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La naturalidad de un campeón

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Jon Rahm atiende a los medios tras la victoria en el Open de España. © Golffile | Thos Caffrey
Jon Rahm atiende a los medios tras la victoria en el Open de España. © Golffile | Thos Caffrey

El miércoles pasado no levantó ningún revuelo un detalle de la rueda de prensa que dio Jon Rahm justo antes del comienzo del Open de España que acabó adjudicándose. A Rahm le preguntaron qué le dijo José María Olazábal en la vuelta de prácticas que compartieron en el pasado Masters de Augusta, y el de Barrika explicó que tanto Olazábal como Phil Mickelson le insistieron en que tenía que buscar su propia manera de jugar Augusta National, que debía buscar su paz con el campo. «Ellos pueden decirme cómo lo hubieran jugado ellos, pero cada uno tiene su juego y hay mil maneras de hacerlo. Phil, Tiger y Nicklaus tienen su manera de jugar, Hogan tenía su manera de jugar y yo tengo la mía», respondió Rahm. A primera vista no tiene nada de particular, pero si rascamos un poco vemos en qué ilustre grupo se ha colocado Jon Rahm, ya sea de manera consciente o inconsciente: Phil Mickelson, Tiger Woods, Jack Nicklaus, Ben Hogan… y él. Pero esta frase, que en boca de otro podría ser perseguida por la fiscalía por «asociación ilícita», pasó inadvertida porque la dijo con una sencillez que desarma. Ni fanfarronada ni bilbainada: Jon Rahm en estado puro.

Jon Rahm está llamado a hacer historia en el golf español por juego, carisma y entrega

Habrá quien confunda esa naturalidad con soberbia. No hace tanto ya se le criticó cuando habló del récord de majors de Jack Nicklaus en la entrevista televisiva que le hizo Hugo Costa y prácticamente se tachó de herejía su mera mención. La historia y la estadística están en su contra, pero ya suma cinco triunfos en sus menos de dos años en el ámbito profesional y ha estado en disposición de luchar por su primera chaqueta verde. Sigue dando pasos, sigue generando expectación, sigue suscitando un interés que llevábamos muchos años sin ver en suelo español. Los periodistas veteranos se remontan al Open de España que Seve Ballesteros ganó en el Club de Campo, su último triunfo individual en el circuito, para encontrar un equivalente a lo sucedido la semana pasada en el Centro Nacional de Golf, con 50.000 espectadores rendidos al juego de Rahm y del resto de los españoles.

Esta frase, que en boca de otro podría ser perseguida por la fiscalía por «asociación ilícita», pasó inadvertida porque la dijo con una sencillez que desarma. Ni fanfarronada ni bilbainada: Jon Rahm en estado puro

Seve Ballesteros, precisamente, fue otro jugador con las ideas claras y sin miedo a hacerlas públicas. Cuando de chaval dijo por primera vez que quería convertirse en el mejor jugador del mundo no lo hizo en una entrevista televisiva ni en las redes sociales (¡imagínense el partido que le habría sacado a Twitter o a Facebook la familia Alcántara de Cuéntame!). Sus familiares más cercanos fueron los únicos que lo escucharon y quizá se limitaran a darle la razón de manera condescendiente por no quitarle la ilusión, pero Seve Ballesteros, armado con aquel legendario hierro 3 que se convirtió en el amigo más fiel de su niñez, tenía claro que aquello iba a suceder. No es una historia retocada a posteriori con ese invento de la retrocontinuidad que tanto se emplea en los tebeos de superhéroes para que todas las piezas encajen y los protagonistas parezcan predestinados para el triunfo. Podía no haber sucedido, y en aquel entonces los únicos testigos de aquello fueron sus parientes, pero sucedió.

Seve Ballesteros, armado con aquel legendario hierro 3 que se convirtió en el amigo más fiel de su niñez, tenía claro que aquello iba a suceder

Jon Rahm está llamado a hacer historia en el golf español por juego, carisma y entrega. De su talento nadie puede dudar; de su tirón, después de la espectacular respuesta del público en el Centro Nacional de Golf, menos; de su entrega y generosidad se ha hablado bastante, pero quizá no lo suficiente. Las horas que les dedicó a los chavales (y no tan chavales) que esperaron pacientemente un autógrafo de su ídolo, las horas que dedicó a la prensa desde el primer día de torneo, la amabilidad con la que atendió a todo aquel que le requirió, superan con mucho el impacto de cualquier gesto por el que se le ha pedido rendir cuentas. En esta época de nuevas tecnologías e hiperconectividad el escrutinio al que están sometidos los mejores se dispara, pero no se dejen engañar por la mancha que pueda dejar alguna pincelada suelta. Den unos pasos atrás, párense a admirar el cuadro completo y disfruten del conjunto.