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Con la bolsa al hombro (IV)

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Por Daniel Palma

VIERNES 29

Ayer el día fue muy diferente. La llegada al campo, el desayuno y el rato de prácticas antes del partido más o menos igual, pero en el tee del 1, al empezar la ronda, no me encontraba en absoluto nervioso…

Teníamos muy claro que no había nada que perder y sí mucho que ganar. Intuíamos que al final del día el corte iba a estar en +4 o +5, y por tanto una vuelta de 3 bajo par nos metía en el fin de semana. Muy difícil pero no imposible. Todo o nada, birdie o bogey, cara o cruz. Daba igual hacer 85 golpes o 95, pero había que salir pisando el acelerador desde el comienzo.

El boggey del 1 supuso un frenazo en seco, aunque con el rápido birdie al 2 vuelve a  renacer la esperanza. De ahí en adelante más de lo de ayer; buen juego pero sin la chispa necesaria para restar golpes al campo. Putts que se quedan colgando, tiros a green que por un metro no son perfectos y sobre todo pequeños errores que pagamos demasiado caros.

Vamos sumando hoyos hasta que ya en el 9 es más que evidente que nuestro crédito se ha agotado. En ese momento noto que Raúl, quién había intentado a toda costa no rendirse aferrándose a cualquier pequeño resquicio de esperanza, baja los brazos y empieza a asumir ‘la derrota’. El campo le ha vencido, lo ha destrozado. La presión del jueves por lo mucho que suponía para él esta última oportunidad del año lo ha hecho desarrollar su peor juego en meses. Él, al igual que yo, no entendemos cómo ha podido suceder.

Hace pocos días se marcaba un -8 en el Real de Sevilla y yo estoy harto de ver día tras día como destroza el exigente campo de La Cañada (el Valderrama chico, como yo lo llamo).

Muchos amigos del guadiareño intentan animarlo con palabras de apoyo que, aunque aparentemente lo consiguen porque Raúl se estará riendo hasta el día de su entierro, en el fondo  no logran difuminar la decepción que hace rato se ha apoderado de él.

Sé que muchos creían en mi jugador esta semana, pero por encima de todo éramos tres los más convencidos de sus opciones: el propio Raúl, su padre y entrenador  Bartolo y por supuesto yo. Y por esa misma razón nuestra decepción es incomparable a la de los demás.

Estoy muy jodido, agotado psicológicamente. No entiendo bien por qué ha pasado lo que ha pasado.

Al  terminar la ronda me marcho a comer solo. No me apetece hablar con nadie. Me siento al final del caddy´s lounge en una mesa vacía. Reflexiono con la poca clarividencia que en ese momento poseo. Qué duro es este deporte; qué difícil e ingrato. Pero qué justo. Pone a cada uno en su sitio en cada momento. Todos los jugadores que hay aquí esta semana son tremendamente buenos pegando a la bola, pero la diferencia la marca la cabeza.

Si juegas con la tarjeta del circuito conseguida es como si empezaras -5 cada día. Da igual lo bueno que seas con los palos; la cabeza puede más que el mejor drive o que el golpe más espectacular. Te atenaza los músculos, te ciega la razón y te empequeñece hasta destrozarte.

Y sólo los más fuertes sobreviven. Ahora sí que no entiendo que el 100% de los jugadores de este nivel  no trabajen con un psicólogo. Es mucho más importante la forma de afrontar las vueltas que lo fino que estés pateando.

Y sumido en esos pensamientos me asalta otra cruel realidad. Qué dura es la vida del caddy del tour. Y no me refiero a los caddys de los Kaymers, Westwoods o McIlroys que esos ganan mucho dinero sí o sí, sino a esos otros cuyo jugador pelea semana tras semana por ir pasando cortes, que rozan el mantener la tarjeta hasta el último torneo, que no saben si van a ganar algo de dinero o van a viajar el viernes hacia el próximo campo con los bolsillos vacíos.

Los caddys cobran un fijo para gastos por semana que ronda los 1000 euros y un 7% aproximadamente del premio semanal (un 10% si es victoria). Descontando billetes de avión, alojamiento, coche de alquiler y comidas estoy seguro que muchas semanas no sólo es que no ganen dinero, sino que incluso pierden.  Creo que el que es caddy lo hace en gran parte por devoción a este deporte, porque es un joven profesional que está aprendiendo o que no ha podido triunfar en la competición, pero los caddys de más de 50 años creo que se asemejan mucho a los viejos marineros de mercantes, que si los ‘encierras’ en su casa por dinero se les agria el carácter y se encuentran fuera de sitio. Nadie es caddy para hacerse rico.

Yo al fin y al cabo lo he vivido como una experiencia fantástica, por supuesto con la tranquilidad de que mañana día 30 mi nómina estará ingresada en el banco, pero no quiero imaginar cómo sería andar de un país para otro sin saber cuándo ni cuánto podré pagar de mi hipoteca. Tienen toda mi admiración y respeto.

Termino de comer y vemos en las pantallas de retransmisión interna que Álvaro Quirós marcha -3 en el día y está de nuevo en el corte. Al menos me llevaría un alegrón si fuera capaz de entrar en el fin de semana. Sé lo mucho que ansía hacer un buen papel en el que considera su segundo campo, donde entrena y donde juega muchas rondas al año. Al final, el bogey del 18 me derrumba el último castillo de naipes que me quedaba en pie.

¿Y yo venía con la intención de disfrutar? He sufrido más esta semana que con la muerte de la madre de Bambi o de Chanquete. Hay amores que te hacen sufrir.

Doy por finalizada la semana. A partir de mañana volveré al campo a disfrutar. Ha sido muy cruel a la vez que gratificante. Si ya cuando llegamos el lunes no me gustó nada que la taquilla que nos asignaron fuera la número 13…

No quisiera terminar este último relato sin dar las gracias a quien entiendo es necesario. En primer lugar a Raúl Quirós por permitirme vivir en primera persona algo que poca gente puede hacer y que estoy seguro cualquier aficionado a este deporte desearía. Gracias, Raúl. Me lo has puesto fácil, incluso en los malos golpes, en los momentos duros has sido tú al 100%. Eres un fenómeno y estoy orgulloso de poder decir que te hice de caddy. Pronto estarás donde mereces. No lo dudes ni un instante.

En segundo lugar a Ten-Golf por abrirme la ventana desde donde compartir mis emociones y frustraciones de estos días. Dicen que lo mejor de acostarte con una modelo es poder contárselo a los amigos al día siguiente. Pues esto ha sido igual. Sé que muchos os habéis sentido identificados al leer estas crónicas. Gracias Alex y David por darme la oportunidad. Es mucho lo que hacéis por este deporte y espero ayudaros cada vez que pueda.

Y en último lugar aunque no por ello menos importante, dar las enormes gracias a mi princesa. Tengo la enorme fortuna de tener una mujer a mi lado que es hándicap 0 en paciencia; que sabe de mi pasión por este deporte y que me ha facilitado sobremanera poder vivir este sueño. Ha aguantado estoicamente el que mi única semana de vacaciones al año sea para irme desde el amanecer hasta la noche a vivir golf durante una semana, quedándose con mis pequeñas fieras, haciendo de padre y madre, poniéndome buena cara y animándome a escribir cada día.

Eres la mejor, ratita. Un millón de gracias.