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Razones para trazar una línea que marque un antes y un después

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Domingo, 12 de febrero de 2012…

No debiera sorprendernos demasiado si esta fecha termina siendo el cruce de caminos que separe el antes de un acentuadísimo después. Nos referimos, por supuesto, a la carrera deportiva de Rafael Cabrera Bello (-18), rutilante ganador del Dubai Desert Classic… Y no es tanto por el triunfo en sí mismo, de campanillas. Sino por el CÓMO.

No tanto, incluso, por todo lo que supone esta victoria de un modo físico y material, que es un potosí, incluyendo el cheque de algo más de 300.000 euros. Repasemos: va a dar un salto en el ránking mundial hasta los 65 primeros y se mete de cabeza en el World Golf Championship Accenture Match Play de dentro de dos semanas; ocupa ya la cuarta posición en la Race To Dubai 2012, por lo que está virtualmente metido también en el Cadillac World Golf Championship de Doral (entran los diez primeros de la Race a 29 de febrero); enseña las orejas de cara al Masters de este año; también aparece ya entre los diez primeros (9º) en la lista europea de clasificación para el equipo de la Ryder Cup… Para qué queremos más.

Pero, decíamos, ya no es tanto por todo lo expuesto que hagamos una raya entre el antes y el después. Sino por lo que pueda venir detrás atendiendo a algunas pistas que Rafael Cabrera Bello ha dado hoy sobre el pasto del Emirates Golf Club.

Ritmo, ritmo y ritmo. Ni un atisbo de precipitación o prisa cuando en realidad, en situación como la de hoy,  la adrenalina casi asoma por las pupilas. El swing de Rafa transmitía sensaciones de jornada de ronda de prácticas. Dulce y melódico. Siempre en compás. Sólo de este modo podía entregar el segundo mejor resultado del día, con una tarjeta limpia de bogeys, y recuperar alrededor de green con el temple y precisión exhibidos, en una jornada incómoda por el viento.

Estrategia exquisita. En todos y cada uno de los golpes planeó exactamente lo que demandan los manuales del mejor golf y lo que pedía esta jornada de domingo. Esa perfecta aleación de arrojo y atrevimiento, prudencia cuando toca, conocimiento de las propias limitaciones…

Después, a la hora de ejecutar, el tiro no sale siempre como uno lo ha imaginado, claro. Como el hierrazo a las nubes en la calle del hoyo 10, par 5, buscando el green de dos, que lamía el borde del bunker frontal y se posaba en la arena. O el tiro decidido en el tee del 15, par 3, cuando ya había que ir echando toda la carne en el asador, que buscaba trapo y se enganchaba en el rough por escasos cuatro dedos…

Sorteando con maestría los accidentes propios de una ronda de golf, y además picando aquí y allá con excelentes golpes (los hierros del 9, del 12, del 14, del 17…), el jugador español era el dueño de su juego, de su vuelta…

Pero este deporte siempre suele plantearte un último y monstruoso desafío. Y puede ocurrir entonces que uno decida salirse de la senda que marca el sentido común. Ocurre en efecto, a veces, que uno de estos grandes jugadores siente que ha llegado el momento de jugársela a cara o cruz. En este caso desde luego debe proceder con coraje y sin vacilar. Estilo Seve.

Así obró Cabrera Bello después de fallar fatalmente la salida en el hoyo 16. En muy mala posición y sin tiro franco, el jugador español vio un hueco por el que, quizá, pudiera llevar la bola a green. Un solo hueco y mucho riesgo, rodeado como estaba de árboles y con el liderato del torneo en un puño, igualado con Westwood y Gallacher.

También el porte mostrado por el canario en esta delicada situación obliga en efecto a trazar una línea que separe el antes y el después. Porque no perdió el tiempo en lamentaciones ni siquiera entreabrió la puerta a la desesperanza. Estudió la situación, calibró y midió con una capacidad de concentración que sólo los grandes jugadores poseen, y ejecutó. Bingo. Bola a las inmediaciones del green y fantástico approach rodado y recuperación cuando el fantasma del doble bogey era algo más que un fantasma…

Algo habrá ayudado a Cabrera Bello que Westwood no embocara casi nada por los segundos nueve hoyos, especialmente un putt de birdie que no llegaba a los dos metros en el 17. O que McIlroy, Kaymer y Bjorn, por citar a los más ilustres candidatos, tampoco anduvieran sobrados. La moraleja apropiada es casi ya un tópico: la presión es para todos. Nadie se libra. ¿O nos hemos olvidado tan pronto del domingo de Tiger en Abu Dhabi?

El inglés y el escocés Gallacher, que venían en el último partido, aún tuvieron sendos putts de birdie en el 18 para forzar un desempate. Pero la bendición dubaití sobre el golf español perdura. Son ya más de Mil y Una Noches de gozosa celebración…

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