Alejandro Alonso (16-11-2002, Ciudad de México) jugaba de pequeño al fútbol. «Como cualquier otro niño mexicano, si no te consideraban raro», puntualiza. Los fines de semana acompañaba a su padre a jugar al golf al campo de Los Encinos, en Lerma, muy cerca de su casa. No le gustaba demasiado, prefería el fútbol, natural si añadimos que por sus venas corre a borbotones sangre italiana y española. Su vida dio un giro a los 10 años sentado delante de la televisión. Porque la vida también puede dar giros a los 10 años.
«Me puse a ver The short game, un documental de Netflix sobre el Mundial de golf US Kids. Se grabó en 2012 y se emitió al año siguiente. Me quedé embobado. Niños de todo el mundo compitiendo en Pinehurst. Recuerdo que me dije: yo quiero estar ahí, yo quiero estar ahí», recuerda. Hoy Ale Alonso cuenta su historia a Ten Golf, sus inicios, su aspiración por llegar al PGA Tour y su sueño por jugar algún día la Ryder Cup. ¿Un mexicano en la Ryder Cup? También parecía imposible que pudiera jugar el Mundial US Kids…
Al poco de ver el documental, el destino le hace un guiño definitivo. Se entera de que la fase clasificatoria mexicana del Mundial US Kids de 2014 se va a jugar en Los Encinos. Más que un guiño es un grito en la oreja. Ahora sí se toma en serio el golf. El fútbol queda a un lado y se pone a entrenar a tope. Quiere ser como Allan Kournikova, protagonista de la cinta de Netflix. No era un reto fácil. Sólo el ganador clasificaba para Pinehurst. «Gané por 14 golpes. Estuvo padrísimo», asegura. El golf, con sus vaivenes, había llegado para quedarse.
Con 13 años se marchó a estudiar a Inglaterra con el objetivo, entre otros, de jugar al golf. No pudo practicar tanto como pensaba (el mal tiempo fue un serio inconveniente) y un año después ingresó en una academia de Florida. Allí jugó más al golf y fue mejorando su nivel. Ya con 16 años su familia su mudó a Texas. Se volvieron a reunir. El golf formaba ya parte absoluta de su vida y fue un elemento importante a la hora de elegir universidad. Buscaban que fuera privada, con buena meteorología, con buen nivel académico y si, además, era jesuíta, mucho mejor. Se decantaron por Loyola Marymount, en California. Bingo. Estudió Finanzas.
Alonso no le pone un pero a la universidad, pero las cosas no siempre fueron fáciles. «Había entrenadores de mucha calidad, gente muy buena», asegura sin poner una sola excusa. Sin embargo, le costó. En el primer semestre no logró clasificar para el equipo. Fue una especie de muro. La exigencia en el golf universitario de Estados Unidos es muy alta. Estar en un equipo no garantiza que juegues torneos. Te lo tienes que ganar.

En el segundo semestre jugó algo más, hizo algunos resultados muy buenos, pero el segundo año fue a peor. Apenas jugó dos torneos. La cabeza empezó a dar vueltas, aunque siempre con la esperanza de que todo podía cambiar. Alonso no tiraba la toalla… al menos de momento. El inicio del tercer año no fue mucho mejor. No estaba jugando bien. Andaba perdido. Empezó a buscar trabajo en el mundo de las finanzas, lo que estaba estudiando, aunque fuera como becario para ir preparando su futuro. Los números estaban apartando al golf.
Todo volvió a dar un giro en la Navidad de 2023. Tenía 21 años. La vida también puede dar giros con 21 años. Curiosamente, fue durante un largo viaje por España para recorrer sus orígenes. «Mi bisabuelo fue Francisco Alonso Astor, nació en 1899 en Novelda, provincia de Alicante y emigró a México en los años treinta del siglo pasado. Mi bisabuela fue Alma Blasco Valdés, nació en Madrid en 1911 y también emigró a México en esos mismos años. Era hija de Wenseslao Blasco, de Zaragoza, y nieta de Eusebio Blasco, famoso escritor y poeta zaragozano, amigo de Gustavo Adolfo Bécquer.
