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Bryson DeChambeau promedia 66,3 golpes en el regreso del PGA Tour y se pone un notable

¿Es un arrogante o sólo un científico en su laboratorio?

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Bryson DeChambeau. (Photo by Stacy Revere/Getty Images)

Bryson DeChambeau ha jugado 13 rondas de golf oficiales desde que el PGA Tour regresó a sus labores tras el parón por el coronavirus. Todas las vueltas del Charles Schwab Challenge, el RBC Heritage, el Travelers Championship y la primera ayer del Rocket Mortgage Classic. Su vuelta más alta ha sido de 70 golpes (dos veces), ha hecho 67 o menos en  diez ocasiones y su media es de 66,30. La cifra es epatante.

Rory McIlroy ganó el año pasado este apartado estadístico en el PGA Tour con algo más de 69 golpes de media. Es decir, esta versión de DeChambeau es tres golpes mejor que una de las más poderosas de McIlroy a lo largo de su carrera. La diferencia es que Rory lo hizo durante una temporada completa y Bryson lleva tres semanas y media, un matiz importante que no quita para que la cifra sea en cualquier caso asombrosa.

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DeChambeau hizo ayer 66 golpes en el Detroit Golf Club, su media, y se colocó en la cuarta posición, a un golpe del trío de líderes. Después de firmar la tarjeta atendió a los medios de comunicación y le pidieron que valorara esta majestuosa racha. Su respuesta: «Sé que lo que voy a decir va a chirriar a algunos y provocará más de un comentario, pero si yo me tuviese que poner una nota sería un notable. No llega a ser sobresaliente, pero no está mal. Aún tengo que refinar algunas cosas», aseguró. Volvamos al título. ¿Alguien que lleva una media de 66,3 golpes y dice algo así es un arrogante o sólo un científico en su laboratorio?

DeChambeau siempre ha tenido que lidiar con ese sambenito. Es la razón por la que antes de responder pone el parche: «Sé que esto va a chirriar…». Desde que apareció en el PGA Tour con la gorra a lo Ben Hogan (es su ídolo), y aún antes cuando era amateur y ya la llevaba, Bryson ha estado en el ojo del huracán de aficionados y compañeros. Ha sido el centro de muchos debates y en muchas ocasiones para poner en duda sus métodos, sus palos cortados a la misma longitud, los ‘cacharros’ que colocaba en los putting green para medir cómo podía afectar el calor a la hora de calcular las caídas, sus riegos particulares en las rondas de prácticas para entrenar con superficies más rápidas o más lentas…

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DeChambeau ha agitado la coctelera con un sistema nuevo, muy particular y revolucionario que no siempre gusta. Se han vertido, y se vierten, críticas sobre él que mezclan el escepticismo, la desconfianza y los recelos, cuando no directamente la envidia. No es fácil siendo tan joven lidiar con todo ese ruido alrededor. Sin embargo, ha mostrado una personalidad a prueba de bombas. Ha seguido su camino, se ha fiado de sus certezas, sus estudios, su conocimiento y, ojo, sin menospreciar nunca ha nadie. Explica su método tantas veces como haga falta para el que lo quiera o pueda entender y sigue mejorando.

«Estar teniendo estos resultados sin que mi juego sea sobresaliente está muy bien y me pone contento. Eso sí, hay margen de mejora y trabajo para ello, para ser aún más consistente, más recto, más largo y tener menos dispersión. Sé que la perfección no se puede alcanzar en golf. Lo tengo claro. Si fuéramos robots y pudiéramos tener en cuenta todas las variables, probablemente nos acercaríamos a la perfección, pero somos humanos y hay variables que nunca podremos controlar. Una es la cantidad de viento y cómo influye y otra es la altura de la hierba», explicó ayer.

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Es legítimo pensar que alguien que lleva una media de 66 golpes y dice que su juego no está todavía al ciento por ciento puede parecer al menos un poco arrogante, pero viendo su trayectoria, su comportamiento, sus declaraciones y su evolución, la realidad es que sólo se trata de un científico en su laboratorio.

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