De la UHF a la UHD. No es mal titular para definir el atropellado progreso tecnológico que hemos vivido los que sumamos más de cuarenta tacos y hemos pasado de aquellas retransmisiones añejas en blanco y negro a la maravilla ultratecnificada y rebosante de píxeles de las resoluciones extremas. Los poseedores de los más modernos aparatos ya andarán salivando ante lo que le espera en esta semana de azaleas en flor, pero también de magnolias, camelias, forsitias, cornejos floridos y jazmines de Carolina, espinos de fuego y ciclamores… y once especies más que dan nombre a los hoyos del mítico Augusta National y cuyas hojas y flores saturarán sus retinas.
Delante de los pantallones de alta definición nos costará imaginarnos que hasta el año 1966 no podía verse en las retransmisiones el color verde de uno de los dos trofeos más simbólicos del mundo del golf (el otro, la jarra de clarete del Open Championship), un tono identificado con el número 342 en el sistema Pantone de clasificación. Jack Nicklaus se enfundó en aquella edición la primera chaqueta que de verdad fue verde para los espectadores estadounidenses (aunque para el Oso Dorado fuera la tercera que ganaba). Aquel año, los televidentes quedaban «igualados» con los llamados patrons, los asistentes al Masters, al menos a la hora de disfrutar la riqueza cromática que ofrece el Augusta National y que hasta entonces les habían hurtado las limitaciones técnicas. Por fin podían ver el despliegue floral de la primavera sureña, el vestuario de sus héroes deportivos, el azul «coloreado» de los obstáculos de agua, el blanco de la cazoleta de los hoyos (una innovación introducida por Frank Chirkinian, productor de la CBS, para que el objetivo de los golfistas se distinguiese mejor durante las retransmisiones) y, por último, el rojo de las cifras bajo par y el verde de los resultados sobre par en los marcadores blancos repartidos por el campo.
Por fin podían ver el despliegue floral de la primavera sureña, el vestuario de sus héroes deportivos, el azul «coloreado» de los obstáculos de agua, el blanco de la cazoleta de los hoyos (una innovación introducida por Frank Chirkinian, productor de la CBS, para que el objetivo de los golfistas se distinguiese mejor durante las retransmisiones) y, por último, el rojo de las cifras bajo par y el verde de los resultados sobre par en los marcadores blancos repartidos por el campo
Huelga decir que en Augusta imperan las distintas tonalidades del verde inmaculado de las calles y greens del campo, un color que por estos lares se vincula a la esperanza (¿la de los aspirantes al triunfo en el Masters?) y que en los países angloparlantes, a raíz de una célebre cita del Otelo de Shakespeare, se asocia a la envidia (¿la de quienes querrían pisar Augusta National al menos una vez en la vida?). Habrá un color, sin embargo, que tendrá escasa presencia durante el torneo salvo en la vestimenta de los jugadores… aunque seguramente alguien se pondrá técnico y me regañe porque, en puridad, me estoy refiriendo a la ausencia de color. Aplicando todas las salvedades pertinentes sobre orígenes étnicos, tonos y matices de algunos de los jugadores presentes para evitar cualquier connotación racista, lo cierto es que en esta edición del Masters solo habrá un jugador negro: Tiger Woods. Si buscamos en la nómina de sus inseparables compañeros, no encontraremos a ningún caddie negro, después de que en 2018 fuera Zach Rasego, ayudante de Brendan Grace, el único.
Habrá a quienes esto último les llame especialmente la atención. Tal vez les vengan a la cabeza las imágenes de archivo de los omnipresentes caddies negros ataviados con los inconfundibles monos blancos del Augusta National acompañando un año sí, otro también a los campeones. Lo cierto es que hasta 1983 los participantes en el Masters estaban obligados a contar con la ayuda de caddies locales, y algunos de ellos, como Carl Jackson, se convirtieron en auténticas leyendas. Jackson, compañero de Ben Crenshaw cuando este logró sus dos chaquetas verdes, llegó a sumar 54 ediciones del Masters y solo dejó de acudir a su cita anual porque estaba tratándose de un cáncer de colon en el año 2000. Una vez levantada dicha obligación, la cifra de caddies negros contratados por el club fue menguando poco a poco, y en la actualidad solo la tercera parte de los 120 caddies que trabajan en Augusta National son negros. Curioso contraste: a medida que el club abría sus puertas a los socios negros (el primero, Ron Townsend en 1990), se cerraban para los caddies afroamericanos.
