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Una cita inoportuna

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Jarrod Lyle distribuyó esta foto junto a sus hijas mediante las redes sociales.
Jarrod Lyle distribuyó esta foto junto a sus hijas mediante las redes sociales.

Somerset Maugham lo incluyó en su última obra teatral, Sheppey, revisitando un cuento mesopotámico clásico. Un mercader de Samarra manda a un criado al mercado para comprar alimentos, y poco después este regresa lívido y tembloroso. El criado le cuenta a su señor que en el mercado se había topado con una mujer enjuta y pálida, la Muerte, que le había hecho un gesto amenazador. El criado le pide a su señor un caballo para huir a Samarra, pues cree que allí la Muerte no lo encontrará, y entretanto el señor se acerca al mercado. Allí ve a la Muerte y le pregunta por qué le había hecho un gesto amenazador a su criado. La respuesta de la Muerte: «No pretendía amenazarlo. Solo era un gesto de asombro, ya que me sorprendió encontrarlo aquí. Tenía una cita con él esta noche en Samarra». Insértese a continuación el comentario sesudo que se prefiera acerca de la inevitabilidad de la muerte o de la fuerza del destino…

Jarrod Lyle se llevó el Abierto Mexicano

Stephen Boyd era un célebre actor norirlandés que protagonizó un duelo inmortal con Charlton Heston en la versión de Ben-Hur dirigida por William Wyler encarnando al tribuno romano Mesala. Este encontraba la muerte en la vertiginosa y violenta carrera de cuadrigas… al menos en el cine, ya que en la novela su personaje sigue conspirando contra Judá Ben-Hur, aún después de quedar lisiado en la carrera. Boyd, curiosamente, era un apasionado del golf y lo demostró en Madrid, donde pasó unos meses rodando La caída del Imperio romano, una de esas superproducciones de Hollywood que Samuel Bronston se trajo a nuestro país. Además de encabezar el reparto junto a Sofía Loren, Omar Sharif, Alec Guinness y Christopher Plummer, Boyd se refería al filme como «la película de golf», porque al unir las iniciales del título en inglés («Fall Of Roman Empire») se obtenía FORE, la palabra que se grita cuando un golpe sale desviado («bola», por estos lares). Stephen Boyd jugó por última vez al golf en el Porter Valley Country Club, en California, un 2 de junio de 1977, con 45 años. Aquel día, meses antes de que Bing Crosby sufriera un destino similar en La Moraleja, Boyd caía de camino al hoyo seis a raíz de un infarto fulminante, y fallecía poco después. Como en el caso de Crosby, se puede decir de Boyd que murió haciendo algo que amaba y acompañado de quien más quería (su esposa Elizabeth Mills), pero lo cierto es que no deja de ser una justificación que pretende más aliviar la pena de los que se quedan y suavizar la sensación de pérdida. Estoy convencido de que ni a Boyd ni a Crosby, si fueron conscientes de lo que les estaba ocurriendo en esos últimos instantes, les consoló saber que se estaban marchando en un campo de golf. Se les escapaba la vida, y eso era lo único que debía importarles… y angustiarles.

Stephen Boyd junto a James Mason en una escena de La Caída del Imperio Romano.
Stephen Boyd junto a James Mason en una escena de La Caída del Imperio Romano.

VÍDEO: El primer hoyo en uno de la temporada ya está en la cazuela…

Jarrod Lyle es un golfista australiano que ha eludido en tres ocasiones la cita con la muerte. Después de recuperarse de niño de una leucemia mieloide, un tipo de cáncer que afecta a los leucocitos, Lyle disfrutó de una notable carrera en su país e incluso saltó al PGA Tour, donde logró su mejor resultado, un cuarto puesto, en el Genesis Open de 2012. Poco después, sin embargo, sufrió una recaída de la que se recuperó hasta volver a jugar, pero no consiguió la tarjeta del circuito estadounidense y regresó a su país de origen. En 2017 la leucemia volvió a cruzarse en su camino y el PGA Tour intervino para ayudar a recaudar fondos destinados a costear su tratamiento y el mantenimiento de su esposa, Briony, y de sus hijas, Lusi, de seis años, y Gemma, de dos. Pero ayer su mujer hizo público un devastador mensaje en su cuenta de Facebook: después de ser informado por los médicos de la irreversibilidad de su estado, Jarrod Lyle ha decidido que ya es suficiente. Ha elegido su Samarra, y la cita será en su casa, rodeado de los suyos, donde se someterá a cuidados paliativos hasta que su cuerpo diga basta. Se marchará dentro de unos días, con apenas 36 años.

He evitado deliberadamente usar las metáforas típicas de estas situaciones y hablar de lo valiente que ha sido en la batalla que ha librado, aunque el uso de estas fórmulas por lo general sea bienintencionado y pretenda ofrecer consuelo y esperanza. Las analogías bélicas (o deportivas; seguro que a alguien tira de originalidad y escribe sobre «la última partida de Jarrod Lyle» o algo parecido) no dejan de ser torpes recursos retóricos para sostener un hecho difícil de asimilar. Y sí, entiendo que las palabras puedan servir de refuerzo y que la actitud es fundamental a la hora de afrontar estas enfermedades (sin que deba confundirse esta afirmación con las enseñanzas cafres de magufos y vendehúmos que piensan que el cáncer se cura solo), pero en las batallas hay ganadores y perdedores, y no es justo, aunque sea en el plano subliminal, introducir la derrota como variante en esta ecuación. La muerte es una mierda, y perdónenme el exabrupto, se pongan como se pongan y la vistamos con el traje que la vistamos.

Se me dan mal los consejos y no voy a decir nada que no pudiera firmar perogrullo: quiéranse, cuídense ustedes y cuiden a quienes tengan a su alrededor, valoren lo mucho o poco que tengan, lloren si tienen que llorar, pero rían también

Esta mañana mismo me ha escrito mi hermana. Un amigo de una compañera suya de trabajo acaba de fallecer a los 40 años. Estaba haciendo lo que más le gustaba, montar en bicicleta, y se le cruzó un corzo. Una caída, un mal golpe en la cabeza. Recordatorios como estos nos llegan todos los días. Nos tiramos unas horas afectados, pensando en qué sería de la vida sin nosotros o sin la presencia de alguien a quien queremos, prometemos repasar nuestra escala de valores, analizar nuestras prioridades, aprovechar mejor el tiempo, pero la rutina y las obligaciones cotidianas se llevan por delante nuestras buenas intenciones hasta que somos nosotros o alguno de los nuestros quienes se ven en un trance así.

Este texto se quedará en nada en breve. Acabará en un rincón de nuestros recuerdos, en el mejor de los casos, y en otro rincón de Internet, igual de oscuro y poco significativo. Se me dan mal los consejos y no voy a decir nada que no pudiera firmar perogrullo: quiéranse, cuídense ustedes y cuiden a quienes tengan a su alrededor, valoren lo mucho o poco que tengan, lloren si tienen que llorar, pero rían también. Vivan, en definitiva, porque tarde o temprano todos acabaremos en Samarra.

6 COMENTARIOS

  1. Yo ya tengo el billete comprado y la maleta hecha. Espero que para dentro de muchos años, pero por si acaso.
    Gran artículo, felicidades.

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