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Rahm encuentra la luz en una charla camino del tee del 1

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Jon Rahm, durante la segunda ronda del WGC México este viernes. © (Golffile | Ken Murray)

Jon Rahm andaba peleado con el mundo a la salida del green del hoyo 18. Había cometido un bogey evitable y se había colocado +4 en el torneo. El WGC México Championship se diluía por el sumidero. Su tramo fetiche del Club de Golf Chapultepec se le había rebelado. Entre el 10 y el 18 tenía un parcial histórico de -17 y hoy lo había solventado con +3, con un doloroso doble bogey en el 16 incluido. Además, por delante tenía los nueve primeros hoyos, cuyo parcial apenas era de par en las trece rondas anteriores disputadas aquí. Una nube negra en el horizonte y fuego por dentro. Mala combinación.

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Cuando un jugador como Rahm, acostumbrado a pelear cada semana por las victorias, se encuentra a quince golpes de la cabeza, sin terminar de jugar bien y a remolque en cada green, es lógico, natural y hasta legítimo que apague la máquina, desenchufe y empiece a pensar en otras cosas, otros torneos, otras semanas. Sin embargo, Rahm es un golfista especial en ese sentido. Jamás tira la toalla. Lo tiene terminantemente prohibido. «Va en mi ADN», asegura. «Yo siempre, siempre, siempre lo intento. Saldrá o no saldrá, pero lo dejó todo en el camino», sentencia.

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Por eso, cuanto más alta era la montaña y más negra la espesura del bosque, Jon logró encontrar la luz. Lo consigue no porque sea un iluminado, sino porque nunca deja de creer. Porque siempre la busca. Sabe que hay un camino y lo persigue hasta que no puede más. La cuenta del boxeo acaba en el 10. El fútbol en el 90. El golf en el 18. Es el refrán de hasta el rabo todo es toro elevado a la máxima potencia.

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Camino del hoyo 1 tiene una conversación con su caddie, Adam Hayes. Jon habla de sus sensaciones. No termina de entender lo que está pasando, ni por qué todo aparentemente sale mal. Tampoco comprende por qué le está costando una barbaridad meter un putt. Es una charla revitalizadora. Le sirve para soltar lo que lleva dentro, para maldecir, por qué no, también para maldecir, pero lo más importante es que le sirve para resetear. Ambos, Jon y Adam, llegan a la conclusión de que está pensando demasiado, que está procesando todo mucho, que hay que darle más libertad al miura que corre por sus venas.

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Y eso es lo que hace… Comienza a jugar con más libertad y, zas, de repente entra el putt de birdie en el hoyo 1. Tenía unos cinco metros. Es el putt más largo que ha metido esta semana y todo cambia. De pronto se abre una zanja en la espesura y se adivina la luz. Jon ha encontrado el punto de inflexión que necesitaba y, como nunca deja de creer, se tira a por ello con fe y convicción. Hace otro birdie en el hoyo 2, con otro buen putt de tres metros. En ese momento, el hoyo 18 ya está completamente olvidado. Ahora Jon sólo mira hacia arriba.

A partir de ahí, comienza a jugar algo mejor y, sobre todo, aparece el gran Rahm de los greenes. Mete un putt gigante en el hoyo 5, de casi nueve metros, otro birdie, otro más de dos metros en el 7, cuarto birdie en siete hoyos y un último en el 8 de casi tres metros para salvar el par. «Siempre hay que creer porque el golf es así, nunca sabes cuando de pronto una vuelta va a cambiar. Metes un putt y las cosas se ven de otra manera», dice Jon desde su fabuloso manual de la fe del gran deportista.

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Y así, por sus segundos nueve hoyos, los nueve primeros de Chapultepec, aquellos en los que tenía un parcial hasta ahora de par, se hace un cinco menos (30 golpes), se coloca bajo par en el torneo (-1) y se da una oportunidad para el fin de semana. «Hace dos años Justin Thomas iba al par después de 36 hoyos y acabó con -16… por qué no», reflexiona en alto el de Barrika. Y ahí está de nuevo, abriendo otra zanja en el túnel para encontrar la luz. Porque lo normal no es hacer -16 en dos rondas, pero Jon no es de los que piensa en cosas normales, él prefiere decirse: «es muy difícil, lo sé, pero y si sí…». Ahora mismo es 22º a diez golpes del liderato.