmon debía decir: “El ambiente está tan tenso que podría cortarse con un cuchillo”, o algo parecido. Sin embargo, el eterno compañero de fatigas de Walter Matthau sorprendió a sus colegas con: “El ambiente está tan tenso que podría removerse con el palo de una escoba”. Según cuentan los implicados, tanto a Peter Gallagher como a Kevin Spacey les dio un ataque de risa por la ocurrencia y uno tuvo que fingir que se caía detrás de un sillón, mientras que el otro hacía mutis por el foro. Por lo visto, Lemmon era muy aficionado a colar morcillas y salirse del guion, pero Gallagher y Spacey, que no estaban al tanto, lo descubrieron sobre la marcha y en plena representación.

Después de la sorpresa del primer día, Gallagher y Spacey supieron a qué atenerse. De Lemmon podían esperarse cualquier cosa y debían mantener la concentración en todo momento. Aun así, los arranques del veterano actor hacían que cada representación fuera una vivencia única que disfrutarían y recordarían toda la vida. Las actrices y actores saben bien que una función teatral es un animal vivo, orgánico, y que todo lo que huela a rutina lleva al anquilosamiento y a la desconexión con el público. Lemmon, a su manera, introducía un nuevo elemento caótico para darle cuerpo a la obra e insuflarle más vida aún.

En esta época de estadísticas, radares, hipertecnificación y swings sin alma, los artistas capaces de improvisar siguen teniendo hueco en el mundo del golf. La memoria muscular hay que entrenarla y es necesaria, sin duda, en un deporte basado en la repetición eficaz de una serie de movimientos, pero la imaginación sigue siendo la mejor aliada de los golfistas. Aun así, hay quien prefiere dejarla aparcada para optar siempre por el golpe que mejor porcentaje de éxito le pueda ofrecer. Por otro lado, y aunque esto pueda ser un peligroso canto de sirena para un profesional, quien se juegue los bigotes y ofrezca algo más siempre contará con el favor del público. Eso sí, que no espere comprensión por parte de algunos expertos. El agudo David Feherty usó su retranca habitual para definir el juego del principal exponente de golfista actual que va a por todas: “Ver a Phil Mickelson jugar al golf es como ver a un borracho persiguiendo un globo al borde de un precipicio”. Pero Mickelson se divierte y, a su vez, divierte… y todavía no llega al extremo del excéntrico Moe Norman, que alguna vez llegó a tirar adrede a búnker de green cuando iba liderando un torneo porque se aburría.

Gary Player, magnífico publicista de sí mismo (y magnífico embajador del golf, todo sea dicho), declaraba hace unos meses ante los micrófonos de Movistar Golf que veía mucha más variedad en los swings de los jugadores europeos, y que el hecho de jugar en un circuito que visita campos de orígenes tan diversos, y con toda clase de condiciones meteorológicas, afina el instinto de los jugadores y los convierte en mejores golfistas. Lo mismo dijo Brooks Koepka, golfista curtido en Europa, poco después de alzarse con el título del U.S. Open, y eso que el estadounidense tiene un swing bastante canónico y no deslumbra con su correctísimo juego corto. Todos los que han pasado por el European Tour, en mayor o menor medida, son hijos intelectuales y deportivos del gran Seve Ballesteros, bastión del golf europeo y posiblemente el jugador con mayor imaginación que jamás haya pisado verde. Imaginación respaldada por una calidad sobrenatural, por supuesto, que no basta con inventar…

Cuando nos acercamos a la temporada de links, con el Open Championship de Royal Birkdale en el horizonte, es inevitable que nos acordemos de esos jugadores capaces de trazar líneas imposibles, jugar con los contornos, leer las ondulaciones e imaginar rutas alternativas. Como un golfista de Borriol que encontró en Augusta el tan anhelado refrendo a su talento, o un gigantón de Barrika capaz de hacer globos con un hierro 4, por poner dos ejemplos rápidos. Sus carreras, hasta la fecha, no han sido nada rutinarias… ni lo serán.