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Molar

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Steve McQueen.
Steve McQueen.

Hace 88 años justos nacía en Beech Grove, Indiana, Steve McQueen, el llamado «King of Cool», actor que combinó como nadie su talento artístico con una imagen arrolladora, a juego con un carácter muy especial. El término cool de su apodo siempre ha traído de cabeza a los traductores por su naturaleza intangible y, aunque es fácil identificar quién es cool y quién no lo es (salvo excepciones puntuales, suele haber consenso), explicar en qué consiste es mucho más complicado. El rigor académico del diccionario ofrece como posibilidades «frío», «calmado», «sereno», mientras que en el habla callejera encontramos equivalentes como «molón» o «guay», cuyo tono cursi o adolescente parecen rebajar la importancia del adjetivo original. Como siempre, tal vez la verdad esté en el punto medio, pero es difícil encerrar el término en una definición: es más sencillo enseñar una foto de McQueen con gafas de sol e indumentaria de sport impecable al volante de un Ford Mustang. Eso es ser cool.

Puede que los primeros autores de pinturas rupestres fueran los «gafotas» de la tribu neandertal

El «querer molar» no es cosa de antes de ayer ni de la era de las redes sociales, aunque estas herramientas informáticas hayan desencadenado una escalada armamentística brutal. Puede que los primeros autores de pinturas rupestres no estuvieran limitándose a invocar la caza por medio de su representación ni a dar fe con sus dibujos de la realidad que les rodeaba; a lo mejor eran los «gafotas» de la tribu neandertal que sabían que la única manera de pegar la hebra con las hembras paleolíticas era lucirse con su arte mientras los cazadores, sus rivales directos en la carrera por dejar descendencia, andaban procurándose el sustento y haciendo el bestia. Aplíquese este paralelismo a todo artista posterior independientemente de su disciplina, por mucho que a algunos se le llene la boca con lo de «el arte por el arte». Que sí, que estoy haciendo una generalización groserísima, pero ustedes me entienden.

Enseñar una foto de McQueen con gafas de sol e indumentaria de sport impecable al volante de un Ford Mustang. Eso es ser cool

La clave del «molar», y uno de sus principales misterios, es lograrlo espontáneamente. Pese a que todos lo hemos intentado en mayor o menor medida, vistiéndonos de modo estrambótico o haciendo cosas raras de narices (optaré por el silencio administrativo, que tengo mucho que esconder), si nos esforzamos en molar la batalla suele estar perdida. En el mundo del golf, tres cuartos de lo mismo.

Walter Hagen.
Walter Hagen.

Cada generación ha tenido su referencia ineludible, su faro cool, aunque ellos no pretendieran imponer ninguna pauta de estilo. Por su recio porte y su barba infinita, Tom Morris padre se convirtió en el primer icono del mundo del golf, y no solo por ganar cuatro de los siete primeros Open Championships. Décadas después, Walter Hagen encandiló con su pose de bon vivant, bien respaldada por su impresionante talento. Aún se recuerdan sus choques con el establishment, que consideraba a los profesionales poco más que jornaleros especializados y prohibía incluso que se cambiaran en los vestuarios de la casa club. En el Open Championship de Deal, en 1920, Hagen se rebeló contra la organización y le pidió a su chófer que aparcara todos los días la limusina Daimler delante de la casa club para cambiarse los zapatos a la vista de aquellos remilgados señoritos. No se puede molar más.

Hagen se rebeló contra la organización y le pidió a su chófer que aparcara todos los días la limusina Daimler delante de la casa club para cambiarse los zapatos a la vista de aquellos remilgados señoritos

Seve Ballesteros.
Seve Ballesteros.

Años después llegaron Ben Hogan, con su estética sobria y su circunspección que amedrentaba al más pintado, y Arnold Palmer, probablemente la primera gran estrella mediática de este deporte, responsable de su popularización gracias a su visión comercial y a su porte de estrella del Hollywood clásico, pitillo incluido. Le dio el relevo la apisonadora Nicklaus, bien respaldado por Gary Player, el caballero negro, pero fue un joven de Pedreña, un golfista de calidad apabullante y personalidad arrolladora, quien se dedicó a acaparar merecidamente titulares a partir de su irrupción en la élite. Seve solo tenía que ser Seve para eclipsar a todos los demás. Y su heredero natural en el «molar» (pero no solo, ya que al estilo lo debe respaldar la sustancia si uno no quiere hacer el ridículo) fue Tiger Woods, un jovenzuelo insolente que se atrevía a saludar al mundo en su paso al profesionalismo y que por sí solo marcó un cambio de paradigma en cuanto a preparación y entrenamiento en el mundo del golf.

Seve solo tenía que ser Seve para eclipsar a todos los demás

Tiger Woods.
Tiger Woods.

A Tiger Woods se le reconocía por su impresionante repertorio técnico que le reportó una cantidad ingente de victorias, pero también por su manera de moverse por el campo, esa chulería contenida que los angloparlantes denominan swagger y que en absoluto es exhibicionismo. Como en el tigre de su apodo, la potencia se intuye en el caminar de Woods; la fiereza, en su mirada. Pero en un deporte tan volátil como el golf, ese swagger va y viene con el estado de forma. Su devenir guadianesco en los últimos años le había arrebatado ese «tumbao que llevan los guapos al caminar», que decía Rubén Blades, pero han bastado tres torneos en esta temporada para que lo hayamos redescubierto. Aún le queda mucho trabajo por delante y habrá que ver cómo rinde en las fechas más importantes del calendario, pero mola ver a Tiger Woods volviendo a molar.