La cuestión es: ¿Cuándo Phil Mickelson estaba trabajando duro la semana pasada en el The Grove XXIII, club de golf propiedad de Michael Jordan situado en una finca de 83 hectáreas, al noroeste de Júpiter (Florida), se le pasaba realmente por la cabeza que él podía ganar el PGA 2021, el Grande número 113 que jugaba en su carrera y casi ocho años después de su victoria en aquel Open en Muirfield?
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Seamos serios: ¿de verdad el zurdo californiano aspiraba todavía, mientras zurraba sacos de bolas con el driver y completaba sesiones de diez horas en el club de golf, a sumar su sexto ‘major’ esta semana en Kiawah Island?
De acuerdo, seamos serios: si le preguntas a quienes forman parte de su círculo cercano, a aquellos que lo conocen mejor, seguramente todos te digan que sí, que Phil Mickelson todavía aspiraba (y aspira) a eso y a un poco más. Es en esta línea marcada en el barro de la vida y del deporte donde obviamente la mayoría queda a un lado y Phil al otro.
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Y mucho ojo con la dichosa sentencia que viene a decirle a los niños, adolescentes y jóvenes del mundo aquello de “si lo deseas de verdad y con el corazón, todos tus sueños se pueden cumplir”, sin aclarar, aunque sea en letra pequeña, aquello de “…siempre y cuando te pongas manos a la obra un día y otro, un mes y otro, un año y otro”. Phil desea de verdad las cosas, pero sobre todo se pone manos a la obra. Un día y otro, un mes y otro, un año y otro.
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La cuarta jornada del PGA Championship debe pasar a la historia del deporte como una de sus páginas más bellas y emocionantes. Tiger ganaba el Masters de 2019 tras su paso por los infiernos, pero es que Mickelson se ha puesto el mundo por montera a la tierna edad de 50 años, 11 meses y 7 días. No se trata de echar a pelear ambas gestas, que bastante ha tenido ya Phil con las odiosas comparaciones durante toda su carrera, precisamente ante Woods, el Incomparable por definición y con mayúscula. Más bien hay que saborearlas ambas y cada cual a su manera.
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Una vuelta de 73 golpes le ha bastado al de San Diego para hacerse con la victoria, con dos golpes de ventaja sobre Brooks Koepka (-4) y Louis Oosthuizen (-4), pero es que el día se iba poniendo más y más incómodo para todos y el cambio radical de la dirección del viento, ahora soplaba desde el Oeste, hacía mella en los planes de la gran mayoría, hasta el punto de reventarlas, en muchos casos. Eso, y unos greenes mucho más firmes, probablemente como consecuencia de la acción de ese viento más seco que venía del interior, y no del mar, como el resto de los días. ¿Cómo, si no, se explica que ninguno de los componentes de los diez últimos partidos del día bajara de 71 golpes y sólo tres de los veinte firmaran precisamente ese registro de 71 golpes? Mucha atención al terremoto provocado por el Ocean course entre los grandes candidatos al triunfo final que salían en esos diez últimos partidos: Mickelson (73 golpes), Koepka (74), Oosthuizen (73), Streelman (75), Grace (78), Bezuidenhout (77), DeChambeau (77), Niemann (76), Woodland (77), Casey (71), Conners (73), Im (73), Fowler (71), Spieth (74), Cantlay (73), Finau (71), Bradley (72), Fitzpatrick (73), Hoffman (72) y Kokrak (77).
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No, nadie le ha hecho el pasillo de campeón a Phil Mickelson desde el hoyo 1, honrando su leyenda antes de tiempo. Sencillamente, Phil ha sido uno de los mejores en las peores condiciones. La resistencia y oposición de Brooks Koepka, que se antojaba granítica, seguramente el máximo favorito al triunfo antes del pitido inicial de esta cuarta ronda, sólo alcanzaba en su máxima expresión hasta el green del 1. Allí, Mickelson firmaba el bogey y el de Florida hacía birdie y se situaba líder en solitario… Un espejismo. Brooks aún buscaría una puerta de atrás para colarse en la fiesta en la recta final, pero la realidad es que su juego hacía agua por todos lados. Phil se metía de verdad en faena a la vieja usanza, a su propia usanza, embocando para birdie desde la arena en el hoyo 5. Y casi cerraba también el torneo a su estilo, con un chip delicioso en el 16 que le proporcionaba un birdie dado y el colchón necesario para llegar a buen puerto.
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Al final, la muchedumbre casi engulle al ganador (un descerebrado hasta se le colgaba del cuello) antes incluso de patear en el 18, emocionada y consciente de asistir a un acontecimiento singular. Estaba escrito que Mickelson coronara esta cumbre inaccesible y se convirtiera en el jugador más veterano de la historia en ganar un Grande ante decenas de miles de espectadores, rendidos ante el gran prestidigitador y hacedor de emociones. A la vieja usanza.
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