Jackson, compañero de Ben Crenshaw cuando este logró sus dos chaquetas verdes, llegó a sumar 54 ediciones del Masters y solo dejó de acudir a su cita anual porque estaba tratándose de un cáncer de colon en el año 2000
Como sucedía en otros campos de cierto status, trabajar de caddie era la salida habitual para los chavales de Sand Hills, una barriada negra de Augusta que linda con el extremo meridional del Augusta Country Club, campo decano de la zona y vecino de Augusta National. Como hacían Seve Ballesteros y sus compañeros caddies en Pedreña, los caddies negros se colaban en el recorrido saltando el muro de la finca y armados apenas con un par de palos para jugar los hoyos más cercanos. Pero su sitio estaba bien definido y no podían aspirar a mucho más que la tarifa estipulada por vuelta, ya que el club no les permitía que aceptaran propinas (aunque algunos socios encontraban la manera de compensar a sus ayudantes). Los caddies, además, tenían vetado el acceso a la casa club y solo podían jugar el campo una vez al año. Cuando Carl Jackson fue invitado en 1978 por un socio a disputar un duelo match-play contra dos profesionales del club y eludió esta limitación, los caddies lo celebraron como si hubiera ganado la chaqueta verde. Por otro lado, el hecho de que prácticamente todos los empleados del campo (caddies, camareros, cocineros, personal de limpieza, chóferes…) fueran negros parecía despertar ecos incómodos y recordar, a mediados del siglo pasado, a la mentalidad de plantación tan propia de algunos rincones del sur de Estados Unidos (de hecho, en la finca de Augusta National hubo en tiempos una plantación de añil). A Clifford Roberts, cofundador del club con Bobby Jones, se le atribuye una escandalosa cita: «Mientras viva, los jugadores serán blancos y los caddies serán negros». La frase es apócrifa y aparentemente impropia de alguien que ocupaba un puesto tan visible como Roberts (y que afrontó numerosas crisis de imagen mientras estuvo al frente de Augusta National), pero se le creía capaz de pronunciarla y está indisolublemente unida a su figura.
A Clifford Roberts, cofundador del club con Bobby Jones, se le atribuye una escandalosa cita: «Mientras viva, los jugadores serán blancos y los caddies serán negros»
La discriminación no era patrimonio exclusivo de la región. No es que Augusta National fuera una isla de racismo: el golf profesional estadounidense era racista. Durante la primera mitad del siglo XX, los mejores jugadores negros se veían obligados a ganarse el jornal como caddies o buscavidas, y si querían competir, lo hacían en el puñado de torneos que les permitían la inscripción (como el Los Angeles Open, el St. Paul Open y el All American Open) o en las pruebas de la United Golf Association o la North American Golf Association, dos entidades compuestas por golfistas afroamericanos y cuyos circuitos contaban con premios mucho más modestos. La segregación llegaba hasta la PGA de América, que litigó para impedir que los jugadores negros pudieran asociarse y solo les abrió las puertas, después de una penosa batalla legal, en 1962.
La discriminación no era patrimonio exclusivo de la región. No es que Augusta National fuera una isla de racismo: el golf profesional estadounidense era racista
Trece años después, en 1975, Lee Elder se convertía en el primer jugador negro que disputaba el Masters de Augusta. En aquella época, ya se habían ampliado los criterios de admisión para incluir a los campeones de los torneos regulares de PGA Tour, y Elder se ganó su puesto después de adjudicarse el Monsanto Open de 1974, una prueba en la que años atrás le habían negado la entrada a la casa club y le habían obligado a cambiarse en el aparcamiento. Luego, Elder también fue el primer golfista negro que jugó la Ryder Cup, culminando así un camino que abrieron pioneros de la talla de Jim Dent, Bill Spiller o Charles Sifford.
Curiosamente, Tiger Woods, primer ganador negro del Masters, nació en 1975, el año de la primera participación de Elder. Cuando el californiano se convirtió en el ganador más joven del torneo en 1997 y se impuso con -18 (y doce golpes de ventaja, mayor diferencia de la historia) a Tom Kite, recordó a Elder, que presenció su victoria en Augusta, y a aquellos pioneros.
«Lee Elder ha venido a verme y significa mucho para mí. Fue el primero. Siempre le he admirado, como a Charlie Sifford y a los demás. Gracias a ellos he podido jugar aquí. He podido cumplir mi sueño gracias a ellos», declaraba Tiger al finalizar el torneo.
«Lee Elder ha venido a verme y significa mucho para mí. Fue el primero. Siempre le he admirado, como a Charlie Sifford y a los demás. Gracias a ellos he podido jugar aquí. He podido cumplir mi sueño gracias a ellos»
Aunque es innegable que se ha avanzado mucho, tanto en el plano social como en el deportivo, desde los tiempos de Sifford, Spiller, Elder e incluso desde la primera victoria de Woods, sería simplista achacar en exclusiva la desigualdad que he mencionado al principio de la columna al sistema meritocrático que abre las puertas del Masters. Sin duda, todos los que están en el Augusta National merecen su lugar, y para eso se lo han ganado en el campo, pero el obvio desequilibrio en el mundo del golf tiene raíces más profundas y causas sistémicas, más allá del tirón que pueda tener nuestro deporte en ciertos ambientes y estamentos. El panorama del golf mundial es mucho más variado y multicultural, pero sigue habiendo escalones y dificultades añadidas por causas económicas, sociales y étnicas.
«Después de esto ya nadie volverá la cabeza cuando un negro se presente en el tee del uno»
«Después de esto ya nadie volverá la cabeza cuando un negro se presente en el tee del uno», profetizó acertadamente Lee Elder cuando Tiger Woods ganó el Masters de 1997. El estadounidense sigue siendo, más de dos décadas después de su irrupción en el ámbito profesional, el principal referente y el gancho mediático más potente de nuestro deporte, pero, entendiendo que es un talento único y excepcional, resulta hasta cierto punto descorazonador ver que sigue siendo una isla. Eso sí, una isla rojinegra que la mayoría de los aficionados está encantada de encontrar peleando por la victoria en sus pantallones de alta definición. Verde, rojo y negro, ¿qué más se le puede pedir a un domingo de Masters?