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Reflexiones post-Pebble Beach

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1. Es curioso el modo que tiene el golf de quebrarnos a todos las caderas con un sutil y bello regate… 

El norirlandés Darren Clarke, con trece victorias en Europa a sus espaldas, sumaba doce top-20 en ‘majors’ en los últimos veinte años y seis top-10 en ese mismo tiempo, con un 2º puesto (1997) y un 3º (2001) en el British como mejores resultados. A día de hoy, todo hacía indicar que Rory McIlroy sería quien completara la faena de Clarke en los Grandes, tomando el testigo y elevando los objetivos del golf norirlandés… Pero no, ha sido Graeme McDowell .

2. El hecho de que Rafael Cabrera Bello y Pablo Martín Benavides pasaran el corte no es cuestión que debamos olvidar por las buenas. Ambos perdieron la estela el sábado, pero han demostrado que su mejor golf está a la altura, que pueden competir mirando a los ojos a cualquiera. La regularidad y el temple lo dan el trabajo, la paciencia y la experiencia. Pero ya es bueno tener un asa al que agarrar la ambición propia. Después, el grado de ambición (el nivel al que uno sitúa sus sueños…) lo pone cada cual. Conformarse con sumar 300.000 euros al año para mantener la tarjeta del circuito es tan respetable y bueno en sí mismo como luchar por ganar un ‘major’ algún día…

 Dicho de otro modo algo caricaturesco: de nada sirve que yo, David Durán, trabaje y trabaje mi swing y sitúe la expectativa de mis sueños en llegar a ser profesional de golf. De donde no hay, poco se puede sacar. Llevado al campo profesional de élite, el US Open confirma que en estos jugadores hay materia prima sobrada para labrar una sólida y espléndida carrera. Repito: a partir de ahí, lesiones y desgracias al margen que no está en nuestra mano controlar, el límite lo ponen ellos…

3. Precisamente, la trayectoria de McDowell es un buen ejemplo de superación y evolución. No hay que equivocarse tampoco, porque Graeme ha mostrado una línea muy sólida casi desde su aparición en la élite. Muy, muy sólida. Tiene seis victorias hasta la fecha, incluyendo las dos últimas en Gales y Pebble Beach. Es decir, se veía en él un jugadorazo desde que ganara con 23 años (en julio de 2010 cumple 31) su primer torneo en el circuito europeo, el Scandinavian. Pero después no siempre ha sido coser y cantar…

Los triunfos son muy caros y él ganó tres torneos en siete años y no se metió en un equipo Ryder hasta ya cumplidos los 29 años (Valhalla 2008). Una edad a la que todavía no se acercan Rafa, Pablo, ni tampoco Álvaro Quirós, Alejandro Cañizares o Pablo Larrazábal, por poner ejemplos concretos y actuales (todos ellos ya han ganado al menos una vez en el European Tour), ni tampoco sobrepasan en exceso otros como Gonzalo Fernández Castaño o José Manuel Lara.

4. Álvaro Quirós. El de Guadiaro se quedó en Pebble Beach durante el fin de semana después de fallar el corte. En ese tiempo tuvimos la oportunidad de charlar largo y tendido. Contrariamente a lo que algunos puedan pensar, este formidable golfista apenas dedica tiempo a lamerse las heridas. Ya estaba pensando el mismo viernes por la tarde en cómo mejorar, en cómo transformarse en un jugador más sólido, más equilibrado. En una palabra: andaba ya concentrado en mirar hacia adelante y en poner los medios necesarios para seguir evolucionando.

 No se dejen llevar por algunas apariencias: Quirós es quien es (y ya es alguien en el golf mundial) gracias a su HUMILDAD. Y lo ponemos con mayúsculas. No esa humildad más o menos real de quien no dice una palabra más alta que otra y que no se da importancia. Nos referimos a la HUMILDAD INDISPENSABLE para reconocer errores de puertas hacia adentro y buscar soluciones.

Anda ansioso durante todo el 2010 por firmar grandísimos resultados. Y a veces parece que no es consciente de que ahora mismo marcha 10º en la Race to Dubai y de que sigue metido en el equipo de la Ryder, después de haber ganado el Open de España y haber sido 11º en Abu Dhabi, 2º en Qatar, 6º en Dubai, 6º en un World Golf Championship como el CA de Doral, 10º en Madrid y 20º en Gales…

5. Miguel Ángel Jiménez. El ‘Pisha’ anda sereno. Nos escoció especialmente verlo fuera del fin de semana, porque estamos convencidos de que hubiera pescado en aguas revueltas los dos últimos días, seguramente no hasta el punto de dejarse la victoria a tiro, pero sí de hacer ruido al estilo de Love III.

Fue también aleccionador y hasta emocionante observar cómo anduvo cerca de Rafael Cabrera Bello mientras practicaba en la mañana del sábado, minutos antes de que el canario saliera a jugar. O sentado junto a Pablo Martín en el Players Village después del durísimo 83 que tuvo que firmar el joven malagueño ese mismo sábado. Lo hizo, además, de un modo discreto, tranquilo, no de cara a la galería. Esas cosas se notan.

6. Sergio García. Está casi todo escrito sobre el particular momento obscuro por el que atraviesa. Una ‘obscuridad’ que no le ha impedido acabar el 22º en Pebble Beach, todo sea dicho de paso. Este resultado nos hubiera parecido casi mágico de haberlo obtenido cualquier otro jugador español, así que seamos justos con Sergio, mucho más en esta etapa de su carrera.

Obligatoriamente tenemos que valorar su actuación como un repunte. Su juego alrededor de green, por ejemplo, nos ha parecido realmente majestuoso en el recorrido californiano.

 Con Peter Cowen, sin Peter Cowen, con ligeros cambios técnicos en su swing o sin ellos, al final lo que cuenta, lo que va a contar, es el hambre que tenga Sergio de gloria deportiva, más allá de la que ya ha acaparado en once años de profesional, que es ingente y variada (quienes quieran cifrarlo todo en la categoría de ‘majors ganados’ , están en su derecho. No es mi caso).

7. Tiger Woods. Pues no, no es un extraterrestre. Ni lo es, ni lo era: sus problemas de hoy realzan las gestas de anteayer. Las gestas de un hombre increíblemente dotado para el juego del golf, pero hombre al fin y al cabo.

El retorno de Ernie Els, la carga contínua de Phil Mickelson, el exuberante momento del golf inglés (Westwood, Poulter, Casey, Donald, todos metidos en el top-ten mundial), y el empuje de jóvenes valores como McIlroy, Kaymer, Kim, Villegas, Mahan, Schwartzel , Dustin Johnson o Quirós, nos sitúan ante un apasionante escenario. Tiger contra el mundo.

8. Peeble Beach. Allí, hasta tiene sentido un green absurdo como el del 14, retorcido hasta el disparate. La extensa franja que comienza en el hoyo 4 y se prolonga pegada al mar por el 5, 6, 7, 8, 9 y 10 es magnífica como diseño y, por tanto, un insuperable reto técnico y táctico cuando se combina con la acción del viento, casi siempre presente. Resulta, además, de una belleza superlativa. Por no hablar de ese final, hoyos 17 y 18. Pura mística. Una barbaridad. Si la USGA tuviera por fuerza que escoger una sede fija para el US Open, no podría seguramente elegir uno mejor que Pebble Beach.