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Primeras citas

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Tiger Woods. © Golffile | Thos Caffrey
Tiger Woods. © Golffile | Thos Caffrey

Supongo que a ustedes les pasaría alguna vez de pequeños. Se tiraban todo el año esperando a que llegara la noche de Reyes (o de Santa Claus, según fueran las costumbres en su familia) y, después del inevitable madrugón, se ponían a abrir paquetes… para descubrir que a los Reyes Magos (o Santa Claus, insisto) les había dado un ataque de responsabilidad y gestión doméstica y habían cambiado los habituales juguetes por calcetines, ropa interior, jerséis… Fue duro madurar y ser consciente de la realidad mundana a golpe de regalo útil. Pues más o menos eso es lo que me pasaba después de la primera sesión matutina de fourballs de la Ryder Cup. Andaba yo preguntándome si había estado esperando dos años para aquello, si tenía sentido que le hubiera dedicado tanta atención a la celebérrima competición bienal (¡chupito cada vez que alguien diga o escriba bienal estos días!), si los esperados juguetes, en forma de victoria europea, se habían transformado en calcetines.

Jon estaba hundido y apareció Chema para sacarlo del hoyo…

Durante las semanas previas a la competición no me hubiera sorprendido encontrar a Thomas Björn en el canal Decasa o en Cuatro en lugar de verlo en Movistar Golf. En principio sus principales obligaciones, y perdónenme la generalización grosera, eran estéticas y agronómicas. Después de ejercer de fino estilista (muy majos los trajes de gala y los uniformes del equipo europeo) y de maestro jardinero (impecable la preparación de Le Golf National para los intereses europeos; inevitable, por el país donde se celebra, el chapeau a Alejandro Reyes y sus subordinados, responsables últimos de preparar el campo al gusto del capitán europeo), a Björn le tocaba ejercer de Carlos Sobera en First Dates y buscar esos emparejamientos que encontraran la sintonía para solaz de la afición. Lo cierto es que poco hay que reprocharle al gran danés (¡chupito cada vez que alguien diga “gran danés” para referirse a Björn!) en los fourballs, porque su planteamiento era más que razonable: alternar veteranía con juventud y confiar en que la chispa surgiera. Además, y con bastante tino, unía a los dos europeos más difíciles de emparejar (Paul Casey y Tyrell Hatton) por si sonaba la flauta; si así sucedía, contaba con una baza adicional. Si no, podía aparcarlos sin demasiados remordimientos.

La primera sorpresa (relativa) fue la falta de fuego en el tee del 1. Con 7000 espectadores en las gradas lo más normal es que se escuchara de fondo el All men play on ten de Manowar (o incluso al 11, como decían en Spinal Tap), pero solo Jon Rahm se atrevió a pedir ruido en su salida. En cualquier caso, no deja de ser una cuestión secundaria, pero la frialdad matutina no parecía un buen augurio. En cualquier caso, el público no tardó en despertar y acordarse de las cuentas pendientes que tenía con Patrick Reed cuando este visitó el obstáculo de agua en el hoyo 1. Después de un inicio igualado y esperanzador, los estadounidenses empezaron a marcar distancias sobre los greens y sorprendía ver a un Rory McIlroy tristón y escaso de chispa, pero Rahm y Rose podían con Koepka y Finau en el partido inicial y Molinari y Fleetwood plantaban cara a Tiger Woods y a Patrick Reed en el último. Sin embargo, a la pareja angloespañola se le escapó el partido en los últimos hoyos y la angloitaliana se quedó como defensora de las esencias europeas, evitando un varapalo mayor.

Sergio hace historia: sólo por detrás de Faldo y Langer

Por suerte, por la tarde llegó el huracán azul, una victoria inédita y sin paliativos en la sesión de foursomes (primera vez que Europa coloca un 4-0 en un parcial de esta modalidad), con muchas señales esperanzadoras: hemos visto al Poulter de los ojos desorbitados y los golpes en el pecho, al McIlroy de los tiros certeros y el ánimo por las nubes después de su vuelta matinal sin birdies, al Sergio García del puño cerrado y el gesto intenso… y a una pareja, la formada por Molinari y Fleetwood, que están comprando papeletas para convertirse en las estrellas de esta Ryder.

En el haber de Björn, su tino en los emparejamientos (pese a la derrota matinal) y la recuperación de Rory McIlroy, quien por la mañana era un jugador difuminado. En el debe de Furyk, dos duplas extrañas: la de Phil Mickelson y Bryson DeChambeau en foursomes (cuando a priori parece que el zurdo habría podido dar más juego en fourballs) y la de Tiger Woods y Patrick Reed. El hieratismo de Woods, que habitualmente suele ir a lo suyo y no transmite demasiado a sus compañeros (con la excepción de los partidos que jugó en el pasado con Steve Stricker), ha neutralizado a un Patrick Reed que se alimenta de buen juego y, sobre todo, de emoción. La seriedad y las formas contenidas no encajan con el llamado “Capitán América”, y en Tiger se ha encontrado a alguien que rara vez le reirá las gracias o le sorprenderá con un gesto emotivo. A Reed, aunque no ha estado mal, se le ha visto constreñido y silencioso, y la táctica de “cada uno a lo suyo” no le ha ayudado.

Europa apaliza a Estados Unidos como nunca se había visto

En cualquier caso, por la mañana empezamos abriendo paquetes de calcetines y por la tarde, en las cajas que quedaban, nos hemos encontrado el Scalextric, el Ibertrén, el Halcón Milenario y el barco pirata de Playmobil (pregunta: ¿cuántos años tengo?), así que, como dice el refrán, bien está lo que bien acaba (5-3 para Europa, por cierto)… Solo que faltan aún dos días para que esta Ryder Cup acabe, y ganarla va a ser más difícil que sacarle tres frases seguidas a Dustin Johnson.