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Quirós, en el infierno por culpa de su mano izquierda

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«Sé que es difícil de creer, pero hoy he jugado bastante bien al golf». Así resumía Álvaro Quirós su primera vuelta en el Open Championship, saldada con un 77, seis más en el día.

En realidad, no es tan dífícil de creer cuando compruebas que ha firmado dos eagles (hoyos 9 y 17) y que estuvo a punto de firmar otro más (hoyo 5).

Y te rindes a la evidencia cuando el jugador, delante de tus narices, se pone a sumar los putts que ha tirado en la ronda: salen 38, después de hacer cuatro putts en un green y tripatear en otros tres. Así es imposible, se mire por donde se mire.

Ni que decir tiene que los greenes de Muirfield estaban por la tarde para mirarlos y no tocarlos. El  R&A había informado al inicio de la jornada de que estaban a 11 en el stimpmeter y que por la tarde llegarían a ponerse en 12… Seguramente se quedaron cortos. Eran puro mármol en algunas zonas. No está acostumbrada esta tierra a soportar tantas horas de sol.

Pero ni siquiera esta circunstancia puede explicar la debacle del de Guadiaro con el putter. Enseguida, con la naturalidad y llaneza que lo caracteriza, Quirós se explicaba: “estoy pateando sin confianza, pero es que además, por momentos, tengo hasta espasmos en la mano izquierda. Me tiembla y no puedo controlarlo”.

No se trata de ningún problema físico o neurológico, como bien puede suponerse. Sencillamente es la falta continuada de confianza con ese palo lo que termina por bloquear el ritmo y convertir en pura madera los huesos y músculos. Y en Muirfield, este jueves vespertino, si algo había que tener en los greenes era temple, ritmo, equilibrio y también determinación. Tampoco es la primera vez que le ocurre, aunque la tensión en un Grande es mayor, desde luego. Ya venía sufriendo este problema desde hace unas semanas, e incluso el año pasado ya vivió alguna situación similar. Un auténtico infierno para un profesional de golf.

Álvaro, no obstante, trata de tomárselo con cierta filosofía. Sobre todo para no caer en la desesperación. Y en vista de que hoy le ha pegado bien a la bola (en realidad, sólo ha fallado tres o cuatro golpes de modo flagrante) no arroja la toalla. Mañana será otro día.