Inicio Masters de Augusta Masters de Augusta 2014 El hoyo 12 y el cuento de la lechera

El hoyo 12 y el cuento de la lechera

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El tiro de Jiménez del jueves en el 12 del Augusta National me tiene todavía pillado. He visto el video unas veinte veces, sin exagerar, tratando de calcular exactamente donde pica esa bola.

Lo hace justo en el antegreen, a un palmo (unos veinte centímetros) del green más o menos. El gran problema es ese, que al picar en el antegreen retrocede saltando hacia atrás y superando limpiamente con el brinco la pequeña barrera de hierba que separa al antegreen del rough. Al agua.

En realidad le faltan dos palmos de vuelo. Dos palmos. Unos cuarenta centímetros. De ese modo, habría picado en green y el retroceso habría sido algo menos violento (en ese punto ya hay un poco menos de pendiente hacia el agua), por lo que además, en el peor de los casos, la bola seguramente se habría aguantado en esa línea de hierba más alta.

¿Estaba el Masters en ese tiro? Pues no. Cada uno de los profesionales que han jugado esta semana en Augusta podría hablarnos de ese disparo al que sólo le faltó un suspiro para ser bueno y sin embargo terminó en desastre…

Pero sí ocurrió en un ‘momento-llave’. Hay errores y errores, momentos y momentos. A mí me da la sensación, por ejemplo, que Jordan Spieth no volvió a patear el domingo con la misma determinación y soltura desde que falló ese putt corto de par en el 8. Momento llave.

Hasta ese fatídico instante Miguel venía jugando de maravilla. Sólo había pagado un peaje en el 11 por pegar el segundo tiro sin convicción. Lógico y normal en ese hoyo. Por lo demás, su golf había sido mayúsculo: cuatro menos por los nueve primeros y dejándose putts claros de birdie por el camino. Después siguió jugando igual de bien, pero los putts ya no entraban. Qué casualidad.

El 76 del viernes tuvo mucho que ver con el 71 del jueves, porque el malagueño sintió que su golf había merecido más en la primera ronda y arriesgó más de la cuenta en la segunda, cayendo en la trampa de la ansiedad y como si en Augusta cada día fuera igual. Estoy convencido de que el doble bogey del 12 fue el epicentro de aquella insatisfacción. O mejor dicho, el culpable de que Miguel no hubiera entregado el jueves un tarjetón de agárrate y no te menees. Fue aquel hierro 8 justito en el Amen Corner el que cambió la dinámica.

Ya ven lo rápido que se puede escribir el cuento de la lechera. Pero mostremos también el respeto debido a la lechera, que al fin y al cabo llevaba un cántaro rebosante de leche recien ordeñada.