El martes de prácticas en el Augusta National dejó una imagen para el recuerdo. Tiger Woods y Phil Mickelson jugando juntos. Nadie, ni los más optimistas, pensaban que algún día podrían disfrutar de un momento así. Pero los años pasan, la vida deja muchas enseñanzas por el camino, y el nuevo Tigre dista mucho del que dominó con una superioridad insultante el mundo del golf durante años, al menos en lo que actitud y cercanía se refiere.
El pasado año, en la Presidents Cup, Tiger y Phil se dieron un abrazo que pareció sellar más de dos décadas de tensión. Aunque el golfista de San Diego enterró cualquier atisbo de rivalidad mal entendida, más allá de la lógica ambición por engrosar el palmarés de victorias: «Hemos sido amigos desde hace mucho tiempo, aunque no lo hayamos enseñado», dijo Mickelson.
Ayer, por fin, dieron el paso. Mostraron al mundo que su relación, más allá del carácter extremadamente competitivo de ambos y su irrefrenable deseo de ganar, ganar y volver a ganar, que se mantienen vivas más veinte años después, es excelente. Sus gestos, su complicidad, sus sonrisas y, sobre todo, sus palabras tras su vuelta a Augusta así lo reflejan…
Así fue la ronda de prácticas de Tiger y Mickelson