Durante el viaje, estando en Madrid, buscó un sitio para seguir practicando. Las cosas no iban bien con el golf, pero Alejandro lo iba a intentar hasta el final. Llamó a su compatriota Omar Morales, que estaba en la Universidad de UCLA, compañero de equipo de Pablo Ereño, golfista madrileño graduado este verano y que ya ha jugado en el DP World Tour y en el Korn Ferry Tour. Se pusieron en contacto y quedaron para entrenar en el Centro Nacional de Golf. «Fue un punto de inflexión. Me encantó estar con él, hablar y practicar y me dije: vamos, lo tengo que intentar. Me gusta mucho esto. Quiero ser profesional. Sé que lo puedo hacer bien. Ver buen golf me hizo cambiar la actitud», explica.
El inicio de 2024 fue otra cosa. El viento había cambiado. Entró siempre en el equipo y empezó a jugar torneos importantes en Arizona, Stanford o San Diego. Acabó segundo en el Jackrabbit Invitational. Los resultados salían, pero sobre todo estaba jugando bien. Fue un gran año, aunque en esa Navidad volvió a tener un contratiempo. Durante unas vacaciones en Australia se rompió un dedo en un pequeño accidente de coche y tuvo que ser operado. Regresó a la universidad con el tiempo muy justo para poder disputar el The Prestige, el torneo más importante del momento. El entrenador le lanzó el guante: «demuéstrame que estás bien». Jugó la clasificatoria del equipo y ganó por cuatro o cinco golpes, recuerda. Jugó el torneo y acabó décimo. Aquello fue un subidón, el chute de confianza definitivo para hacerse profesional.
Al poco de acabar la universidad, ganó la Escuela de la Gira Profesional de México, un circuito con bastante nivel y diez pruebas durante el año. Ya tenía un primer trabajo, pero quería más. Jugó también la escuela del DP World Tour y se quedó fuera en la primera fase por un solo golpe. Allí compitió bajo bandera española. Tiene la doble nacionalidad. Ahora, está en plena batalla en la Escuela del PGA Tour. Superó la preclasificatoria en La Quinta Country Club en septiembre y hace apenas diez días pasó también la primera fase en el Sand Creek Station de Kansas. Acabó en la décima posición con vueltas de 68, 68, 68 y 74, terminando con dos birdies en los tres último hoyos cuando más apretaba la presión. Otro impulso.
En la previa de la Escuela del PGA Tour hizo mucho viento y su swing de desajustó. En Bélgica trató de encontrar soluciones como buenamente pudo, pero se sintió demasiado solo. Mucho lío. Su entrenador de toda la vida es Steve Dahlby, en Texas. Confía en él a muerte. Nadie entiende el swing de Alonso mejor que él, pero desde que se hizo pro, se han distanciado porque Alejandro se ha ido a vivir a Arizona. Debía buscar otras soluciones y la encontró en Donnie Massengale. «Ha sido una transición muy fácil. Hemos continuado con lo que hacía con Dahlby, sin hacer muchos cambios. Era justo lo que quería», señala.
Con su ayuda y la de Manny Gutiérrez, caddie que le recomendó Raúl Pereda, profesional mexicano del PGA Tour, Alonso ha jugado el que probablemente ha sido el mejor golf de su vida en esa primera fase de la Escuela del circuito americano. Ahora toca preparar la segunda, que se disputará en cinco campos de Estados Unidos del 2 al 5 de diciembre. Es el paso previo para la gran final. Si la pasa tendrá ya asegurada la tarjeta del PGA Tour Américas y estará rozando con los dedos el primero de sus sueños. Los 5 primeros de la Final consiguen la tarjeta del PGA Tour y los 50 primeros los derechos completos del Korn Ferry.
Decimos el primero porque el segundo es la Ryder Cup. «Me encantaría jugarla algún día. Sería una gran historia. Creo que no hay una experiencia mejor que la Ryder», señala, todavía emocionado por lo que se vivió en Bethpage. Ni siquiera sabe a día de hoy lo que tendría que hacer para poder jugarla, pero confía en que sus ancestros españoles sean suficientes. Ya habrá tiempo, si llega la posibilidad, de estudiar el asunto. «Es un sueño, sería brutal. Si llegas ahí significa que eres top entre los top».
Menudo viaje sería: de Netflix a la Ryder Cup.



