Cae bien el tal Michael Block. Parece simpático, disfrutón y parlanchín. Dan ganas de tomarse tres tercios de Budweiser con él porque imagino que la Cruzcampo le parecerá pis de gato. Y para rematar el cuadro pertenece al Arroyo Trabuco Golf Club, que está en la californiana Mission Viejo (Misión Vieja, en origen, porque fue fundada por católicos españoles en 1771; ojo, ya existía el golf desde unos siglos antes). Imparte clases el amigo Block en un club que por su nombre bien podría estar en Toledo, Badajoz o Palencia (un hurra por la España vaciada o vacía o despoblada, sin un alma, vaya). Lo único que me genera desasosiego de este profesor de golf (si voy a Mission Viejo, me apunto a una clase con él) es su edad. ¡Tiene dos años menos que yo, Virgen santa! ¡Y es de la quinta de Alejandro Rodríguez, que tiene pinta de ser su hijo…! El golf desgasta mucho, concluyo, más aún que el periodismo.
Del pedestal al pozo. La memoria es corta en estos tiempos de liquidez (no bancaria) y hace poco más de 72 horas reinaba Kazuki Higa en Rochester. Cuatro birdies del nipón en sus cinco primeros hoyos y líder del PGA Championship. De aquel sueño de -4 a la pesadilla del +20 final. Último. Qué duro es esto. Se lo podemos preguntar también a Tony Finau. Era su momento después de cuatro triunfos en nueve meses en el PGA Tour. Revolcón en Oak Hill: 73º con +15 (+7 de propina dominical). Al menos disfrutará de su numerosa prole cuando firme la tarjeta. Sigo con atención el Justin Thomas–Phil Mickelson como si fuera un Sevilla–Betis (uy, qué casualidad, esta noche tenemos derbi): empate por el 16 con +11 en uno de los duelos PGA Tour-LIV Golf. A Thomas, íntimo de Tiger, no se le recuerda una sonrisa (miren la foto que ilustre esta contracrónica) desde que ganó hace un año este Major en el desempate a Will Zalatoris (recupérate pronto, majo) tras tirar el triunfo por la borda el luego liver Mito Pereira. A Phil, aunque me tapó la boca en el Masters, y con sus seis Majors, sus mil triunfos, hay que ponerle un bozal para que no casque tanto. Bogey de Justin en el 17 y par de Phil. Ojú. Aguanto la conexión con esta batalla en la que sólo puede quedar uno. Mickelson, con birdie en el 18, sale vencedor del ring. Buen presagio, quizás, para Brooks Koepka.
Iluso de mí enchufo el televisor a las 16.40, tras una reponedora siesta, presto a seguir la vuelta de Jon Rahm. Están las chicas del Aramco Team Series. Meneo los canales en el mando y no aparece por ningún sitio. Ejerzo la autocrítica por estar desinformado del inicio de la conexión y me dedico a atender la jornada a través del shot tracker. Rahm empieza con dos birdies y declaro mi amor incondicional por el chisme éste de los dibujitos y las infografías. ¡Qué pedazo de invento! Está cogiendo todas las calles, según las infografías del PGA Championship. Voy mirando la pantallita cada rato (también a Pablo Larrazábal, una lástima los dos bogeys postreros) y ese arrebatador comienzo se va difuminando cual oasis al acercarte en el desierto. Empezamos (Rahm y yo) a desesperarnos porque patea para birdie desde muy lejos o aprocha desde el rough y caen los pares como gotas, uno, dos, tres, cuatro… hasta el 9 liga siete consecutivos y para colmo hace bogey en el 10. Ni remontada ni leches. Me desespero y juro en arameo contra el shot tracker del demonio, es un rollo macabeo y ya sé que luego ponen todos los golpes en cada hoyo, pero me tiene frito un anuncio de Cadillac (soy de Renault). «Si no ponen ni las banderas cuando acercas la imagen de los greenes», me digo muy ofendido. Par al 11, par al 12 (ya con la tele en directo)… Falla la calle del 13 por la izquierda. Ni mapitas en el ordenador ni retransmisión en directo ni remontada ni gaitas. Me voy al derbi. Vaya excusa más infantil para quitarme de en medio y soy dos años mayor que Block…
