Pasan doce minutos de las seis de la tarde en el The Country Club. Jon Rahm remata su putt de par en el hoyo 9 para firmar 67 golpes en la segunda jornada del US Open Championship. Acto seguido se sube a un buggy oficial camino del edificio donde los jugadores firman la tarjeta. Se sienta en el pescante trasero junto a un policía del pueblo de Brookline. Este no es del condado, es del pueblo. Jon está inquieto, un poco nervioso y no es, precisamente, por llevar a un agente del orden a su vera. Está buscando algo con la mirada…
El buggy se pone en marcha y Jon estira el cuello a su izquierda, en dirección al tee del hoyo 8. Sabe que tienen que estar ahí. Y sí, ahí están. Son sus padres, Edorta y Ángela, que se acaban de hacer los 18 hoyos siguiendo a su hijo. Se produce la conexión, se cruzan las miradas y la cara de Jon se ilumina. Despliega la felicidad de un niño al que le acaban de regalar su juguete favorito. Alza los dos brazos y sonríe con la boca más grande de la que es capaz. No hay juguete más divertido para Jon que una gran vuelta de golf y estar metido en la pelea por ganar un Grande.
Rahm se encuentra con -4 en todo lo alto de la clasificación. El campeón defensor ataca de nuevo. Está a un golpe del liderato que comparten Collin Morikawa y Joel Dahmen. Esto no es Torrey Pines, pero sí ha encontrado la manera de hacerlo un poco suyo. Hoy Jon ha dominado en cierto modo al The Country Club. «No es lo mismo, en Torrey Pines me siento como Pedro por su casa, estoy siempre cómodo. Aquí he conseguido una sensación parecida a partir del hoyo 2. En los últimos siete hoyos sí me he encontrado muy cómodo», reconocía al terminar su vuelta.
Como para no estarlo. Su juego desde el hoyo 3 ha recordado la mejor versión de Jon, la de la última ronda del US Open del año pasado, la de la tercera ronda del Memorial del Covid, la de la última ronda del Open Championship de Royal St George’s. Es esa versión de Jon, la poderosa, la controlada. Esa que le permite cazar de dos los pares 5 con la facilidad de quien se come un polo de limón, de ponerla de uno en el par cuatro corto (hoyo 5), de pegar un tirazo tras otro, de transmitir la sensación de que no puede fallar una calle…
Y no era fácil la vuelta de hoy para Rahm. A su lado, Collin Morikawa apretaba las tuercas de lo lindo. Hoy estaba en modo Morikawa, pegando un golpe bueno detrás de otro, mostrando un juego corto que por momentos daba la sensación de haber mutado en Jordan Spieth. Estaba apretando la soga al máximo y había que responder sin hacer saltar todas las tuercas del engranaje. Es lo que ha hecho Jon.
Rahm se ha parecido hoy al del año pasado entre el Memorial y la Ryder Cup, un jugador que consigue hacer fácil lo difícil, que aprovecha los hoyos donde hay que apretar (ha hecho cuatro menos en los dos pares 5 y el par 4 corto) y que las situaciones delicadas las salva con el menor daño posible, muchas veces con el par y en ocasiones con el bogey, pero jugando al bogey, como dicta el manual del US Open. Si has cometido un fallo, no cometas dos. Evita los grandes números.
Una buena parte de culpa de esta fiabilidad está en los greenes. No sólo está metiendo putts buenos por aquí y por allá (tampoco crean que son puros, eso aún están por llegar) lo más importante es que hasta ahora ha conseguido embocar todos los cortos delicados, o casi todos, esos que no se deben escapar en los Grandes y, sobre todo, está sufriendo muy poco con los putts largos. Ha entendido hasta el momento la velocidad de los greenes y eso le hace estar más cómodo en los segundos golpes.
Un año después de ganar el US Open, Jon saldrá en la tercera jornada con todas las opciones de revalidar el título. Nada le hace más feliz. Su juguete favorito.
