El Shell Houston Open que concluyó ayer con la victoria de Phil Mickelson (-20) ha despejado una duda que asaltaba a los aficionados del circuito americano. Europa está al alza y, con Tiger todavía en el taller, el aficionado americano se preguntaba quién podía ser el gran favorito americano para la cita de Augusta de esta semana. La demostración de Mickelson en el Redstone de Texas no deja lugar a dudas…
El triunfo de Mickelson, el número 39 en su carrera, es un vaticinio en toda regla, no sólo por el logro conseguido a una semana de un major en el, además, defenderá título, sino por cómo lo hizo.
El juego corto del Zurdo de Oro está fino, muy fino… como siempre. Sus hierros son atrevidos, acertados y tienen la altura de esos famosos globos de Tiger, que es precisamente lo que hace falta en Augusta para dejar la bola en sus greenes de mármol.
Además, por primera vez desde 1997, Phil se coloca por delante de Tiger en la clasificación mundial (donde ocupa el tercer puesto), y siente la llamada a convertirse en el norteamericano que sustituyó a Tiger (ahora séptimo) como líder del golf en USA.
Por lo demás, el domingo del Shell tuvo cierta emoción. Scott Verplank (-17), que compartió partido estelar con Mickelson, estuvo con opciones hasta el 16. De ese par 3 de 204 yardas salió Phil con birdie y Scott con bogey. Y ahí se acabó el torneo. Scott se jugaba su boleto para el Masters… y lo perdió.
Mención especial merece la actuación de Chris Kirk (-17), que en su décimo novena aparición en el PGA Tour destacó por su juego templado y preciso. Hizo alarde de unos nervios de acero, impropios de un novato en el circuito, en sus segundos nueve hoyos en el Redstone. Jugó los cuatro días bajo par y empató en segundo lugar con Verplank.
