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Óscar Díaz escribe en su Golpe a Golpe sobre la ilusión

Esa sonrisa de oreja a oreja de Michael Robinson

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Michael Robinson, con la camiseta de Osasuna.

En estos últimos meses he descubierto que no necesito escribir. No me falta el aire si dejo de volcar mis pensamientos en un papel o en un archivo; no me siento inútil si decido guardarme mis elucubraciones y dejo que, quizá, se pierdan. No he escrito todos los días, no he sentido esa urgencia.

Podría haberlo hecho, o eso quiero creer. Hay métodos para salir del paso: tirar de oficio, hilar lacitos y golpes de efecto, enhebrar un par de citas para embellecer el camino y ponerle flores más o menos resultonas, forzar la suerte hasta conseguir un texto decente y aparentemente redondo, pero falso. Y el truco más viejo del columnista: adaptar la teoría, el río textual, a una conclusión tomada de antemano. Es decir, y robando el término de la mala ciencia, dejarse llevar por el sesgo de confirmación.

Seguramente sea el síntoma más claro de que soy un «escritor» (las comillas son enfáticas) de pacotilla, aunque podemos echarle la culpa a la situación actual, que nos tiene entre aletargados y hastiados, que embota el ánimo y limita la creatividad. Sin embargo, me fijo en la capacidad de trabajo de mis compañeros de Ten Golf (y en la calidad media de sus textos) y el argumento se desmorona. Quizá sea mucho más sencillo que todo eso. Tiraré del cinismo que da el paso del tiempo para reconocer que ando justito de pasión.

No sé si a ustedes les ocurre lo mismo, si piensan que el cambio obligado de prioridades nos ha llevado a aparcar ciertos anhelos, si creen que la imposibilidad de disfrutar de ciertas rutinas ha atropellado nuestras inclinaciones. El pragmatismo es un aliado útil, pero la vida a su lado es más aburrida.

Hace tiempo escribí una columna en la que hablaba de la longevidad de los jugadores profesionales de golf y de la ilusión con la que afrontan sus carreras los más veteranos. Ponía como comparación resultona (echen un vistazo más arriba al listado de trucos del oficio) aquella anécdota más o menos apócrifa de los últimos momentos de Sócrates, cuando trataba de aprender una melodía con la flauta poco antes de suicidarse con veneno y cumplir así la sentencia del tribunal que le había condenado por impío. Al filósofo le preguntaron por qué perdía el poco tiempo que le quedaba con eso, y Sócrates replicó: «Para saber esa melodía antes de morir».

Martín Lutero, otro hombre que, como Sócrates, removió los cimientos de la civilización occidental, nos ofrece otra cita similar. «Incluso si supiera que mañana va a llegar el fin del mundo, plantaría hoy un manzano». Sin caer en los múltiples peligros del pensamiento mágico, sin pretender afirmar que el optimismo nos va a hacer mejores o que el universo conspira para que seamos más felices si así lo queremos (afirmaciones todas ellas que me abochornan), quizá haríamos bien en aferrarnos a las pequeñas ilusiones que nos ofrece la vida. Y el golf es una de ellas, por supuesto, aunque pueda parecer trivial este giro de guion al incluir un deporte/juego/diversión en una disquisición de tono más o menos trascendental.

Así que, si son jugadores, practíquenlo. Si son aficionados, fijen su atención en las próximas competiciones. Estén atentos a lo que ocurre en los torneos, sigan las actuaciones de nuestros golfistas, lean sobre las grandes citas que nos aguardan en lo que queda de año. El Masters de Augusta, el Andalucía Costa del Sol Open de España, Jon Rahm, Carlota Ciganda, Sergio García, Azahara Muñoz… Los focos son numerosos; las posibilidades de llevarnos un alegrón que haga más llevadero el día a día, altísimas. Y si quieren otear en lontananza y echar la vista más lejos, fíjense en el año 2023, en la Solheim Cup que se jugará por primera vez en nuestro país, en el recorrido costasoleño de Finca Cortesín. Sueñen con la preparación de ese viaje, con vivir una semana mágica disfrutando de las mejores golfistas del mundo, a las que tendremos a tiro de piedra (o de wedge). Imagínense en el tee del 1 de la jornada decisiva, vistiendo los colores europeos, vitoreando a las españolas que formen parte del combinado continental.

Hace algo más de un año me dieron una lección de vida. Me estrenaba como jefe de prensa del Estrella Damm N.A. Andalucía Masters y recibí una llamada del productor de Informe Robinson. Por lo visto, habían entablado conversaciones con los representantes de Jon Rahm para hacer un documental sobre el golfista vasco, y se iban a acercar a Valderrama para avanzar con los trámites. Además, me dijeron que a Michael Robinson le encantaría conocer a Jon Rahm, aunque fuera un par de minutos.

Y allí se plantó Robinson, con una sonrisa de oreja a oreja, sin tener la seguridad de poder cruzar dos palabras con Jon Rahm. Alguien que lo había sido todo en el deporte, que lo había sido todo en la televisión, alguien que había conocido a Seve Ballesteros y jugado con el mejor golfista español de la historia, feliz como un niño ante la posibilidad de intercambiar un saludo y unas palabras con Jon Rahm. Alguien que era capaz de aparcar su enfermedad para vivir una ilusión más.

Cesare Pavese no tuvo un final feliz, ni mucho menos, pero nos dejó escrito en El oficio de vivir que «la única alegría del mundo es comenzar». Comencemos todos, las veces que hagan falta, hasta recuperar la ilusión. Yo les prometo hacerlo y asomarme más a menudo por este espacio. Ustedes, aférrense a todas las ilusiones que se les presenten.