Jason Dufner (-10) ha ganado el PGA Championship de 2013 con dos golpes de ventaja sobre Jim Furyk. El norteamericano de 36 años, de este modo, deja de ser el entrañable peluche gigante que además juega al golf de fábula, para ser el entrañable peluche gigante que juega al golf de fábula y que, además, es capaz de ganar un Grande. Como parece obvio, el matiz tiene su importancia y profundidad.
Ya era un excelente jugador antes de alzar el trofeo Wanamaker, pero esta nueva dimensión es definitiva. Lo es, hasta el punto de que a partir de ahora el concepto de ‘hacerse un dufnering’ debiera significar algo más que desparramarse por el suelo como un saco de patatas. Hacerse un dufnering es desde este domingo de agosto algo mucho más serio.
Por ejemplo: salir a jugar la ronda definitiva de un Grande en el partido estelar y a dos golpes del líder, y ahogar a éste y al resto de candidatos con un juego sin fisuras, una estrategia perfecta y algo más que destellos de excelencia: se dejaba hasta tres birdies literalmente dados en los hoyos 6, 8 y 16. Es cierto que finalizaba con dos bogeys, y que el putt de par de un metro que fallaba en el 17 volvía a dejarnos al descubierto su punto flaco (precisamente esos putts cortos en los que se bloquea más de la cuenta), pero en aquellos momentos ya tenía bajo control el torneo.
Ni los amagos de Stenson ni la aparente solidez de Furyk minaron su determinación. Había decidido hace dos años en Atlanta, cuando dejó escapar la victoria en aquel PGA, que aquello no marcaría su destino. Dicho y hecho. Como si fuera tan sencillo.
Al fin, Dufner embocó el putt decisivo, cerró tímidamente los dos puños y se mordió el labio inferior alzando levemente la vista, sin llegar a mirar al cielo. En este sencillo ritual consistió su espontánea celebración, la primera. Después se abrazó a Amanda, su mujer, a la que dedicó algo así como una sonrisa y a la que invitó a salir del green con dos cariñosas y castas palmadas en el culo. Nada especial, a pesar de la chanza que se organizó en la grada del 18 del recorrido Este de Oak Hill. Todo lo contrario: hizo lo mismo que hubiera hecho en el porche de su casa un atardecer cualquiera. Porque detrás de ese perfil absolutamente introvertido se esconde en realidad un tipo natural que masca y escupe tabaco como hacía su abuelo…
No es casualidad que sea un icono en estos tiempos de crisis. Porque a alguien con las hechuras de Dufner te lo podrías encontrar en la cola del paro. En el mostrador de una gasolinera. Empujando una de esas hileras interminables de carritos portamaletas en un aeropuerto. De reponedor en una gran superficie comercial. También podría ser un músico o un escritor bohemio, el dueño de una discoteca hortera o el actor secundario de una insufrible película de gamberretes universitarios americanos. Hasta podría pasar por un genio informático a quien, según cuenta la leyenda, Bill Gates exprimió y robó sus ideas…
En tiempos como los actuales nos apegamos a los tipos aparentemente normales y honestos. El glamour, las intrigas y las medias verdades nos cargan un poquito más.Y a Jason Dufner se lo puede uno imaginar en muchas situaciones, tal y como ha quedado demostrado, pero no susurrando al oído de una septuagenaria que invierta sus ahorros en Preferentes.