De repente, se alinearon los planetas. O mejor dicho: Rory McIlroy (-12, vuelta de 64) los alineó. El norirlandés embocaba desde 125 metros en el hoyo 16 de East Lake y estaba a punto de hacer un nuevo eagle en el 18, par 5, desde la arena (birdie dado y tres menos en los últimos tres hoyos). Poco después, Kevin Chappel y Ryan Moore no eran capaces de sacar el birdie en ese mismo 18 y los tres tenían que marcharse a un desempate…
Antes, Dustin Johnson (-5), el gran derrotado de la jornada, se había reencontrado con viejos fantasmas, aquellos que de un modo u otro le impedían rematar algunas de las grandes faenas. El de Carolina firmaba una tarjeta de 73 golpes y dejaba abierta la puerta a McIlroy en la lucha por la Fedex Cup y los diez millones de dólares. Sus opciones estaban en el desempate en manos de sus compatriotas, Chappell y Moore, porque la victoria de cualquiera de ellos dejaba el cheque millonario en su bolsillo. Pero Rory no estaba para concesiones. En el primer hoyo de desempate ya debió ganar después de pegar un hierro 4 estratosférico y dejarse una opción de eagle desde unos dos metros en el mismo 18. Fallaría el putt y aún tendría que llegar a un cuarto hoyo de desempate ante Moore, para batirlo definitivamente con un nuevo birdie, otra vez en el hoyo 16, donde hora y media antes había enchufado el eagle prodigioso desde la calle.
Un doble bogey de Dustin Johnson en el hoyo 12 produjo el chispazo definitivo en la cabeza de Rory, que acababa de firmar el par en el 13 cuando comprobó en el leaderboard el traspié del norteamericano. «OK, vamos a por ello», le dijo a su caddie, J. P. Fitzgerald, «ahora sí que tenemos una oportunidad real». Rory calibró en aquel momento que tenía que ser capaz de hacer algo grande en los últimos hoyos en un recorrido que no es precisamente una bicoca. Y lo hizo. Vaya si lo hizo.
