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Phil Mickelson, el desafío que no cesa

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«Soy yo quien debe adaptarse a los links. No puedo pretender que ellos se adapten a mi juego. Estoy empezando a comprenderlos y a quererlos y es a partir de aquí cuando sí me veo con la posiblidad de ganar algún día el Open Championship».

Así se manifestaba Phil Mickelson hace dos años en Royal St Georges, escenario en 2011 del Open Británico. Era un nuevo reto, otra motivación, el enésimo desafío. En aquella ocasión, cinco días después de confesar el inicio del idilio, terminaba en segunda posición. Hoy, con 43 años, acaba de besar su primera Jarra de Clarete.

Bobby Jones levantó la bola en un bunker del hoyo 11 de St Andrews, durante la tercera ronda del Open de 1921. Su relación con los links también fue tempestuosa en los inicios. El mismo Tom Watson echaba pestes de estos campos la primera vez que jugó uno de ellos. Lo ha contado cien veces. Luego ganaría cinco British, el ‘major’ que lo encumbró a los altares del golf, y no ha vuelto a encontrarse mejor en ningún lugar que en un links. Phil tampoco  podrá ya dejar de quererlos. De repente, lo entiendes todo: esto era el golf. Aquí y así comenzó todo, y yo necesito formar parte de ello. Nuevos horizontes para Mickelson después de este triunfo. Y reto superado.

No se le esperaba esta semana, esa es la verdad. Nadie había ganado jamás el Open de Escocia y el British de modo consecutivo. Sólo Lee Treviño había ganado justo antes de la semana del Open, aunque en suelo norteamericano. Pero ‘Lefty’ es en sí mismo un desafío constante. A la ortodoxia, por ejemplo: capaz de llevar dos drivers en la bolsa y ganar el Masters. A la física: hoy ha pegado madera 3 desde el tee y madera 3 desde la calle en el 17, par 5 de 520 metros, con viento en contra, para llevar la bola a green de dos y dejar casi finiquitado el torneo.  Desafía, por tanto y constantemente, a las nuevas generaciones de chicarrones forjados en las espalderas de los gimnasios: este mozo de 1970 le pega más fuerte que nadie cuando lo necesita. Siempre guarda un plus de explosividad en su característico bamboleo alrededor de la bola.

Un desafío al poder establecido: cuando el año 2013 anunciaba a bombo y platillo el regreso triunfante de Tiger Woods a la senda de los Grandes, aparece de nuevo el de San Diego para rozar el triunfo en el US Open y apuntarse su primer British.

A la lógica: porque hace fácil lo difícil y, muchas veces, también hace difícil lo que parece más sencillo. Es un desafío a la estadística, porque ya es raro que alguno de los seis US Open en los que finalizó en segunda posición no cayera de su lado.

Un permanente desafío a quienes lo critican de soslayo arguyendo que sabe manejar como nadie los tiempos y los modos de las relaciones públicas con los aficionados y con los medios, pero la realidad y los hechos demuestran una educación y un comportamientos exquisitos, y una deportividad a prueba de bomba. 

Un desafío, en fin, a este fiero y portentoso Muirfield de greenes diabólicos e ilegibles y calles secas. Mickelson ha barrido a todos sus rivales con la mejor tarjeta del torneo, 66 golpes, que le ha llevado a un acumulado total de -3, siendo el único que ha ganado la partida al legendario recorrido escocés. Su último tercio de la vuelta, con cuatro birdies, eclipsaba el esforzado tránsito de Lee Westwood (+1), aplastado otra vez por las circunstancias después de salir como líder y favorito. Y el de Tiger Woods (+2),  que de nuevo enseña un juego gris e insuficiente a la hora de la verdad en un ‘major’, lo que no deja de sorprender por más que haya ocurrido con frecuencia en los últimos tiempos.

El arreón triunfante de Lefty, asimismo, hacía estéril el fino y sólido ataque de Henrik Stenson (PAR), y quizá hacía pasar inadvertido el desplome de Adam Scott (+1), que alcanzaba el liderato con un birdie en el hoyo 12 y lo entregaba inmediatamente con una secuencia terrorífica de cuatro bogeys consecutivos (hoyos 13, 14, 15 y 16), demasiado parecida a la del año pasado en Royal Lytham.

De los españoles, por desgracia, no hubo noticias en el top-ten a lo largo y ancho de la jornada. Jiménez tenía razón: sólo un jugador terminaría bajo par y tanto él como Sergio necesitaban al menos un 67 para llegar a los números rojos en el leaderboard, y Rafa Cabrera un 66. Demasiado objetivo para una jornada demasiado irregular de juego.

Resultados Finales