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Las reglas del juego

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Brooks Koepka posa con el trofeo de ganador del US Open 2018. © Golffile | Brian Spurlock
Brooks Koepka posa con el trofeo de ganador del US Open 2018. © Golffile | Brian Spurlock

Ahora que la fiebre futbolera vuelve a arrasar como cada cuatro años (¿o eran meses, semanas, días o minutos?), imagínense la siguiente situación: de un día para otro, la FIFA decide que para que se conceda un gol el balón no solo tiene que franquear la línea de meta, sino que tiene que tocar la red. Podría darse el caso de que el balón entrara más de un metro en la portería y el portero se las apañara para sacar el balón antes de que el árbitro pitara gol. Absurdo, ¿verdad? Pues imagínense que, después de que una jornada entera del mundial acabe desnaturalizada por una decisión así, al día siguiente quieran favorecer la anotación indicando que se va a dar gol en cuanto el balón se acerque a una línea imaginaria trazada un metro por delante de la línea de meta. Por muy sofisticado que sea el VAR, es disparatado ¿no? Pues a grandes rasgos, y aunque el símil sea bastante extremo, viene a ser lo que ocurrió en las dos últimas jornadas del U. S. Open celebrado en Shinnecock Hills y que brillantemente se adjudicó Brooks Koepka.

A la USGA siempre le ha gustado caminar en la cuerda floja. El U. S. Open tiene un carácter único, una identidad forjada en el sufrimiento de los mejores golfistas del planeta y en las preparaciones extremas de las sedes elegidas para el torneo. Como bien dice mi amigo José Ramón Rodríguez, el U. S. Open es un reto extraordinario para jugadores extraordinarios, los mejores del mundo, y no está mal que así sea. Lo que está muy feo es cambiar las «reglas de juego» a mitad de torneo, sobre todo si, además de organizar el torneo, te dedicas a velar por la pureza de las competiciones de todo el mundo. Sí, a eso se dedica la USGA junto al Royal & Ancient de Saint Andrews.

Patrick Reed busca su bola en el rough del hoyo 12 durante la jornada final en Shinnecock HIlls. © Golffile | Brian Spurlock
Patrick Reed busca su bola en el rough del hoyo 12 durante la jornada final en Shinnecock HIlls. © Golffile | Brian Spurlock

Por mucho que un campo de golf sea un organismo vivo y difícil de controlar, que se les haya vuelto a ir de las manos la preparación de un campo excelso como Shinnecock Hills no habla muy bien de la capacidad de los responsables de la USGA. Y tampoco tiene ningún sentido que al día siguiente decidieran limar los colmillos del recorrido neoyorquino para favorecer el espectáculo y mitigar la avalancha de reproches del día anterior. Si estás dispuesto a jugar con fuego, tienes que encajar las críticas y asumir las consecuencias, pero no puedes desnaturalizar un torneo por exceso ni por defecto. Está en la naturaleza de la USGA buscar el límite, plantear esa “prueba definitiva de golf” un año tras otro (salvo que la meteorología se empeñe en ablandar el campo, como el año pasado en Erin Hills), pero dar marcha atrás en plena competición está muy feo. Y pasar por alto, más allá de los obligados dos golpes de penalización, el esperpento protagonizado por Phil Mickelson en la jornada del sábado (un esperpento achacable al estadounidense pero provocado por la errónea preparación del campo), sobre todo cuando eres uno de los organismos que reglamentan el golf mundial, está más feo aún.

Tommy Fleetwood durante el US Open en Shinnecock Hills. © Golffile | Brian Spurlock
Tommy Fleetwood durante el US Open en Shinnecock Hills. © Golffile | Brian Spurlock

Aun así, hubo espectáculo, un dignísimo ganador (por encima del par, pese a la bonanza dominical) y un Tommy Fleetwood rozando el récord de anotación en un U. S. Open. Pese a que era el defensor del título, sus recientes problemas físicos y la pujanza de otros aspirantes, como Dustin Johnson o Justin Thomas, no le situaban en la primera línea de las apuestas e incluso su 25/1 de hace seis días era superior al 22/1 que se ofrecía por Tiger Woods. Una vez más, y después de la exhibición de los dos primeros días, cabe plantearse si Dustin Johnson no se las ha apañado para perder un major que prácticamente era suyo (ya acumula 15 top tens en grandes en la última década, solo por detrás de los 16 de Rory McIlroy), pero Koepka aprovechó el hueco y jugó con paciencia y contundencia.

Dustin Johnson en la ronda final del US Open. © Golffile | Brian Spurlock
Dustin Johnson en la ronda final del US Open. © Golffile | Brian Spurlock

Con respecto a la polémica actuación de la USGA, Koepka, un jugador discreto, potente y capaz, optó por la vía del silencio y prefirió centrarse en lo importante, su juego, aunque habrá quien diga que es fácil no quejarse si las cosas te van bien. Otros han preferido, no sin razón, hacer público su descontento (ya saben, aquello de «la pista estaba en mal estado… los jabalíes habían comido porquerías», que decían en Asterix?) y se tirarán unos cuantos días pensando en qué habría ocurrido si la USGA hubiera conseguido cierta uniformidad en el reto planteado a los jugadores durante los cuatro días. Del mismo modo que la USGA tiene derecho a elegir la preparación que ellos consideren pertinente, los golfistas tienen derecho a exigir equidad e igualdad. Y si la USGA no es capaz de asegurar las condiciones de juego, más vale ser prudente que injusto.

1 COMENTARIO

  1. Es evidente que somos seres imperfectos… Es hermoso cuando reconocemos y aceptamos nuestros errores. Crecemos ante la humildad. Lo felicito y por consiguiente; merece una gran oportunidad. Dios lo Bendiga y proteja!😃con

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