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Las batallitas del abuelo Cebolleta

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Tintín y Milú.
Tintín y Milú.

Estoy en una edad difícil, en esa zona neblinosa poblada por seres acertadamente bautizados como viejunos por Joaquín Reyes y compañía. Mis camisetas intentan desmentir la pila de años que llevo a cuestas, pero mi repertorio de expresiones incluye términos tan ajenos a la jerga actual como colodrillo, turulato y sapristi, muchos de ellos “palabros” rebuscados y divertidos que ideó Rafael González para los tebeos de Bruguera hace mucho tiempo ya. Procuro estar al cabo de la calle en asuntos tecnológicos y socioculturales, pero es probable que los jóvenes miren a ese señor que intenta integrarse y parecer enrollado con una mezcla de condescendencia y desdén (aunque, evidentemente, no sepan que mi código de etiqueta sigue siendo el mismo desde hace más de treinta años). En resumidas cuentas, sé lo que es un choque generacional. Como todo hijo de vecino, lo sufrí en su momento y ahora —mitigado en parte por la falta de herederos— me toca volver a experimentarlo.

Tiger Woods y Justin Thomas, con el trofeo Wanamaker. © Twitter
Tiger Woods y Justin Thomas, con el trofeo Wanamaker. © Twitter

Y eso es justamente lo que estamos viviendo en el mundo del golf de élite. Una panda de veinteañeros descarados —podríamos llamarles “generación Tinder” por hacer la gracia— se está llevando torneos una semana sí, otra también, y se han convertido en los mejores prescriptores (signifique lo que signifique este neologismo mercadotécnico) para los más jóvenes. Además de llegar a todos los públicos, su coincidencia en el mismo marco temporal hace que más de uno trace paralelismos entre su irrupción y la proliferación de talento que también se está dando en la edad de oro del tenis actual, con tres de los cinco mejores tenistas de la historia (Federer, Nadal y Djokovic) compitiendo simultáneamente. Los triunfos de unos retroalimentan a las ambiciones de otros, que no tardan en dar la réplica y plantear su candidatura a todos los títulos que se ponen en juego. Como sucedió la semana pasada en East Lake, donde hubo un apasionante toma y daca (¿Thomas y daca?) entre Justin Thomas y Jordan Spieth para ver quién se adjudicaba la final de la FedEx Cup. Y mientras andaban repartiéndose mamporros (¿ven lo que les decía antes de los “palabros” de Bruguera?) se les coló por la banda otro compañero generacional, Xander Schauffele, para hacerse con el Tour Championship.

Spieth y Thomas son los dos principales representantes de esta nueva ola, pero sería pecado mortal olvidarse de Jon Rahm, Hideki Matsuyama, Brooks Koepka, Xander Schauffele, Daniel Berger o Emiliano Grillo, ni tampoco, por supuesto, de Rory McIlroy, Rickie Fowler o Jason Day, aunque con 28 años cumplidos los tres parecen unos auténticos viejales comparados con sus compañeros competidores.

Rory McIlroy y Jordan Spieth. © Golffile | David Lloyd
Rory McIlroy y Jordan Spieth. © Golffile | David Lloyd

De Spieth afirma Johnny Miller, muy poco dado a los halagos gratuitos, que le recuerda a un joven Jack Nicklaus por su persistencia y su capacidad de lucha. Aunque juegue mal, es muy raro que una vuelta se le vaya de las manos y acabe firmando un resultado alto; sabe recuperar y sabe patear, como demostró en esta edición del Open Championship cuando le vinieron mal dadas. De Thomas asombra su contundencia, literal y metafórica, y llama la atención la pinza que ha hecho esta temporada, con un comienzo y un final fulgurante. De Jon Rahm qué decir a estas alturas. Alguien que es capaz de trasladar al mundo profesional sus espectaculares cifras de top tens en el ámbito universitario está hecho de otra pasta. A Hideki Matsuyama no le perdonamos que no conozca a los Beatles (más choques generacionales), pero nos sigue maravillando con su pausa y, sobre todo, con la exigencia que imprime a su juego.

Aunque la FedEx Cup haya acabado, la temporada sigue a plena potencia y esta semana tendremos la oportunidad de ver a casi todos estos jugadores en acción en la Presidents Cup. Yo alternaré el enganche televisivo con un par de partidas de golf, aunque mis objetivos, obviamente, son mucho más modestos que el de las estrellas de este deporte. De hecho, me conformaré con no recibir ningún bolazo en el colodrillo que me deje turulato.